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Las Vegas

Edil de Tordesillas critica al PP y al PSOE tras prohibición de matar al toro

Miguel Lorente

Dicho así podría parecer que me refiero a la ciudad americana perdida en mitad del desierto de Nevada, ese lugar lleno de personas en busca de algo de o de alguien a quien agarrarse, sin darse cuenta de que todo está dentro de la misma corriente que los arrastra de un día para otro sin nada entre cada uno de ellos.

Pero me refiero a las vegas de España, esos lugares donde crece la vida y donde, no por casualidad, en la Prehistoria enterraban a las personas para que volvieran a nacer en otras vidas animales o humanas. Y lo hago porque estos días han sido noticia dos de ellas, una la de Granada y otra la de Tordesillas, y en las dos se hablaba de muerte.

A la vega de Granada la está matando la especulación y ese afán tan capitalista de hacer de la naturaleza un jardín zen o parte del salón de estar, sin importarle que el resultado sea el malestar para la sociedad y una naturaleza más marchita. Para reclamar la atención sobre esta deriva se ha celebrado con gran éxito el 'IV Festival Viva la Vega', en el que la voz del poeta Luis García Montero y la música de grupos como Sonido Vegetal, Triana, Revolver… entre otros, han llenado el aire de vida y de esperanza, pero también de crítica y acción. La reivindicación no puede ser contemplativa.

Y la vega de Tordesillas ha vuelto a ser noticia por su toro. A la gente del lugar debería preocuparle que la referencia más directa a la ciudad sea su tratado de 1494 y su maltratado animal de cada año. Pero parece que no es así.

Lo ocurrido estos días tras la prohibición de dar muerte al toro tiene un significado que va más allá del debate puntual sobre la celebración o no de la animalada. Lo podemos ver en tres cuestiones.

1. Por una parte, el alcalde del PSOE ha manifestado que defenderá la tradición y su celebración dando muerte al toro, tal y como se ha desarrollado durante siglos, lo cual demuestra que hay elementos vinculados a la identidad que están antes y por encima de la ideología, especialmente cuando esta se reduce a la política. Lo comento porque, además de la evidencia, desmonta uno de los argumentos utilizados por las posiciones conservadoras, que han tratado de presentar la crítica al maltrato animal como parte de una estrategia política vinculada a determinados partidos. Y no es así. Es cierto que los valores que defienden las posiciones de izquierdas exigen un respeto a la naturaleza y a los animales, pero como vemos, la cuestión es mucho mas amplia, y al igual que ocurre con el machismo, el racismo y otros tantos posicionamientos construidos sobre la desigualdad y la jerarquización de determinadas referencias, el maltrato animal supera las siglas y los siglos. Lo personal es político, de ahí que muchos deban hacer una reflexión antes de ampararse tras una bandera y unos colores.

2. Por otra parte, están los argumentos que critican la modificación de la tradición acusando las nuevas propuestas como “prohibicionistas”. Siempre es fácil esconderse detrás de una etiqueta para así ocultar el contenido, y hablar de “prohibicionismo” permite presentarse como más liberal y permisivo, cuando la situación es muy diferente. No se trata de prohibir tradiciones como se insinúa, de hecho cada día se celebran cientos de ellas por toda España sin que nadie las cuestione, sino de defender la vida y el respeto a los animales y evitar que sean objeto de maltrato. No se puede permitir que porque un día perdido en la historia un grupo de hombres decidiera la extraña ocurrencia de someterlos a un trato cruel y violento hasta la muerte para su disfrute y exhibición, dicho comportamiento tenga que mantenerse para siempre. La clave están en verlo desde el otro lado: más vale “prohibir el maltrato” que “prohibir el respeto” al permitir la violencia.

3. Y luego, en estrecha relación con lo anterior, está la idea de identidad. Es que “somos así”, y si no lo hiciéramos “perderíamos nuestra identidad”, han manifestado algunas personas del lugar en las entrevistas aparecidas en televisión. Resulta sorprendente una afirmación de ese tipo, en parte por reducir toda la riqueza y la historia que lleva a ser y sentirse de Tordesillas a una celebración tan puntual y particular. Pero es que además no se sostiene.

Los datos históricos indican que, aunque hubo asentamientos en el lugar desde tiempo inmemorial, Tordesillas se creó en el año 909 y que el Toro de la Vega comenzó en 1534. Según el planteamiento de quienes defienden la esencia de Tordesillas en el Toro de la Vega, ¿qué se puede decir entonces de los años previos al toro, que Tordesillas no era Tordesillas?. Está claro que no, y que cuando echan mano de la historia para justificar su celebración resulta que Tordesillas ha sido Tordesillas sin Toro de la Vega durante 625 años (desde su creación en el año 909 hasta 1534), mientras que Tordesillas es Tordesillas con el Toro de la Vega desde 1534 hasta 2016, es decir 482 años. La conclusión sobre esta razón es sencilla, Tordesillas es más Tordesillas sin Toro de la Vega que con él.

Las tradiciones están muy bien siempre que no se vean como una imposición rígida e inmutable, y que no justifiquen en su nombre la violencia, la injusticia, el maltrato animal, los privilegios… y la quiebra sistemática de los Derechos Humanos en beneficio y gloria de unos pocos, aquellos que la utilizan para retener al resto bajo el yugo de la condición y las flechas del destino. Por eso no sorprende que cuando un día alguien decidió que comenzara una celebración, como ocurrió en 1534 con el Toro de la Vega, nadie se opusiera y dijera que su identidad y la tradición hasta ese momento impedían “una nueva celebración”. Antes como hoy, se acepta lo que interesa y se rechaza lo que no viene bien.

Granada no debe ser víctima de la traición ni Tordesillas de la tradición, y sus vegas deben quedar libres de violencia y especulación.

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