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Nosotros los buenos

Frontera EEUU México

Lucrecia Hevia

La cosa se está poniendo fea. Pero tranquilos. Aquí estamos los buenos. Estamos los buenos, y en frente, los de Trump. Trump el irrespetuoso, el xenófobo, el radical, el proteccionista y el incendiario.

Y los buenos estamos francamente preocupados. Ya el ministro del Interior español Juan Ignacio Zoido ha dicho este jueves que los derechos humanos podrían estar en riesgo. Como Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo quien ha calificado a Trump de “amenaza” (para Europa). Pero claro. Nosotros no hacemos lo que hace Trump. Los buenos miramos al otro lado del Atlántico con la superioridad moral que nos caracteriza y con holgura manifestamos que esto aquí no pasa. Ser cuna de la civilización occidental es lo que tiene. Que da mucha autoridad.

Porque Europa no es así. Lo de los más de 160. 000 refugiados a los que el continente se comprometió a acoger en 2015 y que no ha podido ser, ha sido un lapsus. Y la escalada de puestos y respaldo a Marine Le Pen o actores políticos como el húgaro Orban es circustancial.

Y además, eso debe ser una parte de Europa, es evidente.

Que nosotros los buenos no somos racistas (en España, 505 casos en 2015 según el Informe del Ministerio del Interior sobre delitos de odio); ni ponemos muros (tenemos tres vallas en la frontera sur con alambradas que tienen nombre musical como contrapeso irónico); ni faltamos el respeto a las mujeres (ya ha habido 53 asesinadas, efecto de la sociedad machista que por lo visto no hay ni en el país ni en el continente).

Tampoco cerramos las fronteras (más allá de la dolorosa foto reciente de los refugiados sirios, incluido nuestro Aylan, pregunten lo que se tarda en lograr un visado de turista desde Niger).

Aquí no se incumplen los derechos humanos (por eso ha habido que pelear, por ejemplo, por que las personas presas – sí, personas- tengan la misma atención sanitaria en España que el resto de conciudadanos). Ni mueren personas en el mar, eso será llegando a Grecia (que lo de las pateras diarias en el Estrecho es una nota de color mediterránea).

Pero eso debe ser, entonces, la clase política que nos gobierna. Porque nosotros sí que somos los buenos, de verdad. No tenemos comportamientos fanáticos, ni dejes machistas, ni nos dejamos influir por la sociedad. O a veces sí.

Porque nosotros los buenos habíamos dado muchas cosas por supuesto, en nuestro barrio, en España, en Europa. Hemos dado por supuesto que estaba todo hecho. Que las conquistas sociales y humanizantes eran definitivas y no había que regarlas.

Y ahora llega Trump, y nos hace mirarnos al espejo para ver nuestro peor reflejo, el de la bruja rencorosa. Porque hace una década había personajes como Le Pen u Orban pero sus diatribas racistas eran neutralizadas con contundencia, no había oídos suficientes en Europa para escucharlos. Hoy la respuesta es tibia, tímida. Hoy hay muchas personas dispuestas a creer sus mensajes.  Y ahora podemos decir que no ha sido la extrema derecha la que ha parido una ley mordaza. No hay sido Le Pen la que ha levantado  la tercera valla de Melilla.

En realidad no es mi ánimo el de la flagelación gratuita. Y creo con sinceridad que los fundamentos de la Europa en la que creo no son ni mucho menos los mismos con los que se mueve Donald Trump. Pero quizás nos haga falta algún que otro baño de humildad, mirarnos de frente sin el maquillaje de lo políticamente correcto, con los aciertos y errores que nos han llevado hasta aquí en la mano. Con las consecuencias que no logramos atisbar pero que ya sabemos que no nos gustan.

Quizá tengamos que entender que la pelea por los logros, el estado del bienestar, la humanidad y la civilización es diaria y pasa por cada uno de nosotros. No podemos cambiar el voto democrático de los estadounidenses pero tampoco despreciar nuestro propio voto como si no sirviera. Me gustaría creer que todo cuenta: cómo nos comportamos a diario, cómo enseñamos a nuestros hijos, cómo elegimos diálogo, bien común, cómo exigimos a nuestros dirigentes o cómo aceptamos la diferencia y peleamos por democracias reales y personales.

Puede que la clave no sea creer que nosotros somos los buenos de toda esta película de la historia. No lo somos y lo sabemos. Pero puede que la diferencia esté en querer serlo e intentarlo.

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