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Defender la alegría
Frente a la melancolía de las encuestas, la alegría de la razón práctica. Necesitamos urgentemente unicornios, un crucero a Itaca, unas vacaciones en las siete ciudades de Cíbola. No debiéramos, por ello, dejar a los sueños estabulados en el mostrador de las ventas a plazos, en la zona de confort de los grandes almacenes de la gestión que, a la postre, pareciera que no sirviese para nada frente a las simples pesadillas sin programa de quienes tan sólo anuncian ogros y polifemos, el incendio de la Biblioteca de Alejandría, la inminente invasión de los ladrones de mentes.
Como muñecos del pim pam pum, los líderes de la izquierda reaccionan al k.o. técnico del 28 de mayo como boxeadores sonados, a sabiendas de que buena parte de su hinchada no parece dispuesta a jalearles porque se diría que van a tirar la toalla sin que se celebre siquiera el combate. Que venga el guirigay frente al silencio de los corderos y un traje de nuevas bulerías para que no nos quiten lo bailado ni lo bien gobernado.
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, que diría San Joan Manuel Serrat. Al electorado de la derecha, ya se ha dicho hasta la extenuación, parece darle igual los golpes bajos, la herradura debajo del guante, las mayorías por tongo o el dinero en B de las apuestas en diferido. La progresía, en cambio, no acude al ring a poco que sus púgiles flanqueen con el crochet de izquierdas, no cimbreen las piernas como a la afición le gusta o hayan bajado de peso en la báscula de los sondeos.
Que hay que saltar a coro las barandillas del todo está perdido, para ganar las plazoletas, porque antes que asaltar los cielos, tal vez convendría ocupar con ideas las glorietas, que nos quedan más cerca
Sin embargo, quizá no lo sepan, aún queda más de diez segundos para que los jueces de las urnas decidan el nocaut, así que hay varias semanas para probar el sabor a polis griega de los bares, para reivindicar el derecho a disfrutar alguna vez de las siete ciudades de Cibola y para denunciar que no conviene visitar las cuevas de los dragones pero son urgentes y necesarios los valses vieneses de cualquier pensionista, la sonrisa de la Gioconda del ingreso mínimo vital, la profunda convicción de que más allá del paralelo del 23 de julio, no hay ningún non plus ultra, sino que otra vez puede obrarse el milagro de una ruta que nos lleve hacia el continente perdido de la esperanza.
Que cada mitin sea una fiesta. Que cada palabra, una pancarta. Que recordar signifique darle cuerda al corazón. Que las risas acallen a los gruñidos. Que no haya únicas Españas, sino una diversa, grande y libre, sin ciudadanos de bien ni de mal. Que hay que saltar a coro las barandillas del todo está perdido, para ganar las plazoletas, porque antes que asaltar los cielos, tal vez convendría ocupar con ideas las glorietas, que nos quedan más cerca.
Ni amargos ni cobardes. Los herederos ideológicos de aquellos que dieron sus vidas o sufrieron cárcel y exilio por el sufragio universal, la igualdad y la fraternidad, la tierra para quien la trabaja, la educación laica y la salud para todos, ¿van a rendirse tan fácilmente ante el ejército de los twitters, la cena de los cuñados, las columnas de los calumnistas, las muermulias de los sabelotodo?
Que busquen en el humor su sexto sentido, que oreen las sabanas del diálogo sobre la azotea de la crispación, que llueva fe en el campo y pisemos las calles nuevamente de lo que fue la utopía recobrada. Hay que pegar un sprint desde el bulevar de Espartaco a la avenida de Mariana Pineda. Aunque esto sea una larga carrera de fondo, todavía queda partido por delante, por mucho que les peguen patadas en las espinillas. Ya habrá tiempo para volver a colgar de los balcones esa antigua divisa: “De derrota en derrota, hasta la masacre final”. Hagan juego, electoras y electores.
Nos va la alegría en ello.
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