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A dieta contra el empacho “social media”

Irene Montero e Íñigo Errejón, junto a Pablo Iglesias, consultan sus móviles, en el Congreso de los Diputados

María Iglesias

El 1 de enero ha entrado en vigor la Ley francesa del derecho a la desconexión digital del trabajador. También en España, cierto desenganche, ciudadano y de políticos sería un buen propósito para 2017. En vez de apuntarse al gimnasio, atajar la “infobesidad”. Tratamiento de choque al empacho de redes sociales que ha dejado en nada el de polvorones.

Los pitidos, vibraciones, brillos en los bolsillos abruman de forma, cada vez, más general. Si cada cual no tuviera bastante con los grupos del trabajo, familiares, amigos, del cole de los hijos, los políticos nos bombardean. Trasladan sus rifirrafes de las tribunas del Congreso, parlamentos regionales y ayuntamientos a nuestros teléfonos. Y hasta dirimen en ellos las diferencias de sus corrientes internas. A veces se dan cuenta de sus excesos y hacen propósito de enmienda. Pero en vez de refrenarse, en consecuencia, nos dan la buena nueva por Twitter o Facebook. 

El fantasma de la “social media fatigue” recorre Occidente -mientras espectros tradicionales, como el frío, las guerras y el hambre siguen arrasando a los débiles de todas partes -. La Fundación del español urgente recomienda que lo llamemos “fatiga, hartazgo, agotamiento, saturación de redes sociales o tecnoestrés”.

Una de las razones para la aprobación en Francia del derecho del trabajador a desconectar de la empresa es contener el síndrome de burnout, del empleado quemado, que ya afecta a un 12 por ciento

Otra, preservar como un valor, el tiempo para la vida privada. El diputado socialista Benoit Hamon argumentó al impulsar la medida que “los empleados salen de la oficina, pero no dejan de trabajar, sino quedan amarrados por una correa electrónica, como perros. Los mensajes de texto, los e-mails y demás invaden sus vidas”. Frente a ello, se considera que una existencia equilibrada, con experiencias emocionales e intelectuales estimulantes evita riesgos psicosociales. “En este sentido -señala la norma gala-, los directivos deberían ser ejemplares”. 

¡Y  los políticos! Porque ¿cuándo mensajean? ¿Fuera o dentro del horario laboral? ¿Mientras preparan sus congresos (inminentes, en febrero, los del PP y Podemos, el del PSOE probablemente en junio) o evadiéndose de la tarea de gobierno y oposición que, por rutinaria que les resulte, es la que tiene consecuencias en nuestro devenir?

¿Sería planteable, para políticos y ciudadanos, reducir a un tiempo máximo o a un número determinado los mensajes diarios? ¿O es un propósito descabellado? ¿Cuánto tan vital tenemos que avisarnos? Y ¿cómo, siendo tan brillantes que no podemos posponer el anuncio de cada impresionante idea, en vez de avanzar involucionamos a un panorama precario para la mayoría social internacional?

Podríamos pararnos a pensarlo. Podríamos, mejor, pensarlo en movimiento. La oftalmóloga María José Luna me hecho notar el llamativo aumento de miopías. Estudios recientes hablan de pandemia. “En la medida en miramos siempre objetos cercanos se atrofia la capacidad para enfocar al horizonte. No se trata sólo de que consultemos muchas pantallas, del ordenador, teléfono, tabletas, televisión, sino de que vivimos encerrados en oficinas y pisos, lejos de los espacios abiertos. No paseamos. Nos falta perspectiva”.

Sabemos que es cierto y no únicamente en lo que concierne a la vista. Sólo tenemos que hacer algo para resolverlo. Si es que queremos.

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