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Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar
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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

La extrema derecha sigue un plan y la izquierda española con su tic habitual  

Steve Bannon, Matteo Salvini y Mischaël Modrikamen, líder del Partido Popular belga.

María Iglesias

A vueltas con si atender a la amenaza de Vox les da un foco exagerado pues su respaldo es de cuatrocientos mil votantes del censo andaluz de seis millones y medio (de los que dos y medio se abstuvieron) algo está claro: que el partido neofascista no surge solo ni espontáneo. La ocurrencia de Steve Bannon y quien sabe qué otros al comprar la cartuja de Trisulti (s. XIII) y desde ahí tejer una telaraña reaccionaria extiende, esta primavera, tantos hilos como para inquietar a la demócrata global.

Del sí al Brexit en Reino Unido y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos en 2016, al éxito de Jair Bolsonaro en 2018, pasando por la presidencia de facto en Italia del ministro del Interior Matteo Salvini, está en marcha un refuerzo de las posiciones más ultramontanas que ya representaban el primer ministro húngaro Víktor Órban, el polaco Mateusz Morawiecki, la promesa francesa Marine Le Pen, gobiernos con neofascistas como el del austriaco Sebastian Kurz, ascensos en modelos de socialdemocracia como Suecia y logros como la mayoría en el Senado holandés hace tres días.

Así, mandatarios como el actual presidente filipino Duterte, defensor de asesinatos extrajudiciales o el Hitler del Holocausto que niega el ex candidato de Vox por Albacete, cada vez parecen menos lobos solitarios y más manada (donde no desentonarían sus opuestos ideológicos Xi Jinping, Putin y Erdogan). Podría hablarse de copycat como la nueva violación grupal en Cienpozuelos o el atentado islamófobo en Nueva Zelanda con cincuenta asesinados por el supremacista australiano Brenton Tarrant que en sus armas llevaba nombres de asesinos neonazis como Josué Estébanez

Frente a esta masacre, la primera ministra neozelandesa ha prohibido armas. Lo contrario a la última propuesta de Vox. Su idea de armar y disparar, ¿es una galopada descontrolada? A un mes de las generales y dos de las municipales, autonómicas y europeas mucho hay que apretarse la venda para no ver que la extrema derecha sigue un plan, con puntos que lanza para normalizarlos en el imaginario colectivo y arrastrar, como un tornado, a la derecha auto llamada moderada y el centro auto bautizado liberal. “La victoria de Vox es que Ciudadanos y PP ya hablan como ellos”, acaba de decir Bannon. La serie de catastróficas desdichas que se impulsan no son idea original de los Ortega Smith, Espinosa de los Monteros, Monasterio, Serrano, Coello de Portugal –el de sobres de donaciones y condena del Supremo- ni Santiago Abascal. No digamos de esos cerebros de sus diputados andaluces Luz Belinda Rodríguez  que llama a Salvamento Marítimo bus para traficar con personas, y Benito Morillo el denigrador de familias de víctimas del franquismo al calificarlas de “buscadores de huesos”.

Enumeremos:

  • Nostalgia de las dictaduras y fichaje de militares de alto rango que reivindican a los viejos caudillos,
  • Ultra nacionalismo, ultra religiosidad (católica, protestante o evangélica) y ultra belicismo: Dios-Patria-Rey,

Construcción y uso, para ganar votos azuzando el miedo, de un enemigo:

  • Mujeres a quienes llaman “feminazis” y desprotegen en el maltrato,
  • Los migrantes a los que criminalizan,
  • El colectivo LGTBI al que tratan como patológico,
  • Prensa a la que achacan fakenews y ellos lanzan bulos en redes,
  • Adversarios políticos, nacionalistas o izquierdistas, a los que demonizan cuando, como refiere la profesora de Comunicación de Sevilla, María Lamuedra “el grado de democracia de una sociedad no depende del nivel de consenso, sino de la civilidad con que se gestionan las discrepancias”.
  • La hipocresía sobre estilos de vida cuando Trump, Bolsonaro y Abascal han tenido varias esposas, dos este, tres los primeros, hijos con todas, pero ondean la bandera de la “familia tradicional”, como ellos prueban, una etiqueta hueca.
  • Y la hipocresía económica, pues Trump, Bolsonaro y Abascal se llaman “voz de la ciudadanía frente al establishment político” cuando son privilegiados de este. Bolsonaro y Abascal, a sueldo de instituciones públicas durante décadas sin rendir a los ciudadanos servicio que se recuerde.

Ante la maniobra ultraderechista que cuesta creer que funcione, por burda y peligrosa, la izquierda española hace un doble tic reconocible: el PSOE se presenta como único refugio posible y Unidas Podemos, por más que Pablo Iglesias haga autocrítica, no remedia una atomización que es mucho peor que un enfado de colegas: ¿Por qué Podemos echa así al equipo de Errejón? ¿Cómo renuncia Bustinduy al Europarlamento ahora? ¿Cómo perdió IU hace seis meses una portavoz en esa cámara como Marina Albiol?

Los electores progresistas somos más exigentes con quienes más encarnan nuestros ideales. Sus fallos son traiciones que nos duelen en el alma. Vivimos una coyuntura endiablada. Porque el objetivo clave es evitar que la suma de derechas dé las instituciones a la involución. La esperanza post 15M no ha estado a la altura y si el PSOE fuera el refugio seguro que vende no habríamos llegado aquí. Sin una profundización en los principios su sigla volverá a aplicar el neoliberalismo que esquilma las vidas de la ciudadanía. Como muestra, Andalucía. Y los guiños a la derecha que siguen haciendo desde plumas empeñadas en “la gran coalición” de PSOE, PP, Ciudadanos, al propio ministro Ávalos, ajeno, parece, a la derechización de Rivera que subraya un periódico tan poco sospechoso de izquierdista como el Financial Times.

El panorama da vértigo. Pero mejor sentir vértigo por analizarlo que avanzar junto al acantilado con los ojos cerrados. Cada cual que decida en conciencia qué proporción entre los componentes de izquierdas trabajará mejor al servicio de la sociedad.

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