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Familias y visibilidad

En Aragón, tres de cada cuatro familias monoparentales están encabezadas por una mujer

Isabel Pedrote

En Andalucía (y fuera de ella) se ha recibido con un arquear de cejas al premio que la Junta está en proceso de instaurar para las familias que tengan más hijos, como aquellos de la posguerra que puso en marcha Franco y su vehemente política de natalismo. La asociación de ideas con el No-Do y el tufo a naftalina que desprende tal estampa es inmediata. Pero una vez recolocadas las cejas en su sitio habitual, convendría reflexionar sobre qué se quiere decir con este galardón camp auspiciado muy seriamente desde el ámbito institucional. Si se trata del preludio de una intervención sincera sobre los factores reales que repercuten en el descalabro del número de nacimientos; o, por el contrario, es un mero gesto de reivindicación ideológica, pues la exaltación de la familia tradicional, junto con la épica desgarrada de la unidad de la patria, forma parte de la retórica de plantilla del populismo de derechas.

La caída de la natalidad en España es alarmante: somos uno de los países con la tasa de fecundidad más baja del mundo y los recientes datos del INE nos colocan en registros mínimos. Pero lo llamativo es el desfase entre los anhelos reproductivos que expresan mujeres y hombres (una media de dos hijos) y los que realmente tienen (1,2). Una brecha que evidencia que existen condiciones económicas y sociales poderosas que deben ser atendidas por la política, como la precariedad, el acceso a una vivienda o la conciliación. El debate es complejo y abundante en puntos de vista, sin embargo, no parece que la escasez de alumbramientos sea fruto del hedonismo o la trágica pérdida de valores. Tampoco de la falta de “visibilidad” de la familia, como reza el texto del Premio de la Junta. Además de a la descendencia, otorga otras siete distinciones. Curiosamente, en ninguna contempla a las parejas del mismo sexo.

Ineficacia histórica

A lo pintoresco de otorgar en pleno 2020 un galardón de natalidad desde una administración pública, por su palmaria carga simbólica y efluvio sexista, se une la ineficacia histórica de este tipo de medidas. Si nos atenemos a lo ocurrido durante el franquismo --en el que se dieron también préstamos a los recién casados y pluses en la masa salarial en función de los hijos--, los demógrafos sostienen que los resultados dejaron mucho que desear. No fue hasta la explosión del desarrollismo de los sesenta y su notable mejora económica que se produjo el baby boom. Difícilmente, en consecuencia, estos reconocimientos --que carecen de dotación dineraria-- persiguen ir más allá de satisfacer al espectro más conservador del electorado de PP y Cs, y cumplir con las exigencias discursivas de sus aliados de Vox, quienes no cejan en su cruzada de meter doctrina reaccionaria a paletadas por cualquier rendija.

Es sabido que cuando se dice defender a la familia tradicional y sus valores, lo que en realidad se pretende es atacar a las que no lo son, sobre todo a las homoparentales. Es un clásico: lo vimos en 2005 al aprobar el matrimonio gay, cuando sus detractores constituyeron una plataforma “en defensa de la familia”, cuya razón de ser, contraviniendo impúdicamente el enunciado, era negar el derecho de los homosexuales a formar las suyas. En el caso de los premios de la nueva Junta, la táctica es parecida. Aunque en el texto se menciona la “realidad poliforme” del fenómeno familiar y existe un diploma para Familias y Diversidad, si se pincha en la pestaña con el mismo nombre de la web de la Secretaría General de Familia, --en la que no hay ningún rastro de las gais, ni en literatura ni iconografía--, descubrimos que se trata de las de acogida. Un ardid que demuestra que más que dar visibilidad a todas las familias, como asegura la orden del galardón, lo que procura es quitársela a las que no gustan.

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