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El monstruo y lo imposible

Los dirigentes de Vox, con Santiago Abascal

Lucrecia Hevia

Creer en lo imposible siempre me ha parecido imprescindible para la supervivencia de la humanidad, para mejorar nuestra vida, para inventar. Pero en un ejercicio de optimismo tiendo a pensar en ello en positivo. Obviamente no siempre es así. Margaret Atwood, en el prólogo de la reedición de su libro El cuento de la criada (recuperada con la emisión de la serie de televisión) afirmaba que ella, como hija de la generación de la II Guerra Mundial, creía en que lo imposible puede suceder. Cuando menos te lo esperas. Una generación truncada por el fascismo y la guerra. Dice Atwood: “Como nací en 1939, (…) sabía que el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana. Los cambios pueden ser rápidos como el rayo. No se podía confiar en la frase: ”esto aquí no puede pasar“. Y pasó.

Más cerca en el tiempo, parecía imposible el Brexit, parecía imposible que Donald Trump o Bolsonaro ganasen, que Jean Marine Le Pen obtuviera más de 10 millones de votos en la segunda vuelta de las elecciones francesas. Que camparan a sus anchas personajes como Geert Wilders en Holanda, ni que autoritarios de ultraderecha se harían fuertes en Hungría y Polonia. No hubiéramos pensado que en la avanzada Suecia la segunda fuerza sería un partido xenófobo. Y hace dos décadas, ni se nos habría pasado por la cabeza que hasta en Alemania un partido como la Alternativa para Alemania (AfD) pudiera irrumpir en su parlamento como el tercer partido. Ni siquiera Italia se ha librado del populista xenófobo de Salvini. Parecía imposible pero no lo es. La ultraderecha ya tiene representación en 19 parlamentos europeos. “La ira vence a la estrategia política”, como dice el profesor de Política Internacional Josef Joffe en The Guardian.

En democracia, tradicionalmente, España parece librarse de los partidos de ultraderecha. Ni siquiera Vox, que hizo un ejercicio de fuerza hace unos días en Vistalegre reuniendo 9000 personas, tiene un respaldo significativo. En las últimas elecciones fueron votados por 46.638 personas, menos que el PACMA, sin ir más lejos. Sin embargo, que Vox no tenga respaldo no quiere decir que las ideas de ultraderecha no calen. Que se lance el concepto patria como algo más importante que las personas. Que el bien común tenga carnet de español. Que los derechos humanos sean sólo para un cachito de la humanidad porque para todos no va a poder ser. Que la pobreza es una realidad sin solución conjunta. No son ideas subestimables. Mucho menos cuando el guante de dichas proclamas lo recogen partidos con representación parlamentaria que extreman discursos para captar el descontento. Subestimar una amenaza es darle la primera victoria.

Porque el miedo, la falta de expectativas, la desesperanza… son consejeras peligrosas y sentimientos nada despreciables.

Cuando se dice, con razón, que Europa es un continente anciano no tiene que ver sólo con la media de edad. También está relacionado con la pérdida de memoria, como si de Alzheimer se tratara. Porque sabemos que estas soluciones no funcionan, ya se han intentado y han acabado mal. No son las mejores para la gran mayoría y tienen nefastas consecuencias. Pero el miedo y “la ira” abren grietas que dejan pasar al monstruo. Y el monstruo ha venido a vernos. Y debemos preocuparnos porque los monstruos son “terriblemente y temiblemente normales”, como escribió la filósofa Hannah Arendt en su Eichmann en Jerusalén. Nosotros mismos podemos convertirnos en monstruos.

A partir del 2 de diciembre empezamos a votar. Las elecciones empiezan por Andalucía en un año que se augura largo, intenso y electoral en toda España. Parece pequeño el gesto de un voto. Aunque recordar a los que no pudieron votar durante tantos años es un buen ejercicio para valorarlo. Porque el voto es un arma contra muchos “imposibles”, la primera. No sea que una mañana nos despertemos y el monstruo se haya colado por la puerta grande.

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