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El fotograma andaluz

Susana Díaz, celebrando la victoria del 22 de marzo / Foto: Luis Serrano

Santi Fernández Patón

Compareció Teresa Rodríguez ante la prensa y los simpatizantes de Podemos alrededor de las 22:30 y dijo que los resultados de las elecciones andaluzas no arrojaban una foto fija de la realidad, sino que eran más bien un fotograma de una secuencia en la que ya adivinamos que el cambio ha comenzado.

Es cierto, pero en ese fotograma vemos también que lo que no ha cambiado, al menos en apariencia, es el PSOE. Como siempre, volverá a gobernar, y Susana Díaz sale vencedora de una elecciones que convocó de acuerdo a su carácter personalista y probablemente como si fueran un trampolín hacia Madrid.

Aun así, la alegría no le debió de durar tanto cuando se fijara con más atención en ese fotograma. Si bien el PSOE-A mantiene sus mismos 47 diputados -esto es, menos que los que consiguió el PP de Javier Arenas en las últimas elecciones-, ha perdido 120.000 votos. En otros palabras: el PSOE de Andalucía ha obtenido los peores resultados de su historia a pesar de que Díaz diseñó este adelanto electoral para reforzar al partido. No lo ha hecho, por mucho que al mantener su línea de flotación nos lo vayan a vender como objetivo cumplido. Los próximos cuatro años, con las nuevas fuerzas ya asentadas en el Parlamento Andaluz, harán lo que este adelanto ad hoc ha mitigado.

El PP sí se derrumba y pierde esos 17 escaños sobre los que poco se puede decir. Tal vez no esperaban semejante desmoranamiento, pero salieron a perder, como ha dicho en repetidas ocasiones Iglesias durante esta campaña, para que ganen los de siempre, y luego en Madrid les paguen el favor. Esto tal vez atienda al típico error centralista de leer las realidades locales en clave estatal.

Podemos irrumpe de la nada hasta hacerse con 15 escaños, cerca de 600.000 votos en la plaza más difícil y las peores condiciones: sin ningún presupuesto y con una elecciones convocadas a prisa y corriendo para pillarles tan a traspié como que el partido aún no tiene elegida su dirección andaluza. Teresa Rodríguez ha sido, sin duda y pese al sistemático ocultamiento de la prensa, la gran revelación de estas elecciones.

La burbuja Ciudadanos

Siguiendo la línea estatal, la prensa difamó, tergiversó o, incluso, como ella misma dijo en su comparecencia, “desnudó”. Cero euros de presupuesto y ni una sola ocasión de debatir en la televisión pública con el resto de candidatas y candidatos no han sido óbice para que Podemos haya reconfigurado el mapa del bipartidismo. Les ha sabido a poco, claro, y llevan razón. Por muy mediática que resulte la marca, lo cierto es que con un solo un año a sus espaldas, el partido aún tiene que asentar su organización interna y descubrir a sus cuadros más valiosos. Lo hará, evidentemente, y tal vez desde Madrid las interferencias se reduzcan y confíen de una vez en que Rodríguez conoce mucho mejor la realidad andaluza que los estrategas nacionales, que de nuevo comenten el error de confundir Madrid con el resto del Estado.

La burbuja Ciudadanos, convenientemente hinchada por la prensa, se hace con 9 parlamentarios, y esto sí es verdaderamente llamativo, por mucho que las encuestas pronosticaran su ascenso. Se trata de un partido al que han presentado como nuevo, cuando en sus casi diez años de existencia se ha situado en el Parlamento catalán en posiciones netamente derechistas -ahí queda su sonada negativa a condenar el franquismo- y claramente xenófobas y racistas, como la insistencia de su líder en negar la tarjeta sanitaria a los extranjeros no regularizados o enseñarnos a los andaluces a pescar. Ciudadanos ha hecho la mejor campaña posible para ocupar esa “centralidad” -esa “transversalidad”, sería mejor- a la que aspira Podemos: que no se les conozca, y cabe pensar que aún mantendrán esa postura hasta las municipales.

Izquierda Unida, socia de gobierno en la legislatura, es la gran damnificada si obviamos la desidia del PP. Su batacazo confirma la pésima interpretación que desde 2011 vienen haciendo sus estrategas de la realidad social. Recluida en posiciones cada vez más identitarias y alejada del pulso de la calle, al menos conservará grupo municipal propio. IU es un organismo incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos. Ni siquiera parece admitir que en el año 2015, esa izquierda de la que se autoerige como única representante, no pasa únicamente por incluir en su programa medidas de carácter social. La izquierda hoy día es también una cuestión de honradez, que exige dejar de concebir la carrera política como un largo funcionariado de cargos públicos, por la democracia interna y por la transparencia. A estas alturas, quizás, la única manera de que lo comprenda conlleve una verdadera refundación, si no quiere que el fotograma si convierte en fotografía fija.

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