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La “medicina natural” y la homosexualidad

Fotografías de la naturaleza

Miguel Lorente

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Cuando Hipócrates de Cos dijo aquello de “lo primero no hacer daño”, no creo que llegara a imaginar en lo que terminarían aquellos cuidados que empezaba a desarrollar en la Grecia del siglo V antes de nuestra era. La teoría del considerado Padre de la Medicina se basaba en el “poder curativo de la Naturaleza” (vis medicatrix naturae), y en la necesidad de restaurar la armonía en el organismo.

El organismo era biología y la biología era Naturaleza, por lo que la forma de curar las diferentes enfermedades se basaba en restablecer el equilibrio entre los cuatro humores que había en el cuerpo: la sangre, la bilis negra, la bilis amarilla y la flema.

Lo que sorprende con el paso del tiempo, no es la posición innovadora y revolucionaria de Hipócrates y su ruptura con todas las supersticiones y tradiciones que a causaban el daño que él tanto rechazó. Lo que realmente llama la atención es que casi 2.500 años después, la medicina del siglo XXI todavía sea entendida en la mente de muchos médicos y de muchas médicas, como una ciencia biologicista dirigida a un cuerpo descabezado, y que sea la “naturaleza” la referencia tomada como patrón para abordar lo que para esos profesionales es o no es enfermedad.

Si algo caracteriza al ser humano es la construcción de un hábitat no sólo al margen de la naturaleza, sino de espaldas y en contra de ella. Y si algo caracteriza hoy a muchas personas enfermas son los hábitos de ese vivir artificioso en el reverso de la naturaleza, no precisamente su referencia ni su modelo.

La propia Medicina ha ido alejándose de un uso directo e inmediato de “lo natural” para destilar a través del conocimiento la esencia de los elementos que sanan y aplicarlos como parte de su ciencia, lo cual ha supuesto sin duda un gran avance, aunque también es cierto que hay quien se ha dejado arrastrar por una deriva que ha identificado lo artificial con lo bueno, circunstancia que también genera problemas.

Y cuando vivimos en un hábitat artificial, con una vida que da patadas en las espinillas de la naturaleza, y con una Medicina que se vanagloria de estar por encima de ella, y de haberle quitado poder a esos mandatos biológicos para prolongar la vida más allá de los límites establecidos, igual que ahora se prolongan los yogures en las estanterías de los supermercados, resulta que un chico homosexual acude a una consulta médica por un problema emocional, y la conclusión diagnóstica es que ese joven es “anti-natural”. Hemos pasado del poder curativo de la Naturaleza a la “referencia patogénica de lo natural”.

Ha ocurrido en un centro de salud de Jaén, y parece que para muchas personas, también dentro de la medicina, el desarrollo de las capacidades intelectivas y emotivas en el ser humano, esa cualidad única que tiene como especie de ser consciente de sus propias emociones y de su significado, sólo es aplicable para ciertas cosas y no para otras, como por ejemplo decidir libremente sobre sus sentimientos y sexualidad.

Esa ha sido la visión tradicional de la propia Medicina frente a la homosexualidad, y por ello ha sido considerada históricamente como una alteración. La Organización Mundial de la Salud la retiró de su clasificación de enfermedades en 1997, pero todavía hay muchas personas, también dentro de la Medicina, que aún no han llegado a ese año y se encuentran practicando una medicina hipocrática que busca el equilibrio entre su humor negro y sus malos humores de colores.

Y como no tienen razones científicas para mantener sus ideas y para apoyar sus decisiones profesionales, algo que es aún más grave, acuden a la naturaleza traicionada y domesticada para justificarse. El recurso al argumento de “lo natural” es típico entre las posiciones más conservadoras que identifican el orden artificial creado por la cultura de la desigualdad con “lo natural”, cuando sólo es la construcción interesada a partir de la referencia de sus valores, y de lo masculino como referente universal.

Ese es el orden que sitúa a la mujer en lo doméstico al cuidado de unos niños, de una casa y de un marido, el mismo orden que entiende que el fin de la sexualidad es la procreación en pareja, y el que concluye que un hombre o una mujer homosexuales son anti-naturales por no cumplir con los fines que la naturaleza ha fijado, y para mas inri les impide hacerlo con las técnicas que, ¡paradojas de la vida!, se denominan de “reproducción asistida o artificial”.

Al final nos encontramos con la imposición de una moral por la vía de los hechos, y el refuerzo de una ideología a través de la práctica.

El futuro no siempre está al frente, es algo que nos ha enseñado la crisis. Y entre los que no han llegado aún al presente y los que intentan que retrocedamos a ese “cualquier tiempo pasado fue mejor”, los derechos básicos de la sociedad, fundamentalmente la Igualdad, sufren el escrache de los valores conservadores y tradicionales allí donde se reivindiquen.

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