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Las mil y una noches y Siria

Un rebelde sirio apunta su arma desde una improvisada trinchera / EFE.

Miguel Lorente

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Desde que las balas comenzaron a oscurecer el cielo de Damasco los días se cubrieron de oscuridad, las calles de sangre y el aire de gases que traficaban con el oxígeno. Todo empezó a parecer lo que en verdad era, pero todos prefirieron pensar que no era cierto.

Cuando comenzó la guerra en Siria sabíamos que llegaríamos a este momento, y lo sabíamos porque la evolución de un conflicto de este tipo nunca es autolimitada, y porque nadie iba a hacer nada para evitar que se alcanzara la situación actual. Unos han estado buscando razones para atacar y otros para que continúe el ataque, y cuando todos están de acuerdo en la guerra es muy difícil que haya paz.

Me recuerda a esas peleas de jóvenes en las que al principio hay un tiempo en el que se retan y se insultan a la espera de una justificación para pasar a las manos. Así transmiten la imagen de que no quieren pelearse, pero en verdad tienen la clara intención de hacerlo, de lo contrario no caminarían por esa senda de destino único. “Si eres hombre ven aquí…” y viene; “si tienes valor dímelo a la cara…” y se lo dice; “si eres capaz repítemelo en la calle…” y se lo repite. Entonces llega un momento, sin que nada haya cambiado en esencia, en el que uno de ellos salta y dice, “eso sí que no. Eso no te lo voy a permitir…” y empieza con la agresión.

La comunidad internacional (sorprendente eufemismo para llamar a algo que no es común y que defiende intereses nacionales), ha estado escenificando ese preámbulo para que luego no la critiquen y la tachen de matona. Ha estado provocando a Siria y su régimen hasta que 1400 muertos por armas químicas han servido para decir lo del “eso sí que no…”, sin importarle los cientos de miles de muertos que el régimen de Bachar el Asad les ha arrojado a la cara mientras ella repetía que no tenía valor para hacerlo.

Y es que no se puede jugar a ser Sherezade en el país de Sherezade. La comunidad internacional ha estado contando historias de intervenciones militares, de apoyo a los rebeldes, de invasión militar… para crear suspense y ver si de ese modo el Presidente sirio no ejecutaba sus planes, pero lo único que ha conseguido es que al llegar cada noche saliera reforzado en su decisión. No se dan cuenta de que hoy la amenaza forma parte del estímulo para actuar y de la justificación cuando ya se ha actuado. Hoy la amenaza a un grupo no intimida, sino que da razones para demostrar la animadversión del exterior frente a la que hay que actuar desde dentro.

No es nada nuevo, ahora nos dicen que las guerras comenzaron hace 3000 años y que lo hicieron cuando las sociedades fueron más complejas. Puede ser, pero el problema no está en la complejidad de las sociedades, sino en el alejamiento de las personas del proyecto común, y en la ocupación del espacio de la convivencia por otras personas que desde posiciones de poder y en busca de más poder, utilizaron esa cesión en beneficio propio. La guerra, como la violencia, es producto de la voluntad de quien prefiere llegar a las armas y a las manos antes que resolver de manera pacífica y dialogada el conflicto. Y para conseguir ese objetivo hay que actuar desde el principio y en todo momento, no dejar que las cosas tomen derivas incorregibles hasta alcanzar una intensidad rocosa que lleve a la conclusión de que “ya no queda más remedio que ir a la guerra”. Esa es la trampa que la comunidad internacional ha utilizado en estos últimos años, emplear la pasividad como táctica para llegar a la estrategia de la “irremediable” guerra.

Estados Unidos y Rusia han jugado su partida en el tablero de Siria, pero la violencia está desarrollando su juego y su prevalencia en el terreno de esa comunidad internacional de la que todos somos parte, aunque en verdad sea mentira.

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