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Moderadamente impresentables
Evitando la tentación de utilizar los gruesos calificativos que merecen los comportamientos de varios de nuestros agentes sociales en los últimos días, parafraseemos a Montoro y quedémonos en que algunos de nuestros políticos y sindicalistas entran en la categoría de “moderadamente impresentables”.
Más allá de la perversión del lenguaje como herramienta para intentar justificar lo injustificable, políticos y sindicalistas han dictado, en las últimas semanas, un auténtico máster de oscurantismo y tergiversación de la verdad. Que quienes por su posición están especialmente obligados a la claridad más absoluta en sus intervenciones públicas -incluso a la didáctica a la hora de explicar conceptos complejos a la sociedad- enmarañen y retuerzan en lenguaje para maquillar la realidad, cuando no para violentarla, es uno de los mayores pecados en que pueden incurrir nuestros representantes sociales.
Pero es que además, actitudes como las de Montoro, Soraya Sáenz de Santamaría, Gallardón, Rajoy o los sindicalistas de los ERE, demuestran hasta qué punto personajes a los que se les supone un conocimiento profundo de la sociedad para la que dicen trabajar, viven en un mundo paralelo, completamente alejados de esa realidad que con sus argumentos demuestran desconocer por completo.
¿No saben nuestros dirigentes políticos y sociales que en la era de la globalización, la ciudadanía tiene acceso en tiempo real a informaciones fidedignas que desmienten al segundo sus peregrinas explicaciones?¿No se dan cuenta de que sus patéticos esfuerzos por enmascarar la realidad les deja, a los ojos del personal, como auténticos cretinos? ¿No les queda el más mínimo resto de vergüenza cívica para mantener el más elemental respeto a la inteligencia de los españoles, como para no intentar prostituir la realidad a la que ellos nos han abocado? ... Parece que no.
El cúmulo de despropósitos declarativos de los últimos días, sólo puede explicarse desde el más absoluto desprecio a la ciudadanía por parte de quienes están especialmente obligados al máximo respeto.
¿En qué planeta vive un ministro de Hacienda que como Cristóbal Montoro niega la evidencia palmaria de que en este país los salarios han caído en picado? ¿En cuál un Presidente del Gobierno es incapaz de hacer la más mínima rectificación? ¿De qué guindo se ha caído la Vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, para criminalizar a más de medio millón de desempleados, acusándoles de un fraude sólo existente en su enfermiza imaginación? ¿Qué se fumó Gallardón antes de asegurar que las beatificaciones del domingo no revestían carácter político, cuando miles de víctimas de la represión franquista siguen sin identificar en cunetas y barrancos de nuestro país? ¿Qué medicación caducada ingirió Rajoy cuando afirmó a una publicación austriaca que “Exigimos sacrificios pero repartimos las cargas de forma justa”, cuando la inmensa mayoría de las medidas adoptadas por su Gobierno, han machacado a los trabajadores y favorecido a la oligarquía de este país? ¿De qué frenopático se escaparon los sindicalistas que tras insultar y amenazar a la jueza Alaya, aseguraron sin inmutarse que calificativos como “fea”, no se dirigían contra ella, sino contra la policía?
Lo preocupante de un escenario como el que nos dibujan anteriores declaraciones, es la abismal distancia que dibujan entre la realidad en que vivimos los ciudadanos y la ficción en que están instalados nuestros dirigentes. Mucho me temo sin embargo, que a la luz de las últimas encuestas, según las cuales el PP volvería a ganar las elecciones, la hoja de ruta de Génova y Moncloa será la de “corregilla y no enmendalla”, recomendada por Pedro Arriola y aceptada con extraordinario agrado por Mariano Rajoy y sus corifeos.
A la luz de todo lo anterior, no es de extrañar el divorcio, cada día más radical, entre la sociedad y sus dirigentes, fenómeno que para cualquier observador mínimamente avispado reviste una extraordinaria gravedad, pero que para quienes lo están provocando, no pasa de un mero episodio coyuntural. Un error que puede ser irreparable para todos menos para nuestros “moderadamente impresentables”.
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