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El otro pan de los comedores de trigo

"No somos recortables"

María Iglesias

Sufrimos una crisis económica brutal. La falta de expectativas empieza a concretarse en brotes de crispación y hasta violencia (pocos para la que está cayendo señalan, por ejemplo, textos compartidos en la Red como ¿Por qué no estalla una revolución?). Es el caso de la batalla campal en Melilla, donde el reparto de empleo público fue insuficiente para los vecinos de barrios asolados, hace años, por el paro, la pobreza y el fracaso escolar. Ha empezado la cuenta atrás a las Europeas de mayo y se percibe sprint entre los partidos tradicionales y el activismo cívico. El Partido X inicia una gira -a final de enero- en Sevilla y en la que de las quince ciudades, seis son andaluzas. Este sábado 11 se reunió en el Ateneo de Madrid la Asamblea 14-D que creó una Promotora provisional “para intentar por todos los medios llegar preparados a los comicios”.

En este contexto económico-político, la crisis cultural no se ve prioritaria. “Ni hay conciencia de ella y las medidas que se toman tienden a empeorarla” afirma en “Tres crisis, tres retos” Francesc de Carreras -catedrático de Constitucional de la Autónoma de Barcelona. Para luego preguntarse: “¿La tendencia pedagógica a educar casi exclusivamente para ejercer una profesión no descuida otros aspectos tanto o más importantes como son los morales, artísticos y filosóficos? ”

Según la máxima de que “lo urgente impide afrontar lo importante” se pretende centrar los esfuerzos en la reactivación de una actividad empresarial e industrial capaz de crear empleo -o frenar su destrucción. Apuntando a esa línea se propone seguir el modelo estadounidense de educación primaria volcada en sembrar emprendedores en las aulas por el simple juego del “Show and tell” en que cada niño lleva un juguete a clase y trata de convencer a sus compañeros para que lo elijan “el más molón de la semana o mes”. En la enseñanza superior la clave parece ser -camino que trazó el Plan Bolonia- vincular Universidad y empresas. De forma que, me temo, las investigaciones sean cada vez más rehenes de las marcas que las pagan. Ya el documental Inside job mostraba cómo informes universitarios avalaban la solvencia de Islandia o Lehman Brothers poco antes de que colapsaran, condicionados por quiénes los financiaban.

La apuesta por la educación y cultura, si existe alguna, se concibe desde un prisma meramente instrumental. En vez de reforzar la inversión en la escuela pública, básica para llegar a la situación -no ideal, sino justa- en que el hijo de un trabajador tenga iguales oportunidades que el de un privilegiado, se cargan los platos rotos por los desmanes de bancos, cajas, Nóos, etc. sobre este servicio básico. Se sube el IVA a las obras culturales de modo exhorbitante y se hace ver que música, películas, libros son sólo productos de consumo para el tiempo de ocio. Pelín más glamuroso que una parrilla de barbacoa, a la hora de regalar, pero sin mucho más interés ni utilidad.

Aquí es cuando niego la mayor: la cultura no es un aderezo para horas de solaz, sino alimento diario indispensable. Para empezar porque, como Mario Vargas Llosa ha argumentado veces incontables, quizá lo que más define al humano es el hecho de albergar una sola vida, como los demás seres de la creación -hasta que se demuestre si hay segunda partida celestial-, pero anhelar decenas, centenares de vidas paralelas, simultáneas. Sólo el cine, la música, la literatura, cuadros, esculturas, instalaciones, performances nos asoman a esas otras existencia, a la trascendencia. (El arte no es necesario para sobrevivir, ni tampoco el amor. La especie para perpetuarse se basta con el sexo y, si acaso, el deseo. El individuo podría sólo alimentarse, defecar, procrear. Pero, esa supervivencia, ¿sería vida?)

Más aún, el choque entre vida soñada y real pare una poderosa potencia transformadora. De ahí, que las dictaduras censuren la cultura y nuestro sistema -al irse deteriorando, al pervertirse- la arrincone, buscando protegerse. Desesperadamente.

En medio de la maraña involucionista que nos atrapa, tenemos que dar con un claro de bosque en que pensar en la crisis cultural. Frenar y revertir la Ley Wert, por supuesto, pero también sortear el peligro de las supuestas soluciones neoliberales-mágicas para nuestras aulas. No espolear a los chiquillos hacia el cajón más alto del podio en el Informe Pisa, si eso conlleva un escalofriante aumento de suicidios de estudiantes, que es lo que ocurre con la “campeona Pisa actual”: Corea del Sur.

Recogiendo una propuesta de Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido, es urgente la “pedagogía democrática”: enseñar democracia “porque no es natural. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles”.

Y, en contra de lo que se está haciendo, recuperar las humanidades: la filosofía, las lenguas clásicas, la literatura e historia que no generan ingresos ni empleo, pero ponen los cimientos de un ciudadano crítico, exigente, contestatario, justo el que el poder no suele querer porque es más difícil de gobernar, el que es soberano.

Lo acaba de explicar muy bien en un reportaje de Juan Cruz, José Luis Pardo, catedrático de Corrientes actuales de filosofía de la Complutense de Madrid: Alguien puede tener la ilusión de que, con estos cambios neoliberales en la cultura educativa, nuestra sociedad volverá a la prosperidad (...) Pero (...) esa presunta riqueza hoy añorada puede ser otra forma de pobreza (...)Y para combatirla no sirven los discursos propagandístico-ideológicos ni los rankings internacionales. Filosofía, humanidades son lo único con que alimentar un hambre de la que quieren quitarnos hasta el gusanillo, a ver si a fuerza de disimular nuestra indigencia cultural nos resignamos a ser pobres de espíritu, sumisos y tristes.

Porque los “comedores de trigo” -como en la Odisea nos llama Homero- no sólo comemos pan; junto al empleo necesitamos exigir cultura para la libertad.

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