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Y para ti, ¿qué es la Semana Santa?

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Rancio

Normalmente, solemos explicar qué es algo contando a lo que se parece, para lo que sirve o el material del que está hecho. Pero hay otras veces en las que lo que se quiere dibujar es tan complejo que sirven más los detalles que los todos, las voces bajas que los discursos.  

 

La Semana Santa es una de esas historias que es mejor dibujar detalle a detalle, y no perfilando siluetas.

 

La Semana Santa es ese niño al que no le gusta todavía, pero que el lunes siguiente al Domingo de Resurrección se siente raro por no poder hablar de nada en la charla del recreo. La define que es el recuerdo de la primera vez que nuestros padres nos dejaron salir solos, y volvernos en un autobús nocturno. Es el arreglarnos, cuando dudamos si somos niños u hombres, para ver a un Cristo, pero por si viene aquella niña de la que años después no recordarás el nombre, pero sí que te echaste colutorio por impresionarla, no sabías cómo funcionaba, te lo tragaste, y te pegaste toda la tarde soltando flatos y casi pompas.

 

Habrá pocas cosas que cuenten la Semana Santa mejor que el tono de voz de un abuelo que explica detalles de La Borriquita a su nieto. Y seguramente, una de las que lo cuente mejor aún sea la cara de atención del niño.

 

Todos estaremos de acuerdo en que la Semana Santa es hacer una bola de cera. Es aprender de picaresca pensando que si haces la bola de papel de plata más gorda, tendrás una bola grande en menos tiempo. Es la discreción de espía de la CIA con la que algunos nazarenos te dan un caramelo. Es su guante blanco, la autoridad del diputado de tramo que no deja pasar por el medio, la leyenda de que hay algunos que tiran cera derretida por la espalda del que cruza, el tener el mapa mental de la ciudad e ir corriendo a una calle antes de que llegue tal hermandad y la corte.

 

Desde luego, es el traje blanco de un cani, el botellón que hacen los que en vez de ir a “ver pasos” quedan para “beber pasos”. Es el grupo de abuelas que se enfada porque hablas ¿alto?, la que se pone en guardia porque lleva horas esperando y tú te has puesto delante, la misma que, pasado un rato, se rinde, te sonríe, y se sienta en su sillita plegable aunque no esté permitida. “Las varices, hijo”.

 

Es el que en noviembre escucha una banda de cornetas y se queja en Facebook: “¡En esta ciudad es Semana Santa todo el año!”. La soberbia que le añadimos a los que ven los pasos desde los balcones cuando los miramos desde abajo, la dignidad con la que los tiesos decimos “¿Una silla en Carrera Oficial? Así no se disfruta la Semana Santa, hombre, hay que patear, meterse en bullas”.  

 

Yo veo la Semana Santa en los narradores de televisión, contando con ese tono de conversación de misa lo que estamos viendo, en el temor a que llueva, a que pase lo que en el 2.000, en las croquetas de bacalao, en las cervecitas con amigos o en las familias pijas que llevan vestidos a los cuatro hermanos iguales.  

 

La Semana Santa es gente que vota al Partido Popular viendo una virgen con las lágrimas saltadas, gente que vota a Podemos saliendo de nazareno, gente que vota al PSOE en una igualá, gente que vota a Ciudadanos esperando a su hijo con el bocadillo, gente que vota a Izquierda Unida diciendo ilusionados “¡Ya se ve la Cruz de Guía!”.

 

La Semana Santa es un paso de cebra lleno de cera que matará a 1.000 ó 2.000 ciclistas, también es irse a Matalascañas, o a Chipiona, es escuchar las zapatillas de costaleros arrastrarse, es el sonido anacrónico del Muñidor de La Mortaja, es el Petaito de Montesión, es Silvio encendiendo un cigarro de un cirio, borracho como una cuba.

 

La Semana Santa es un espejo roto, imposible de dibujar porque según quién lo mire verá pedazos distintos de uno mismo, pero se parece mucho a un Llamador arrugado el día después de todo, con mil calles subrayadas y vividas.  

 

La Semana Santa se parece mucho también a un corazón que, si alguien no hubiera puesto la feria tan cerca, se marchitaría de ausencia. 

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