365 primeros de mayo

A punto de conocer los datos de la EPA del (según el Gobierno) “triunfal” primer trimestre de 2014 y a 48 horas de la conmemoración del día de los trabajadores, las estadísticas siguen siendo tan tozudas y demoledoras para los trabajadores que parece inexplicable que todo el calendario no sea 1 de mayo.

Por más que desde el FMI, el BCE, la UE, el BE y media docena más de sopa de letras nos lleguen ostentóreos cantos de sirena sobre lo bien que va la economía española; aunque los banqueros patrios saquen pecho con los beneficios de un sector que ha arrruinado el estado de bienestar de este país; y por más las empresas del IBEX presuman de dividendos récord, lo cierto es que en España se viven dos realidades paralelas que difícilmente se encontrarán: la de ese gran capital al que le van tan bien las cosas y la de la inmensa mayoría de los ciudadanos que asisten angustiados a la paulatina pérdida de aquellos derechos que garantizaban su tranquilidad.

Con más de un millón cuatrocientos mil andaluces en el paro y un 60 por ciento de jóvenes sin empleo, con 139.000 familias sin ningún ingreso en nuestra comunidad, escuchar esta semana a una cualificada representante de ese empresariado al que tan bien parece irle la fiesta exigir una rebaja del salario mínimo a jóvenes que no cuentan con una formación cualificada y calificarlos poco menos que de inútiles prescindibles, pone de manifiesto hasta qué punto el alto empresariado de este país está encantado con esta situación.

Los datos macroeconómicos y el empleo

Es posible que todos los datos macroeconómicos, de los que tanto presume Rajoy, apunten a que estamos saliendo de la crisis, pero no lo es menos que los que se refieren al empleo, disminución salarial, pérdida de poder adquisitivo o recortes de derechos sociales no dejan adivinar esa salida a millones de ciudadanos.

Si añadimos los vergonzosos escándalos -ERE y cursos de formación- con los que algunos desaprensivos de la política, el empresariado y los sindicatos se han lucrado de fondos destinados precisamente a combatir el drama del desempleo; una reforma laboral que ha suprimido de un plumazo los derechos conquistados durante décadas por los trabajadores, dando el mango de la sarten a un empresariado que amortiza empleados como el que oye llover, llegaremos a la conclusión de que el personal está demostrando una paciencia a prueba de atracos.

Por si todo lo anterior fuera poco, los mecanismos de seguridad de los que nos habíamos dotado para situaciones adversas también están resultando escandalosamente fallidos. Ahí está el Fondo de Garantía Salarial, último salvavidas económico para los miles de trabajadores, con quienes sus empresas incumplieron sus obligaciones y que cuando más falta hace, se encuentra en una especie de coma profundo que obliga a esperar hasta dos años para cobrar cantidades imprescindibles para la supervivencia de esos trabajadores.

Mientras la sensación de indefensión -laboral y social- de la mayoría se acentúa, parece acrecentarse la impunidad de quienes han aguardado agazapados a que llegara su momento, con un Gobierno a su servicio y un escenario que justificará todas las tropelías con las que siempre soñaron, pero jamás se atrevieron a perpetrar en circunstancias de normalidad.

El panorama diario podría llevarnos a la conclusión de que cada hoja del calendario llevara impresa la fecha del 1 de mayo y las movilizaciones laborales se sucedieran sin interrupción un día sí y otro también. No es así aunque sobren los motivos y esa es la coartada en la que se escuda el Gobierno para sacar pecho sobre el éxito de sus reformas, aunque sólo se hayan diseñado para favorecer a los de siempre en perjuicio de una mayoría exprimida y expoliada.