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Ella que siempre reía

Susana Díaz, dirigiédose a la rueda de prensa tras la victoria socialista el pasado 22 de marzo / Foto: L. Serrano

María Iglesias

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La princesa del pueblo andaluza se muestra más oscura, no por un cambio del tinte, taciturna. “Ella que siempre reía y presumía de que partía los corazones”.

No bastan piropos de corifeos, en las filas del partido ni en las tribunas afines nombrándola mirlo blanco, Esperanza de Triana de la socialdemocracia para constituir un Gobierno.

Ni siquiera ganar con claridad las elecciones autonómicas. Las reglas dictan que, si no se obtiene -como es el caso- la mayoría absoluta, hay que que conseguir pactos. El PSOE los dio por hechos casi antes de acabado el recuento. Pero han pasado las semanas, y las dos votaciones de investidura que en principio se pensó que bastarían y Susana Díaz ha cosechado noes de todos los grupos menos el suyo: PP, Podemos, Ciudadanos e Izquierda Unida.

Su reacción ha sido calificar de “surrealista” el que quienes no van a formar alternativa de gobierno, impidan que la cámara le encomiende a ella la constitución del Ejecutivo. Pero es el legítimo derecho del resto de partidos.

Manifiesta que “tarde o temprano” pasará de presidenta en funciones a presidenta sin calificativos porque es el futuro más probable tras las municipales -y autonómicas en el resto de España- del 24 de mayo. Pero incluso está previsto en el ordenamiento que si no se llegara a acuerdo se repetirían los comicios regionales. Y surrealista o no, eso es lo que consigna la ley y lo que habrá que respetar. O cambiarlo, según los pasos estipulados. Igual que ocurre con la Constitución, la Ley electoral, todo ese corpus legal que cuando conviene se considera inmutable Palabra de los Padres de la Patria, casi como encarnación del Padre Dios.

Nadie -casi- cree que se llegue al extremo de tener que convocar unas nuevas elecciones a la Junta de Andalucía. Sería un engorro para los ciudadanos y una ruleta rusa en lo que respecta a los resultados que las distintas opciones políticas cosecharían. ¿A quién convendría? ¿Quién sería penalizado?

Existe, por contra, bastante consenso acerca de que la situación se desbloqueará cuando hayan pasado las votaciones locales. Y es eso lo que Susana Díaz critica por ser “tacticismo político”.

Natural. Más aún, coherente. Porque nadie como ella es ajeno a semejantes tejemanejes. Ella, que jamás convocó elecciones, según beneficiaba a sus siglas, ni a las fechas en que Griñán y Chaves tendrían que dar cuenta de los EREs en el Tribunal Supremo, ni a su interés a la hora de posicionarse como una alternativa al Secretario General, Pedro Sánchez. Ella que ha decidido, en exclusiva, “siempre pensando en Andalucía”.

El pacto con Izquierda Unida se hizo de pronto insostenible porque Valderas (¿recuerdan?) quería ir a los campamentos saharahuis. Ah no, que era porque Maíllo pensaba consultar con las bases si consideraban cumplidos los puntos del pacto de Gobierno. El caso es que la situación era inestable. Ahora en cambio... no hay más que verlo.

El escenario se va aclarando

En serio, el escenario se va aclarando: hasta que pasen las municipales no parece que vaya a haber ningún acuerdo porque cada partido está esperando a ver qué depara el reparto de la baraja para saber si subir la apuesta o bajarla.

Si al PP de Zoido, en Sevilla, o de De la Torre, en Málaga, le sale el naipe de la lista más votada podrá canjear con Díaz esa abstención en el Parlamento que la haga presidenta a cambio de los gobiernos de una o sendas capitales.

Podemos y Ciudadanos, por su parte, intentarán presionar en sentido opuesto, para alcanzar gobiernos de coalición en ayuntamientos. Y si Izquierda Unida o Unión, Progreso y Democracia no pueden hacer esas cábalas es porque, de un lado, están acuciados por el reto de sobrevivir y, de otro, sus exiguos apoyos no bastarían al PSOE.

Y no hay que demonizarlo. Así es la democracia. Este sistema imperfecto nuestro que es el mejor que conocemos. Lo más que surrealista, esperpéntico -además de inútil-, es sobreactuar llevándose las manos a la cabeza.

En especial cuando, además, en este caso resulta poco creíble que una lideresa que para sí querría de protagonista un autor como Maquiavelo no hubiera caído en la cuenta de que el calendario electoral podía dar lugar a la actual coyuntura.

A ver si la sonrisa -más de Massiel que de Gioconda- de la noche electoral va a ser fruto de la ingenuidad. Hombre, sería una pena, porque provocaría una bajada en picado del valor de mercado de esa presupuesta inteligencia en cuya guía, faro, tantos depositan tan grandes expectativas.

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