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La situación del Mercado de Trabajo español

Carlos Usabiaga

Catedrático de la UPO —

Es difícil valorar, tras algo más de un año, los efectos de la última reforma laboral (Real Decreto Ley 3/2012, de 10 de febrero), ya que hay medidas cuya implementación en la práctica lleva tiempo. Desde luego, los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre de 2013 nos indican que no se ha producido ningún milagro, sino más bien una inercia negativa (número de parados, tasa de paro, destrucción de empleo, etc.), y ello a pesar de que la Semana Santa fue en Marzo (primer trimestre).

Las cifras de paro, además, se están incluso distorsionando, por el “efecto desánimo” que se va extendiendo entre los buscadores de empleo, lo que les lleva a abandonar la población activa y por tanto el paro, por lo que deberemos concentrarnos en las cifras de empleo.

En los últimos trimestres se ha observado una mejoría de la competitividad de la economía española en comparación con la zona euro en términos de productividad y coste laboral unitario, pero en ello ha tenido mucho que ver la severa destrucción de empleo española; aunque también es cierto que las remuneraciones de los asalariados se han moderado más en España que en la zona euro, y en eso sí puede tener que ver la “amenaza” que suponen los instrumentos que ha puesto la reforma laboral en manos de los empresarios, como la regulación más laxa del despido por causas económicas, la mayor flexibilidad interna, la posibilidad ampliada de descuelgue de convenio, la no necesidad de autorización administrativa para los despidos colectivos, etc. En suma, el péndulo negociador ha sido empujado en favor de los empresarios.

Elementos de la reforma

Los trabajadores parecen haber respondido a todos esos instrumentos potenciales, y a las altas cifras de paro, aceptando, a la fuerza, una mayor flexibilidad laboral y una mayor moderación salarial. Los defensores de la reforma señalan que la reducción de los costes de despido de la contratación indefinida y la mayor flexibilidad espoleará la contratación cuando la economía se “normalice”; el problema es que la reforma sólo ha conocido hasta ahora la recesión y, en ese contexto, lo que se ha observado más bien ha sido una segunda oleada de destrucción de empleo, de amplio espectro.

También indican los defensores de la reforma que, sin sus instrumentos de flexibilidad, habrían cerrado aún más empresas; posiblemente sea cierto, pero hay que sopesar ambos lados de la balanza (pensemos por ejemplo en la relación entre la “calidad” del empleo y la productividad). Otros elementos de la reforma fueron (i) la eliminación del “despido exprés”, (ii) la eliminación de los salarios de tramitación, (iii) la prioridad aplicativa de los convenios de empresa (descentralización) y (iv) la eliminación del principio de ultraactividad (lo que obliga a renegociar los convenios cumplidos).

De estos cuatro elementos, en mi opinión, el primero es positivo, el segundo puede tener como efecto colateral que el trabajador pierda poder de negociación, el tercero hay que articularlo bien, dada la reducida dimensión empresarial española, y el cuarto es positivo. De todas formas, mi experiencia en estos temas me indica que hay que estar siempre pendientes de los posibles comportamientos estratégicos de los agentes ante las reformas.

Extiendo esto a las bonificaciones que se han introducido hacia ciertos tipos de empresas y la contratación de ciertos colectivos de buscadores de empleo (emprendedores, empresas pequeñas, trabajadores jóvenes, etc.). Estas prácticas pueden provocar que otros tipos de empresas y colectivos de trabajadores puedan resultar perjudicados relativamente, además de observarse comportamientos empresariales estratégicos si las medidas no están bien diseñadas (cuantías, plazos, etc.). Experiencias anteriores en este campo han recibido evaluaciones no muy positivas; quizás sería mejor gastar ese dinero en ofrecer más formación y fomentar el reciclaje profesional. Resulta preocupante la poca atención prestada a las políticas activas del mercado de trabalo en un momento como éste. La reforma también recoge otras medidas menores o que están pendientes de implementarse (como el mayor papel de las ETT), que no voy a comentar por falta de espacio.

¿Y qué esperabais?

Como interesado en la Macroeconomía y la Economía Laboral, no puedo dejar de resaltar en estos momentos la importante relación entre ambas disciplinas. Dados los datos de las últimas décadas, la economía española debería crecer en términos reales más del 2,5% anual para poder reducir la tasa de paro (ley de Okun). Pero para este año esperamos recesión (crecimiento negativo), y para los próximos un crecimiento bastante inferior a esa cifra señalada. Y ello sin “mentar a la bicha” (crecimiento sin empleo): experiencias recientes de países desarrollados que han salido de las crisis con escasa generación de empleo neto (por cuestiones tecnológicas, de organización industrial, reajustes sectoriales, etc.).

Ante la situación actual de la economía española y de su mercado de trabajo, algún viejo keynesiano nos espetaría: ¿Y qué esperabais? Nos enfrentamos a unas elevadas cifras de desempleo, a una demanda interna muy débil, a un canal del crédito bloqueado hacia familias y empresas, a un sector privado muy apalancado financieramente, a políticas fiscales restrictivas, a unas economías europeas que no terminan de despegar, a una moneda relativamente fuerte, etc.

La reforma laboral ha contribuido en la posible vía de salida de la crisis basada en la “devaluación interna”, pero no olvidemos que para ser competitivos hay que prestar atención a muchos más factores aparte del salario (coste de otros factores productivos, tecnología, costes financieros, etc.); además, con la moderación salarial se puede ser más competitivo exteriormente, pero a la vez se desinfla la demanda interior.

Por otro lado, la senda de crecer por el sector exterior no se ajusta mucho al patrón que la economía española ha seguido hasta esta coyuntura, especialmente si no se puede devaluar la moneda, por lo que supone en cierto modo una reconversión económica. Para colmo, la incierta evolución económica de nuestros principales socios comerciales está frenando últimamente la expansión de nuestras exportaciones, que deberían redirigirse hacia otros mercados.

Como se ve, hay que sopesar el peso relativo de los multiplicadores fiscales, los multiplicadores exteriores, etc. Es cierto que la holgada colocación reciente de deuda pública y la caída de la prima de riesgo está haciendo llegar algo de oxígeno a nuestra economía enferma, pero, a pesar de ello, sin alcanzar un crecimiento razonable, la bola de nieve de la carga de la deuda pública no parará de crecer, a mayor o menor ritmo, dependiendo de sus factores determinantes. Si no se produce una fractura de la zona euro, podemos decir que, dada la situación descrita, estamos básicamente en manos de “agentes externos”.

Única salida

Sin contar con una cierta quita de nuestra deuda, nuestra única salida pasa por un ritmo pausado de rebaja del déficit público, por unas buenas condiciones de financiación de la deuda pública auspiciadas por el Banco Central Europeo (BCE), porque los países de la zona euro que no tengan serios problemas económicos, y especialmente Alemania, apliquen unas políticas más expansivas, que tiren de nuestro sector exterior, y por unas ayudas europeas más reorientadas hacia las políticas activas de empleo en favor de los países con mercados de trabajo más desfavorecidos.

Hasta este momento, la empatía económica de Alemania y sus países satélites hacia la situación española ha sido prácticamente nula, como muestra por ejemplo la vinculación del rescate bancario a nuestros indicadores de endeudamiento público. En este contexto financiero y de endeudamiento, y con los instrumentos de política de demanda (básicamente, tipo de cambio, política monetaria y política fiscal) en manos externas, o prácticamente bloqueados desde el exterior, desde el punto de vista interno sólo cabe trabajar en las políticas de oferta o estructurales (competencia, estructura del sector público, energía, etc.), políticas que en algunos casos tardan bastante en producir sus efectos favorables.

En suma, en mi opinión, sin un verdadero compromiso por parte de la Unión Europea, el BCE y la zona euro, la economía española no puede salir, en un plazo razonable y en unas condiciones razonables, del agujero en el que se encuentra postrada, y cuyos indicadores laborales más graves son quizás el 27,1% de tasa de paro, más de 6,2 millones de parados y sólo algo más de 16,6 millones de ocupados (sobre una población de unos 47 millones), cifras que son aún más graves en ciertas Comunidades Autónomas, como Andalucía.

Tampoco se ha avanzado apenas en la fortaleza del empleo indefinido y la reducción de la precariedad laboral. De todas formas, si la economía española no alcanza una cierta velocidad de crucero, no tiene mucho sentido valorar el efecto de ésta o de cualquier otra reforma laboral.

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