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Susana sí, Pedro tampoco
Dicen los veteranos que nunca, desde el pulso entre guerristas y renovadores de finales de los 80, el PSOE había estado tan dividido ni se había enfrentado a una situación tan crítica. Con el agravante, nada banal, de que entonces el partido ocupaba el Gobierno de España y contaba con el apoyo de más de nueve millones de votos. Hoy, las sucesivas debacles electorales desde el año 2011 y una guerra interna que se prevé sangrienta amenazan con conducir al partido, no a un fin de época, sino como hace un tiempo escuché decir con pesadumbre a una destacada personalidad socialista, a un “fin de historia”.
La batalla por el poder entre Pedro Sánchez y los principales barones territoriales, que hasta ahora se desarrollaba en la semisuperficie, ha salido definitivamente esta semana a campo abierto, tras el órdago lanzado por el secretario general: convocar primarias y un congreso federal para blindar su posición antes de las previsibles terceras elecciones.
Cree Pedro Sánchez que los problemas del PSOE se resuelven manteniéndose él al frente del partido, y creen los barones (y baronesa) que el problema número uno del PSOE se llama Pedro Sánchez. Y todos los movimientos que unos y otros han realizado en el último año van enfocados a ese objetivo. Si en primavera los barones querían un congreso para quitar al secretario general, ahora lo ven precipitado y ventajista. Y al revés: el mismo Pedro Sánchez que proclamaba “primero gobierno, luego partido”, ha dibujado un calendario a su medida con el propósito de cortocircuitar a los críticos.
El relato político del secretario general tiene, por su sencillez, una penetración rápida entre muchos votantes socialistas: “Un no a Rajoy es un sí a Sánchez”, mezclando en un totum revolutum tan tramposo como útil para sus propios intereses la formación de un Gobierno de cambio, las primarias para elegir candidato y un Congreso del partido en el que se elija una nueva dirección.
En el fondo, ambos bandos se equivocan. Ambos bandos están (o se hacen) los ciegos. Porque el principal problema del PSOE español no es -o no solamente- su líder, sino su creciente irrelevancia entre los ciudadanos, su superficialidad, la falta de una identidad política reconocible, el desdibuje de su marca y de su proyecto. Hasta el punto de que la formación que acuñó con acierto el lema de ser “el partido que más se parece a España” se ha acabado convirtiendo en un partido que en ciertos aspectos ha dejado incluso de parecerse a sí mismo.
Mientras nada de esto se resuelve, mientras casi nadie habla siquiera de ello, muchos ciudadanos asisten desencantados a una lucha en la que, como en la película, sólo puede quedar uno. Un líder o lideresa que, si nada lo remedia, puede acabar la guerra celebrando la victoria, los brazos en alto, sobre una montaña de escombros.