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La proporción de ingredientes cambia la receta 'Tres Derechas'

Santiago Abascal y Pablo Casado en la constitución del Congreso de los Diputados este diciembre.

María Iglesias

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Hubo un tiempo que hoy suena a Pleistoceno, en que Ciudadanos pareció el recambio o evolución natural de un Partido Popular atenazado por casos de corrupción y con un estilo rancio que no gustaba a los jóvenes votantes de derechas. Los hijos de populares iban en familia al colegio electoral, elegían las papeletas naranjas y sus padres miraban con simpatía la rebeldía juvenil de querer regeneración, cambios. Sobre todo, cuando Ciudadanos se convirtió en la apuesta del gran empresariado. Quizá sea la clave: ¿El dinero ha cambiado de bando?

Los votos sentenciaron el auge y caída del partido que lideró Albert Rivera. Pero mientras, parte del poder económico pensó que los infames Gürtel, Bárcenas, Púnica, Brugal, Lezo ya olían a viejo, que bastante se purgó con la moción de censura que sacó a Rajoy del Gobierno. Dudaron si era mejor delfín Rivera o Casado. Y en esto irrumpieron los doce jinetes del Apocalipsis en el Parlamento de Andalucía, voxeando reconquistar España para el imperio de la ranciedad.

Cierto que Vox y Ciudadanos son escisiones de la casa común de la derecha que crearon Fraga y Aznar al refundar Alianza Popular como PP. Pero también que la receta Tres Derechas cambia de resultado según la proporción de ingredientes.

La censura parental, síntoma de la deriva radical

Estos días vemos el primer pulso que marcará el futuro de la derecha en España. El veto de los padres a la educación en valores constitucionales como la igualdad de género y diversidad sexual del gobierno de Murcia podría repetirse en Madrid y Andalucía pues también aquí PP y Cs necesitan a Vox para gobernar. En noviembre la Junta andaluza respondió a Vox que lo que ellos llaman “pin parental” choca con la ley estatal y andaluza, pero igual pasa en Murcia y allí conculcar la ley no ha sido freno de momento. Además, en noviembre estábamos ante el Casado moderado que el 11-N sacó 88 escaños tras caer, en las generales de abril, de 137 a 66 por su seguidismo de Vox.

Hoy, de nuevo, los líderes nacionales del PP, Casado, Egea, Álvarez de Toledo parecen encantados con el radicalismo en fondo y forma. Si esto pasa cuando Vox no forma siquiera parte del gobierno, ¿podemos imaginar qué ocurriría si tuvieran consejeros o... ministros? ¿Y si Vox, tras dejar a Cs en la cuneta, fagocitara al PP?

¿Creen los cuadros populares que eso no puede pasarles a ellos? ¿Acaso en Italia La Liga de Salvini no ha rebasado al Forza Italia de Berlusconi, y en Francia los de Le Pen no eclipsan a la histórica derecha gaulista? ¿Dónde está la derecha tradicional de Brasil desde que Bolsonaro es presidente?

Un problema de apostar por la radicalidad en vez de reafirmarse en los derechos humanos y la democracia como gestión de las discrepancias es que siempre hay alguien más salvaje. De hecho, el muy ultra presidente basileño acaba de destituir a su ministro de Cultura por citar al jefe nazi Goebbels diciendo que el arte estará al servicio del proyecto político “o de lo contrario no será”. No es que tal barbaridad haya espantado a Bolsonaro, sino que la gran comunidad judía en Brasil, clave en su financiación, elección y acercamiento al radical primer ministro israelí Netanyahu, se ha impuesto.

Hay rumbo para la derecha democrática: Alemania

¿Alguien osará decir que Angela Merkel, madre de la asfixia presupuestaria tras la crisis-estafa financiera de 2008, promotora de la imposición de recortes en Europa para devolver los créditos a la banca, urdidora de esa trama de hombres de negro y troikas es una bolchevique, sovietista y castrista? Algún barón popular o mejor un asesor de su confianza, podría hacer notar a Casado, que la adjetivación exagerada desconecta al PP de la realidad ciudadana y también que sigue habiendo un camino para la derecha democrática. Véase Alemania.

Allí no sólo Ángela Merkel, sino toda su CDU, pero también su socio de gobierno e igualmente derechista Unión Social Cristiana se niegan a pactar con la ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD). Lo que une a la derecha, al centro-liberal y la izquierda democráticos es más fuerte que sus legítimas discrepancias ideológicas: el compromiso por la convivencia en paz.

Y quienes amenazan la coexistencia son AfD que criminaliza a personas y colectivos y sus secuaces que les disparan: tanto a Walter Lübcke, de la CDU de Merkel, asesinado el 2 de junio –por defender la acogida de migrantes-, de un tiro en la cabeza, cuando estaba en la terraza de su casa, como el socialista Karamba Diaby, primer diputado del Bundestag nacido en África (Senegal) cuya oficina acaba de ser tiroteada y con quien se ha solidarizado enseguida la presidenta alemana.

El jueves pasado los eurodiputados del PP español abandonaron al PP europeo para unirse al eurogrupo que integra a Vox (y paradójicamente también al partido independentista flamenco N-VA que apoya a Puidgemont) para oponerse al control de la deriva autoritaria de Orban en Hungría y Kaczynski en Polonia.

¿De verdad el PP y lo que queda de Cs quieren un mañana, que ya despunta en Andalucía, con Vox de socio en el Gobierno, quizá hasta por delante de ellos? ¿Ese es su proyecto liberal y libertario para la sociedad? ¿Es lo que quiere nuestro empresariado? ¿Qué vanguardia, cosmopolitismo, rol en un tablero global que clama por el multilateralismo frente a la catetura autárquica de Trump y el Brexit puede esperarse de la agresiva y machista Caballería de la Caspa?

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