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La victoria de Aylan 

Un grafitti que emula la fotografía de Aylan en la playa frente al río Main en Frankfurt. / Michael Probst - AP Photo

María Iglesias

El niño sirio kurdo de 3 años Aylan Kurdi murió el 2 de septiembre del año pasado. Su cuerpo, ahogado, se convirtió en símbolo de los  naufragados en su huída de la guerra en Siria y del ISIS también en Irak, Afganistán, Paquistán, Bangladesh... Este viernes 2 estamos convocados en Ávila, Barcelona, Castro Urdiales, Madrid, San Sebastián, Sevilla (Alameda de Hércules, frente a la Casa de las Sirenas, 21.00h) y Zaragoza al acto “Aylan y los ángeles del agua” en memoria de los ahogados en el Mediterráneo y para “decir que no están solos”, vía vídeo-conferencia, a los supervivientes que están en campos de refugiados de Mitilene y Tesalónica (Grecia) . 

La imagen del niño nos revolvió la conciencia. Nuestros gobernantes, atentos a efectos electorales, decidieron ese septiembre de 2015 acordar el reparto en Europa de 180.000 refugiados. España se comprometió a acoger a 17.780 de los que sólo han llegado unos 300. Pero pasado un año, no sólo no se ha resuelto la tragedia, sino que se ha recrudecido sin que paguen consecuencia alguna los responsables políticos.

Según la Organización Internacional para las Migraciones se ha pasado de un ahogado por cada 276 supervivientes en el Mediterráneo en 2015 a uno por cada 85. El lunes de esta semana la Guardia Costera Italiana, Frontex y varias ONGs rescataron a 6.500 migrantes a la deriva en aguas frente a Libia, entre ellos un bebé de cinco días. El martes 460 refugiados llegaron desde Turquía a islas griegas.

El pasado marzo se cerró la frontera de Idomeni y se aprobó un pacto con Turquía para que, a cambio de 6.000 millones de euros, el régimen de Erdogan asumiera la política de asilo europea. Se declaró Turquía “país seguro” para asombro general. El golpe de Estado turco de julio, auto-golpe o no, ha desatado la cacería contra 18.000 ciudadanos críticos de la judicatura, enseñanza, periodismo. La sociedad europea no ha tenido que esperar en este caso los 13 años del Informe Chilcot que desveló este 2016 los motivos espurios de la Guerra de Irak de 2003. En cuatro meses ha quedado claro el respeto en Turquía a los derechos humanos. Y ahora además dada su incursión en Siria se debe redoblar la alarma internacional.

El tiempo da la razón a los ciudadanos. Una y otra vez acertamos frente a los diagnósticos de nuestros mandatarios. Ellos -cabe suponer que informados por los servicios de inteligencia- ven la realidad igual que nosotros. Si se empeñan en que aplaudamos la belleza del traje nuevo del emperador es por los intereses geo-estratégicos en juego y de los que acaban lucrándose hasta personalmente. 

El poder político-económico gestiona la empresa de la guerra, cuya materia prima es la sangre de civiles. Los “daños colaterales” aumentan a diario tanto en la zona de conflicto abierto, como en territorio europeo, por los atentados. Intentar blindar la UE con sendos polis malos, Turquía en el flanco de Oriente y Marruecos aquí, es una apuesta fatal. 

Se suponía que el plan occidental era extender las democracias al mundo árabe, pero de ser así, el socio en la zona no sería la Arabia Saudí que pisotea los derechos civiles de sus nacionales, invade Yemen y financia el yihadismo.

Europeos de generaciones previas vieron otros horrores acercarse a ellos, pero fueron incapaces de reaccionar. Esos alemanes de los años 20 retratados en la apasionante Tú no eres como otras madres (Periférica & Errata Naturae). Ahora, desde la foto de Aylan, muchos ciudadanos se han movilizado, ayudan como voluntarios en las costas griegas e italianas, en alta mar, en las fronteras de la Europa del Este, pero también aquí. Todos podemos hacer algo. Por solidaridad y para, a medio y largo plazo, convivir y sobrevivir.

Tenemos enfrente, queramos verlo o no, el gran desafío colectivo de afrontar un conflicto global que puede llevarnos por delante. Aunque también existe la oportunidad de frenar esta deriva y cambiar el rumbo. Es un reto épico, como ha escrito Víctor Lapuente, a la altura de los mayores del pasado. 

Quizá no parezca épico salir un viernes 2 de septiembre a una plaza, unirse para firmar peticiones de acogida en unas tabletas (tanto de los 17.680 como de 22 refugiados especialmente vulnerables), hacerse fotos con pancartas y compartirlas vía redes sociales, clamar por vídeo-conferencia “¡Bienvenidos, amigos! ¡Estamos con vosotros!” a aquellos ubicados en campos de Grecia. Pero si se lograran movilizaciones masivas, si un clamor acabara con este sopor de investiduras fallidas y elecciones repetidas, si en vez de un fantasma, lo que recorriera Europa fuera la esperanza y personas de todas las culturas y creencias, juntas, cambiáramos el destino que escribe para nosotros las fuerzas siniestras, haríamos realidad una victoria que pasaría a los anales de la historia.

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