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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Sensatez y salud en el consumo de carne

Los españoles comen seis veces más carne de la recomendada, según un estudio

Francisco Casero / Antonio Aguilera

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Es un debate sobre el modelo de gestión del territorio, sobre salud humana, sobre biodiversidad, sobre futuro. Reducir la cuestión del abuso en el consumo de carne de la sociedad moderna a una disputa animalista es bochornosamente simplista, estúpido. Debemos consumir carne con sensatez y para tener salud, nosotros, y el planeta.

Que la producción industrial de carne es hoy, junto a la producción y distribución de energías fósiles, la actividad humana más cancerígena con La Tierra y con las personas es un hecho objetivo, palpable, evidente. La ganadería industrial es la causante del 14,5% de los gases de efecto invernadero, la motivadora del monocultivo de millones de hectáreas en todo el mundo. Se atribuye a la ganadería intensiva el 80% de la deforestación de la Amazonía. Para obtener un kilo de filete de ternera se utilizan 15.000 litros de agua. En España la ganadería industrial consume tanta agua al año como todos los hogares juntos en dos décadas. Según la FAO, nos encontramos ya en una “crisis global” de la calidad del agua, purines, antibióticos, fertilizantes y plaguicidas que contaminan los acuíferos dejando muchos pueblos sin agua potable.

Ahora bien, que la opción sea irnos al extremo opuesto, renegar de la carne, es una insensatez. En primera instancia por nuestra propia biología. Necesitamos proteínas y durante milenios nos hemos adaptado a ella. De hecho, la propia evolución humana, biológica, social, cultural está ligada a la relación con los animales, capturándolos primero, domesticándolos y manejándolos después. El libro de los gustos, las preferencias culinarias y las circunstancias climáticas y culturales necesitan su espacio y es bueno que lo tengan porque aportan sentido y salud a los individuos y a la colectividad. Solo es necesario aplicar sensatez y respeto. En el modelo de consumo, en el sistema de producción.

Porque transformar nuestros propios requerimientos biológicos y costumbres a velocidad estratosférica, haciendo apuestas arriesgadas en la aplicación de la ciencia y el metabolismo, colocando en un extremo de la cadena de producción a sofisticadas y tecnológicas instalaciones industriales y en el otro extremo, en el consumo final a cadenas de burguers, pizzas y fried chicken es una colosal aberración.

No toda la carne es igual y mucho menos el sistema de producción. La ganadería extensiva ejerce un resultado beneficioso en el territorio, permite el arraigo, potencia la biodiversidad, previene incendios, proporciona equilibrios biológicos ecosistémicos, proporciona productos de excelencia y calidad. Genera de forma amplia riqueza y empleo. Es armónica, en definitiva con el modelo de vida rural. En numerosas comarcas de Andalucía, Extremadura, Castilla La Mancha, Alentejo tiene un impacto beneficioso integral sobre el territorio insustituible por cualquier otro tipo de actividad.

La ganadería intensiva e industrial en cambio es una actividad extractiva que utiliza el territorio y su gente. Contamina suelos, necesita mucha agua, produce contaminantes, requiere de antibióticos que pasan al tracto humano, genera riqueza a un estrecho oligopolio empresarial sin conexión con el territorio. Se convierte, de facto, en una amenaza para nosotros mismos.

España es el segundo país europeo y el decimocuarto mundial que más carne consume por persona al año. En el año 2016, según Greenpeace, se produjeron en España más de 6 millones de toneladas de carne, lo que supone un incremento de casi el 850% respecto a 1961. El mayor crecimiento se dio precisamente en las ganaderías más industrializadas e intensivas, la de cerdo y aves de corral. Respectivamente un 1.550% y un 1.651% para el mismo período.

Se utiliza a los consumidores, engañándolos. En el sistema de fijación de precios hay una clara obviedad: el precio final sólo contempla los costes de producción, pero no los de extracción, reposición y restauración. Todos pagamos después mayores y dolorosos precios en médicos y hospitales, en depuradoras, en calentamiento global, en desaparición de biodiversidad. Estamos contaminando nuestro cuerpo, condenando el futuro. Si todos esos elementos se incorporasen al precio final pagado por los consumidores se evidenciaría los beneficios nutritivos, ecológicos y económicos de la carne y otros productos animales obtenidos mediante ganadería extensiva y ecológico y quedaría en evidencia el insoportable coste que supone la ganadería industrial.

Desde 2002 en que alcanzó su pico máximo, el consumo percápita en España está en descenso. Por la mayor y mejor información de los consumidores, por la apuesta por las dietas equilibradas, por la conciencia colectiva. Tenemos que mejorar nuestros hábitos de consumo y comportamiento individuales y colectivos, por simple egoísmo inteligente. Mejora nuestra salud, mejora nuestra relación con el medio. Tenemos visualizar donde está el siguiente paso: las sociedades más avanzadas son las que tienen ingestas moderadas de carne y una dieta más equilibrada. De ellas es el futuro.

Hay que seguir trabajando para evitar los proyectos de macrogranjas que tanto daño están haciendo en pueblos donde el despoblamiento impide una movilización social, otros tantos están amenazados. Hay que seguir apostando y defendiendo la ganadería extensiva y ecológica que tan bien nos ha aportado las cantidades suficientes de carne históricamente, y pueden seguir haciéndolo. Porque consumir carne de ganado extensivo ecológico no implica ir contra nadie sino defender lo nuestro. Nuestras razas, nuestro territorio, nuestra gente. Porque es la opción más saludable. Para nuestro cuerpo, para la sociedad, para La Tierra. Para el presente, para el futuro.

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