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¿Para qué sirven los lobos en Andalucía?

Foto: José Antonio Maldonado (EEA)

Jorge Echegaray, naturalista preocupado por el lobo y la biodiversidad

Los lobos son especies clave para los ecosistemas (“keystone species”). Mediante la depredación de ungulados silvestres, los lobos reducen la presión herbívora sobre la vegetación, especialmente la flora riparia, lo cual indirectamente sirve para restaurar las comunidades biológicas forestales, especialmente en el entorno de las riberas. La caza humana se ha revelado ineficiente en términos de reducción de ungulados silvestres y de mejora de la biodiversidad global, porque no sigue criterios naturales sino deportivos y recreativos (trofeos, etc.).

Poblaciones funcionales de lobos modifican y alteran la abundancia y estructura de las comunidades biológicas donde habitan, incluidas las plantas, animales, microorganismos, compuestos del suelo e incluso ayudan a mitigar los efectos perniciosos del cambio climático sobre los ecosistemas gracias a la depredación que ejercen.

Los lobos promueven las interacciones entre especies, directa e indirectamente, lo cual redunda en una mejora sustancial de la biodiversidad, contribuyendo a su conservación, restauración y funcionalidad a largo plazo. En términos ecológicos estos efectos se conocen como “cascadas tróficas”.

En Norteamérica se ha comprobado cómo la abundancia y diversidad de especies de aves es el doble en las zonas donde hay más lobos que donde apenas existen o están ausentes. A través de la depredación de ungulados silvestres (ciervos, bisontes, corzos, etc.) y las carroñas que generan, los lobos proveen de más recursos tróficos directamente a más de 20 especies de vertebrados superiores, incluidas algunas muy amenazadas (como osos pardos, buitres, etc.). Incluso la entomofauna se ha visto beneficiada por ello.

En Norteamérica se contabilizó como hasta 445 especies escarabajos carroñeros se beneficiaban de ello. Los lobos facilitan y mejoran la composición isotópica de los suelos, añadiendo entre un 20-500% más de nitrógeno, fósforo y potasio, lo cual repercute en la fertilidad, gracias a las carroñas que generan mediante la depredación.

La “ecología del miedo”

Por si no fuera suficiente, los lobos alteran directa o indirectamente el comportamiento de las especies con las que convive, especialmente la de herbívoros (que pastan  menos tiempo y lo hacen en grupos menores) y de sus competidores (conocidos como mesodepredadores, tales como coyotes, zorros, etc. a los que mata o desplaza indirectamente, tal y cómo hacen nuestros linces ibéricos, a pesar de su delicado estado de conservación), en lo que se conoce científicamente como “ecología del miedo”.

Incluso se ha relacionado su papel ecológico como elemento reductor de la velocidad y afección de enfermedades contagiosas a la fauna, ya que gracias a su depredación siguiendo mecanismos de selección natural, limita la presencia de animales enfermos y las probabilidades de contagio, ya que su mera presencia evita las congregaciones de grandes rebaños de ungulados silvestres, que pasan más tiempo de vigilancia para evitar los depredadores y dispersos por el medio natural, que alimentándose en grupo concentrados en un mismo lugar.

Son numerosos los efectos directos e indirectos que siguen aún sin conocerse, cuantificarles pero que repercuten en el puzle de la biodiversidad. Este conocimiento deriva de múltiples trabajos publicados en prestigiosas revistas científicas que alertan sobre los problemas mundiales en ecología por la desaparición de estos grandes carnívoros, particularmente los depredadores sociales que viven en manadas (lobos, leones, etc.).

Los lobos, como todos los grandes carnívoros, no son cualquier especie, y no pueden ser gestionados arbitrariamente y mucho menos, con criterios cinegéticos, desde un punto de vista de la biología de la conservación. La pérdida de biodiversidad como consecuencia de la ausencia de poblaciones funcionales de grandes carnívoros es un problema global de dimensión equiparable a la introducción de especies exóticas por los humanos, según algunas revisiones científicas.

Recuperación y conservación

En el caso del lobo, se trata además del único gran carnívoro (osos, linces y rapaces están protegidos por ley) presente de forma natural en buena parte del país. Por ello, es necesario que las administraciones, como la Junta de Andalucía, promuevan su recuperación y conservación, especialmente, desde departamentos llamados de Medio Ambiente, si lo que persigue la tan cacareada gestión pública es la conservación real de la biodiversidad y la restauración de la misma.

Mientras la gestión de buena parte del territorio andaluz obedezca a criterios donde prevalece un modelo recreativo basado en la caza “deportiva”, este territorio seguirá fragmentado en imperceptibles (para algunos) vallados (incluidos los montes públicos) que erosionan y condicionan a largo plazo una “biodiversidad a la carta”, erigiendo a los humanos en jardineros de lo “natural”, algo insostenible a largo plazo. Además, la explotación intensiva de la fauna silvestre tratada como ganado doméstico hará imposible y falaz, la conservación íntegra de nuestro patrimonio natural.

En último término, la salud ambiental a largo plazo se verá cercenada por la ausencia de comunidades de grandes carnívoros (como los lobos), y la biodiversidad andaluza estará incompleta, a pesar de que nos la vistan de “verde” y cómo los últimos paraísos salvajes (“wilderness”) de Europa. Y de esta manera, proseguiremos treinta años más escurriendo el bulto de la conservación de los lobos más meridionales de Europa.

Hacer o decir que se hace lo mismo es muy aburrido, incluso para los políticos y gestores de lo “ambiental”. Es con lobos (y todas las especies que ponen difícil la gestión porque suponen limitar nuestro ansia de intervencionismo), donde se comprueba la valentía, pericia y calidad de los buenos gestores frente a los gestores con inercias de perfil plano, por no acuñar otro término.

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