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Manolo Santander, la copla del Cádiz profundo

Manolo Santander

Juan José Téllez

A sus 57 años, Manolo Santander (Cádiz, 1962-2019) presumía de no salir de La Viña, acantonado en su barrio como si fuera un alcalde de La Caleta y tuviera que defender a dicho enclave gaditano del acoso de su propio tópico, del parque temático en que las ciudades van malbaratando su historia y su leyenda para captar la mirada polaroid de los touroperadores.

Ahora, cuando los suyos acaban de inhumarle en una intimidad que no lo ha sido tanto, aunque lejos de las ofrecidas capillas ardientes en el Gran Teatro Falla o en el Estadio Carranza, el escalofrío de los elogios recorre los medios comunicación y las redes sociales. Las emociones, reales o convencionales, viajan desde figuras artísticas como Alejandro Sanz a los inquilinos del Palacio de San Telmo, Juan Manuel Moreno Bonilla, y del de San Juan de Dios, José María González “Kichi”, comparsista y alcalde cuyo Ayuntamiento declaró un día de luto por este defensor de La Viña “y de la chirigota sencilla”.

En Cádiz, nada es sencillo. Después de formar filas con la chirigota del Petra y la autoría de Carapalo, Manolo Santander navegó en solitario por el carnaval, a contracorriente, buscando el kilómetro cero de la copla en lugar de las kilométricas giras, por fortuna ya bien pagadas, que convierten a este oficio en una industria, pese a quien pese. Camino del Liceo de Barcelona, por cierto, iba la chirigota de Manolo Santander cuando en marzo un ictus le hizo agravar sus dolencias para abrirle un largo calvario de tres meses en los que su esposa, Mili Grosso, hizo lo mismo que siempre, desde cuando tenía catorce años y ya no pasó un día sin él.

A Santander –que había visto como le chaparon su trabajo en Delphi—no le pesaba que su ciudad pudiera y supiera vivir del arte sino que este se malvendiera como baratija de medio pelo. No fue el padre de la chirigota clásica, pero sí fue uno de sus mejores hijos, porque se atrevió a defender su memoria, la de ese Cádiz norte al que imaginó como vikingos, quizá en un drakar en llamas, el de las raíces.

Bombo, caja, tipo y tres por cuatro

Manolo Santander pasa por ser el autor del himno oficioso del Cádiz: “Me han dicho que el amarillo/ està maldito pa los artistas,/ y ese color sin embargo/ es gloria bendita para los cadistas. / Y aunque reciben a cambio,/ todo un calvario de decepciones,/de amarillo se pintan la cara,/amarillos son sus corazones,/ han dado su vida y sus gargantas/ siguiendo donde haga falta/ al Cádiz de sus amores”. Y el ratatatatá de “La familia Pepperoni” tiroteaba el escenario mientras España conmemoraba la derrota de Cuba y Filipinas. También fue la de esa agrupación, que a pesar de los buenos recuerdos que todavía suscita sólo obtuvo un cuarto premio. Sin duda, aquel pasodoble forma ya parte indisoluble de la banda sonora sentimental de la Tácita y de Manolín Santander, el hijo del chirigotero, que se acostumbró a pisar el Carranza con su padre desde que era un chinorri: “Pero ya viene esponjado”, añadía su padre cuando le hacían ver lo pequeño que era.

Bombo, caja, tipo y tres por cuatro. Esa fue la ecuación de segundo grado que Manolo Santander ensayaba para sus agrupaciones, en un ritual aprendido desde que en 1981 se convirtiera en Juan Palomo para cantar, componer y dirigir “Los ases del jazz”, su primera chirigota juvenil en el concurso carnavalesco de Cádiz.

Cuartetero efímero con El Libi, su amigo de toda la vida, aunque con un primer premio en dicha modalidad como “El velatorio”, de 1988, suscribió a su vez junto a Francisco Abeijón Ramos Carapalo dos chirigotas tan recordadas como 'El crimen del mes de mayo' y 'Hasta que la muerte nos separe'. Con Antonio Martín en la composición musical, “Los destripadores de la calle Londres” le sirvieron en 2014 para volver al Falla tras tres años de ausencia. En el último marzo, su chirigota “La maldición de la Lapa negra” –de nuevo de la mano cómplice de José Manuel Sánchez Reyes-, se alzaba con el primer premio del certamen. El era la lapa y el puente canal, un San Pancracio y una bruja Piti, el movimiento del 36, entre ángeles y malángeles. El era un barroco en una ciudad neoclásica: “Un día tú piensas que eres un ser invencible –le cantó su propia chirigota el último carnaval--, un día tú piensas que eres un ser inmortal,/hasta que en tu vida se cuela esa enfermedad,/que sí, la puta enfermedad/ y no quieres ni pronunciar/ la maldita palabra/ y dices que tienes ”una cosita“. Luchó contra ”la cosita“ con la escolta de su mujer, y de sus hijos Palmira y Manuel, que lleva tatuado el ejemplo de su padre en su propia piel chirigotera.

Esencias sin intransigencias

Claro que en un año en que el carnaval de Cádiz se encuentra en los tanatorios, tras la muerte de Juan Carlos Aragón, del Catalán Chico o de Pepón de Cádiz, esta fiesta difícilmente podrá tener alivio de luto. Y resulta extraordinariamente complicado argumentar por qué quisimos tanto a Manolo Santander si no revolucionó nada. Precisamente por eso, porque conservó las esencias, la brújula que señala la dirección a La Viña, aunque sin intransigencias.

“Nadie ocupará tu lugar ni defenderá lo gaditano como tú pero siempre seguirá vivo tu mensaje –escribía hace unas horas el corista Nandi Migueles-. Cada día alguien te nombrará o cantará algo tuyo, cada día alguno de tu familia pensaremos en ti, cada día y en cualquier calle de Cádiz traerás a nuestra memoria algo donde coincidimos juntos. Eres patrimonio de Cádiz y de su historia”.

Lo único cierto es que Manolo Santander no perdió nunca el Norte, el Cádiz Norte, su Aleph, su profundo sur, su copla. A ver cómo lo explico.

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