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¿Rosalía por los suelos? El cartel de la Bienal de Flamenco de Sevilla, penúltima polémica jonda

Cartel de la XXI edición de la Bienal de Flamenco, obra de Lita Cabellut

Alejandro Luque

Sevilla —

El mundo del flamenco, a ratos hipersensible, ha vuelto a vivir esta semana una de sus sonadas polémicas con la presentación del cartel de la próxima Bienal de Sevilla, obra de la artista aragonesa Lita Cabellut con la colaboración de la bailaora Rocío Molina, que craqueló la obra bailando sobre ella.

Con el encargo de la Bienal, Cabellut (Huesca, 1961) concibió en su estudio en Holanda una figura femenina –en la que muchos han querido ver la efigie de la popular Rosalía– con una bata flamenca en rojo y negro, lo que representa para ella la “timidez y valentía al mismo tiempo” que caracterizan a la mujer flamenca.

Imagen “deconstruida”

Entonces, Cabellut decidió que su trabajo fuera “intervenido” por una artista del ámbito jondo. Se eligió a la bailaora Rocío Molina, que en la Fábrica de Artillería “deconstruyó” zapateando el lienzo como si se tratara de un escenario efímero, mientras gozaba del acompañamiento al cante de Juana la del Pipa. “Estas imágenes han dado la vuelta al mundo”, celebra la organización de la Bienal, que en ediciones anteriores se anunció con el arte de autores como Joaquín Sáenz, Francisco Moreno Galván, Manuel Ángeles Ortiz, Emilio Sáenz, Rafael Alberti, Antonio Saura, Carlos Ortega, Juan Romero, Tato Olivas, Luis Gordillo, Juan Suárez, Antoni Tàpies, Carlos Saura, Ruvén Afanador, el colectivo de arte urbano compuesto por Suso33, Seleka, San y el Niño de las Pinturas, Guillermo Pérez Villalta, Rafael Canogar, Ricardo Cadenas o Pedro G. Romero.

Las objeciones no se han hecho esperar, dentro y fuera de las redes sociales. Una experta en arte que prefiere mantenerse en el anonimato asegura que el error de la Bienal ha sido “entrar en la enorme operación de marketing” que hay detrás de Cabellut. “Vende muchísimo, su fama en Europa le abre muchas puertas, pero en el mundo del arte es irrelevante, ni siquiera se habla de ella”, comenta. “En cuanto al cartel, ni fu ni fa. Y lo de craquelar una imagen… ¿No se han comido hace poco un plátano de 180.000 euros? ¿Quién decide hoy qué es arte y qué no?”  

¿Leyenda fabricada?

Parte de esta operación de imagen, en opinión de los más críticos, reside en las leyendas que se han esparcido en torno a la biografía de la artista, según las cuales sería hija de una prostituta gitana –y por tanto, gitana ella también–, que habría sido abandonada por su madre a muy temprana edad, para ingresar en un orfanato y posteriormente ser criada en adopción por una familia catalana. Lo desmintieron sus propias hermanas en una entrevista, y la propia Cabellut se vio obligada a matizar estos detalles, afirmando que únicamente “se sentía” gitana.

Aunque se reconoce poco autorizado para hablar de arte, el crítico flamenco Fermín Lobatón recuerda que “en su larga vida, el cartel de la Bienal se ha prestado a todo tipo de experimentaciones plásticas, fotográficas, instalaciones… La cita es muy buena anfitriona de la experimentación”, explica. “Tampoco es muy extraña la relación del flamenco con las vanguardias, que viene de un siglo atrás. Se unen experimentación con experimentación. Rocío Molina siempre está buscando un reto nuevo, y esta creadora, de la que desconozco su trayectoria, parece que está en lo mismo. Lo que me sorprende, sin embargo, es que el flamenco ha acabado aceptando todo, su absoluta permeabilidad a estos experimentos”.

Flamenco y provocación

Más ácido se muestra su compañero Manuel Martín Martín, para quien “el cartel de la Bienal 2020 es fiel reflejo de la crisis de la pintura de este tiempo, donde ya no se sabe qué es la pintura y/o cuál es el concepto destinado a contener el término flamenco. No hay contenido sensorial ni intelectual y desmonta la evidencia entre lo esencial y lo accidental, como si la autora quisiera representar la frivolidad frente a lo sustancial”, asevera.

“A mi entender”, prosigue Martín Martín, “lo percibo como una agresión que, al abordar conceptualmente la pintura para deconstruir la naturaleza de su ejercicio, traiciona al flamenco, del que cuestiona su naturaleza y al que coloca por fuera del contexto del arte. Construir desde la reconstrucción y romper las fronteras entre la obra de arte y la afición, pisoteando un lienzo como hizo Rocío Molina, le viene bien a la Bienal para incrementar obras para su galería, pero no es alcanzar nuevas metas creativas, sino provocar para que se hable más de la provocadora que del objeto de la obra. En síntesis, el arte tiene que ser provocativo para evolucionar, pero no tender a la provocación oportunista. El arte flamenco es provocación, pero no toda provocación es arte flamenco, lo diga Lita Cabellut o el alcalde Espadas, que están tan cerca del flamenco como El Fary de Manuel Torre”.

Tiro al cartelista

Para el antecesor como cartelista de Cabellut, el sevillano Pedro G. Romero, “en la ciudad hay una especie de moda de que los carteles, buenos, malos y mediopensionistas, provoquen una reacción desmedida y den lugar a falsas polémicas”, dice. “Gran parte de la culpa la tienen las instituciones con sus políticas erráticas, después de unos años 80 y 90 en los que Sevilla se puso un poco a la vanguardia del diseño de carteles en España. Ahora deberían hacer pedagogía al respecto, pero no se hace y eso da lugar a una especie de deporte local que es el tiro al cartelista”.

Respecto a la obra de la aragonesa, cree que “tampoco es el peor de la historia de la Bienal, seguro que el mío era más feo. Aquí por lo menos hemos visto bailar a Rocío Molina. Lo que me sorprende es que Cabellut es una artista realmente mala, que todo el mundo ve como resultado de una campaña de promoción de un producto vacío. Sorprende que la Bienal haya caído en la trampa, da la sensación de que alguien los ha engañado”.

“No es que sea malo, es que es ridículo, una banalización de las cuestiones artísticas”, sentencia Romero. “Y en cuanto a lo de ser gitana, da igual que lo sea o no, la cuestión es que se pone en valor de forma espúrea, se convierte en objeto mercantil. Por otra parte, los supuestos críticos que han salido al paso no aguantarían ni un COU básico de Arte”.

Y concluye: “Ahora parece que un cartel tiene que llamar la atención no sobre la Bienal o el Seff, sino sobre el propio cartel. Por otro lado, si vemos el que ha hecho [Albert] Oehlen para la plaza de toros de la Maestranza, es feo como él solo, pero al menos el autor tiene un prestigio”.     

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