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Houellebecq en Málaga: “La fe es como la droga, se me pasa el efecto”

Michel Houellebecq, durante su intervención en La Noche de los Libros | La Térmica de Málaga

Néstor Cenizo

El de Michel Houellebecq es un caso curioso. No es sencillo alcanzar el estatus de estrella literaria con la provocación intelectual por bandera. El francés no está para agradar. Houellebecq era el principal reclamo de la tercera edición de 'La Noche de los Libros' y el auditorio se quedó muy pequeño para escuchar su charla con Agathe Novak-Chevalier a propósito de la religión en sus libros. Cuando el novelista soltó sus primeras andanadas (“la fe es como la droga”) parte de los que con tanta curiosidad lo esperaban tomaron puerta.

¿Qué esperaban? Probablemente el francés haya alcanzado ya una categoría que trasciende su público objetivo. Era el autor “que hay que ver”. Y como en un festival de música, a la que la banda que “hay que ver” araña la guitarra, muchos se tapan los oídos o se van.

Oferta no faltaba: por el evento pasaron también Fernando Aramburu (horas antes de que se supiera que es el Premio Nacional de la Crítica 2017 por Patria), James Rhodes (otro fenómeno literario de la temporada) o Nuccio Ordine. Hubo homenajes a David Bowie y a Prince, un spoken word de poemas de Borroughs a cargo de Thurston Moore (alma máter de Sonic Youth), microteatro y sesiones de poesía, en un evento que corre cierto riesgo de morir de éxito. Por momentos, la sensación fue que no se cabía. Según la organización, asistieron más de 9.000 personas a 'La Noche de los Libros', organizada por tercer año consecutivo por La Térmica, dependiente de la Diputación de Málaga.

Nada despertó tanta expectación como la conversación de Houellebecq con la profesora Novak-Chevalier, una especialista en su obra. La idea de la charla era desentrañar qué papel juega en las novelas de Houellebecq la religión, presente desde Las partículas elementales a Sumisión. Cree Houellebecq que el retorno a la religión, que considera indudable, era imprevisible hace pocos años. “¿Sientes placer atacando a la religión?”, le preguntaron. “Las religiones a veces son ridículas. También es divertido burlarse del comunismo, pero un poco menos. Sí, es excitante atacar a lo sagrado. Corres ciertos riesgos atacando a Dios, pero es divertido”, respondió el escritor.

Entonces dijo aquello de que tiene fe cuando va a misa, pero que la fe desaparece al salir y que siente un fracaso vital en no poder convertirse a una religión: “Hay un bajón, es como la droga, se me pasa el efecto. Tengo crisis religiosas efímeras”. Sin embargo, también dijo ser un escritor católico, porque describe “el horror de un mundo sin religión”. Sostiene Houellebecq que “la felicidad está vinculada a la religión, porque le da un sentido al mundo y al lugar que cada uno ocupa”. Luego se definió como un “escritor del nihilismo en el sentido de Nietszche”: “A lo mejor la gente que lee mis obras se tira por un barranco para huir de ese nihilismo”.

“Tengo poca confianza en mis profecías”

Hubo también preguntas sobre las acusaciones de islamófobo, a propósito de su obra más reciente, Sumisión (Anagrama, 2015), y respondió que él se mantiene en la misma ambigüedad que sus personajes. “Es un derecho atacar a una religión. Por eso me siento obligado a defender la libertad de expresión”. Sus novelas describen a veces un panorama desolador, que él engarza a fenómenos actuales. Sin embargo, restó trascendencia a su pesimismo: “Tengo poca confianza en mis profecías. Me veo flojo como profeta”.

“Pienso demasiado, estoy demasiado nervioso, impaciente, en estado de embrutecimiento, que es como una gracia que se me concede”, comentó luego. Cuestionado por varios autores, explicó que tiene a San Pablo por su principal influencia literaria y cerró su apuesta así: “Escribir no se puede llamar un trabajo, tal y como yo lo concibo. Se trata de absorber lo negativo del mundo y darle una pintura, de forma que el lector pueda soportarlo. Eso lo convierte en una actividad difícil”.

Lo de Houllebecq, una charla áspera y densa, contrastó con la lección previa de Nuccio Ordine. El italiano es un humanista. Ordine leyó un discurso a la vez delicado y vigoroso, cuajado de anécdotas deliciosas sobre el valor de la cultura y el conocimiento. Por su charla desfilaron Borges, Ionesco, García Márquez y Victor Hugo, llamados a la causa de la defensa del saber por el saber.

Todos los años, Ordine comienza su lección inaugural preguntando a sus alumnos para qué están en la Universidad. “Para obtener un título”, le responden casi siempre. La tesis de Ordine, profesor y autor de La utilidad de lo inútil, es que el utilitarismo de los mercaderes ha invadido hasta el último rincón de nuestra vida y ha llegado a lo más preciado: el saber. Con esto es imposible no estar de acuerdo. ¿Cómo no asentir cuando dice que la corrupción se combate con escuela? Su discurso sólo puede generar adhesiones porque ni los más economicistas podrán negar que el conocimiento nada tiene que ver con el dinero. Por eso, y a diferencia de lo que ocurrió con Houllebecq, todos se sintieron llamados a la causa de Ordine.

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