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“Han minado tanto el presente que todos vemos con incertidumbre el mañana”

Carlos del Amor presenta su segunda novela, Confabulación

María Iglesias

Periodista de TVE desde hace 17 años, Carlos del Amor intentó desde sus inicios, en la delegación de Murcia, que sus noticias fueran originales. “Al principio pensarían, ya se estrellará y cambiará” -supone- pero lo estético de sus piezas culturales en el Telediario nacional le ha convertido en una de las caras más conocidas de la cadena “y sin duda me ha permitido explorar el terreno literario”. Ese es su análisis, ahora que presenta Confabulación (Espasa), de la carrera de escritor que inició en 2013 con La vida a veces, libro de relatos y su novela debut El año sin verano (2015). En la segunda, Carlos del Amor crea a un editor, Andres Paraíso, que asesina a un escritor y contrata a otro, aunque duda de todo por una enfermedad de la memoria, llamada confabulación. A partir de esa patología cierta avanza este thriller psicológico que invita a reflexionar sobre los límites e hibridaciones de la realidad y la ficción, mentira y verdad. En el ámbito individual y en el social.

La memoria es clave en películas desde Recuerda de Hitchcock a Memento de Nolan o Novo con Eduardo Noriega y Paz Vega. ¿Se inspiró cubriendo festivales?RecuerdaMementoNovo

La memoria es muy cinematográfica, cierto, y trabajando o como espectador la he visto tratada en muchas películas. Pero no, ninguna me dio la chispa. La inspiración de la novela vino de una noticia que leí en una web internacional. Hablaba de un afectado por la confabulación, enfermedad real que consiste en que la mente inventa recuerdos. Me pareció tan literario el dilema de si uno llega a ser quien es por lo que ha hecho o por las trampas de sus recuerdos que quise escribir sobre ello.

¿Por qué eligió que su protagonista fuera editor? ¡Y asesinara a un escritor! ¿Da así rienda suelta a alguna tentación de su carrera de autor?

Noooo (risas). Esa parte, la del crimen, es absoluta ficción. Aunque sí hay cuchilladas. Imagino, vamos. No es que yo las haya sufrido, a mí me tratan muy bien. He elegido esa profesión para Andrés, todo su universo de relaciones, por comodidad. Porque desde que publico, conozco este mundillo y me resultaba más fácil describir determinadas cosas que inventarlas, como habría tenido que hacerlo si él fuera, por ejemplo, bombero. 

La confabulación es una enfermedad, el síndrome de Korsakoff. Sin llegar a extremos patológicos, ¿cuánto pesa la ficción en nosotros?

El tema me pareció tan atractivo justo porque permitía una trama metafórica. El protagonista vaga por un mundo lleno de incertidumbres a causa de su enfermedad. Igualmente, en los tiempos que corren, todos vagamos por un presente minado. Se han encargado de ir minándolo hasta tal punto que no sabemos que vamos a tener mañana en cuestiones materiales, en lo que afecta al trabajo y al sueldo a fin de mes. Entre a los que aún nos va decentemente la frase más frecuente es: “Que me quede como estoy”. Así nadie se mueve. Por miedo a que el futuro nos traicione. Igual que Andrés Paraíso no podemos mirar muy adelante porque sólo hay interrogantes.

Los binomios “verdad/mentira”, “realidad/ficción” llevan a un interesante dilema periodístico acerca de la objetividad. ¿Es posible?

No. La objetividad no existe. Casi sabe mal decirlo así porque en la facultad se sigue enseñando que en el periodismo hay que ser objetivo cien por cien. Pero yo no creo, ni he creído nunca que la objetividad exista, sino la honestidad. Desde la elección del titular hay selección y subjetividad. 

¿La era de la posverdad es un salto cualitativo? ¿Se pasa de la verdad relativa a la mentira llamada “hechos alternativos” por la Administración Trump?

Hay que distinguir entre subjetividad y maquillaje u ocultación de la verdad, que supone mentir. Si te ocultas la verdad, en tu fuero interno te estás traicionando. Y si es la clase política quien la tapa, está cometiendo fraude. En la novela acabé incorporando la victoria de Trump. El protagonista, al despertar, ve que es el nuevo presidente de los EEUU y cree que es otra invención de su mente. ¡Algo que sentimos casi todos! Al día siguiente de las elecciones, incluso los que habíamos trasnochado para seguir el recuento, nos despertamos y pensamos: “No, lo he soñado”. Pero luego,  fuimos comprobando que no era una confabulación mental, sino una noticia cierta. Estamos, con lo del Brexit y esto, en racha de noticias increíbles.

En la novela, el lector sospecha todo el tiempo de la versión del protagonista. Como periodista de RTVE, ¿cree que el ciudadano puede confiar en sus medios?

Lo que tiene que hacer es fiscalizar a los medios de comunicación y pedir explicaciones. Porque el ciudadano es dueño y jefe de los medios de comunicación públicos. Mi jefa eres tú, toda la gente que pasa por la plaza. Es su derecho y deber exigir. 

Pero, ¿cómo? El actual Consejo de informativos hace denuncias continuas de manipulación a favor del Gobierno...Consejo de informativos hace denuncias continuas

Lo bueno de TVE es que es de los pocos medios que tiene un Consejo de Informativos formado por trabajadores que conocen los mecanismos y la realidad del medio, vigilando. Eso es ya una estupenda noticia de transparencia. Porque el organismo representa lo que opina gran parte de masa laboral de la empresa. Además contamos con un Defensor del Espectador que recibe, levanta acta, tramita las quejas y debe dar respuesta a los errores. 

Según su experiencia de 17 años en RTVE, ¿cómo ve la actual etapa?

Son tiempos complejos, marcados por el cambio en la ley de elección de presidente de RTVE que no ayudó al aumento de transparencia. Cuanta más gente se ponga de acuerdo en elegir a alguien, mejor para todos. Yo en mi rincón del área de cultura hago lo que quiero y como quiero. También me siento un privilegiado porque en pocos sitio como en el Telediario de TVE hay espacio para hablar de libros, de una peli pequeña que no es superproducción de Hollywood, de una exposición de Chema Madoz o del disco de Los Planetas, por poner un ejemplo andaluz, que es la pieza que he dejado hecha.

¿Qué le da la novela frente al periodismo? 

Para mí supone la posibilidad de desarrollar mi imaginación, de adentrarme en un territorio menos encorsetado que las noticias de televisión. A pesar de esa libertad a la que me he referido y que me permite idear piezas que se salen de lo habitual. Supone salirme del medio folio, del minuto. Un gran reto porque implica desarrollo, un juego con el lenguaje más complejo y usar la mentira y la confusión como herramientas. 

Sus noticias “artísticas” son su seña de identidad profesional ¿Concibe el periodismo como un género literario? 

Para mí no, no es un género. Pero periodismo y literatura pueden ir de la mano. Te puedes acercar a la realidad de muchas formas y la literaria es una. Se puede contar la pesadilla de un tipo a la deriva en Relato de un náufrago de García Márquez...

Que fue publicado primero como serie de reportajes... 

Sí, pero yo, en TVE me debo a la verdad. Parto siempre de un resorte real e intento responder preguntas para informar. Es luego cuando elijo un envoltorio que sea atractivo y no aséptico. En la novela, en cambio, en esta por ejemplo, arranco de la confabulación que es una enfermedad real, pero podía haberme inventado una inexistente. Ésa es la libertad de la literatura. Aunque yo haya recurrido a hechos reales porque es el material con el que suelo trabajar y me resulta más fácil.

¿Quiénes son sus referentes literarios?

Más que referentes, tengo libros que me han marcado. Cien años de soledad de García Márquez por lo que supone inventar todo ese territorio, personajes, situaciones... Envidio a Ian McEwan por Sábado que transcurre en un solo día y donde describe con precisión de neurocirujano -nunca mejor dicho dada la profesión del protagonista- una realidad que investigó dos años. O Estupor y temblores, descenso a lo profundo de la sociedad japonesa de Amélie Nothomb. El impostor de Javier Cercas, con su mezcla de realidad y ficción. La carretera de Cormac Mccarthy por la desolación de ese padre con su hijo en un todo apocalíptico. O las novelas de David Trueba con las que te identificas por su escritura aparentemente sencilla, tan difícil. O de Ana María Matute. Y la poesía de José Hierro y Miguel Hernández. 

¿Qué análisis hace del boom de autores presentadores de TV y el recelo que despierta? 

¡Que es verdad! Cada vez escribimos más gente que sale en la TV. ¡Puede que acabe habiendo en librerías una estantería para nuestros libros, como un género! (risas). En mi defensa diré que soy redactor de una sección cultural con diez más. Salgo en una pieza cada dos o tres días, soy alguien de notoriedad escasa frente a otra gente estupenda que presenta y lícitamente escribe. Pero, además, uno puede escribir un libro por ser conocido y hacerlo honestamente, sin engañar a nadie. Porque, de hecho, engañar, sólo se podría hacer una vez. Quien se gasta los 18.90 euros de un libro, no repite si siente que el autor le ha tomado el pelo. El lector sabe apreciar si tras lo que está leyendo hay trabajo o no. 

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