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Los dos ‘rubens’ que descubrieron a los sevillanos uno de sus palacios escondidos

La muestra 'Rubens: Hércules y Deyanira' se expone desde este jueves en el Palacio de Lebrija

Alejandro Luque

Si usted es sevillano, o ha visitado alguna vez el centro de la capital hispalense, es muy probable que haya pasado por la muy transitada calle Cuna sin advertir –y menos sospechar– que una de sus puertas es la entrada a un edificio espectacular, con un patio cubierto de mosaicos romanos, escaleras decoradas con hermosos azulejos y obras de arte repartidas por todos los rincones. Se trata del Palacio de la Condesa de Lebrija, y desde hace unas semanas ha dejado de ser un espacio casi secreto gracias a… un genio llamado Pedro Pablo Rubens.

Hasta el 22 de septiembre podrá visitarse una singular muestra compuesta por tan solo dos obras, pero que se bastan y se sobran para magnetizar a numerosos visitantes cada día. Se trata de Hércules en el jardín de las Hespérides y Deyanira tentada por la Furia, dos pinturas de grandes dimensiones de la etapa tardía de Rubens, que residirán durante estos meses en el citado palacio gracias al concurso de varios agentes y como resultado de muchas horas de gestiones.

Según explica Cristina Carrillo de Albornoz, comisaria de la muestra junto a Anna Maria Bava, “el grupo Arthemisia, para el que llevo varios años trabajando, quería desde hacía tiempo proponer algo en Sevilla. A través de una sobrina de la señora condesa, pudimos conocer el palacio y no tuvimos duda de que se podían traer obras de colecciones importantes”, recuerda. “Descubrí que el lugar estaba lleno de restos arqueológicos. Tocaba vaciar dos salas y rehacerlas para albergar las pinturas”.

La condesa académica y coleccionista

En efecto, en el siglo XIX, Regla Manjón, condesa de Lebrija, se destacó por su interés en la cultura, además de implicarse en un gran número de obras caritativas. Llegó a formar parte de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y de la de Santa Isabel de Hungría, y mostró siempre un notable interés por la arqueología, de la que fue ávida coleccionista. Tras enviudar de Federico Sánchez Bedoya, en 1901 adquirió la casa palacio de la calle Cuna –que ampliaría posteriormente con propiedades adyacentes–, se hizo con un magnífico mosaico extraído de Itálica y pavimentó con él la planta baja. En los siguientes diez años, se dedicó a ampliar la colección, hasta sumar un gran número de piezas de muy estimable valor. Hoy, la finca es propiedad de cuatro herederos, que al parecer pusieron el máximo interés en la propuesta de los Rubens.     

“Rubens era un enamorado de la cultura grecolatina y de la mitología, como la dueña de la casa”, prosigue Carrillo de Albornoz. “Nos preguntamos dónde podría haber obras adecuadas, hasta que hubo un primer contacto con los directores de los Museos Reales de Turín. Y resultaron tener piezas que han encajado con el palacio como un puzzle”, agrega.

Hércules en el jardín de las Hespérides es un imponente lienzo que refleja al célebre héroe que, tras derrotar a la serpiente guardiana Ladón, coge del árbol las manzanas de oro del jardín de las Hésperides, con lo que completaría su trabajo número once. A su lado, su esposa luce representada en Deyanira tentada por la Furia: en la pintura, la diosa de la venganza, con su cabello de serpientes, le susurra mientras le ofrece la túnica manchada con la sangre del centauro Neso. Ambas son obras de factura pastosa y deshecha, con múltiples matices de marrón, típicos de la etapa tardía de Rubens. De hecho, ambas obras, que nunca antes habían pisado suelo español, están fechadas hacia 1638, apenas dos años antes de la muerte en Amberes de aquel que Delacroix definió como “el Homero de la pintura”.

Ahora, ambos mitos dialogan en el corazón de Sevilla con obras afines: una hermosa copia en mármol de la Afrodita de Fidias, o una pintura de la colección de la condesa, que se exhibe en la planta superior, firmada por Van Dick: precisamente, un alumno aventajado de Rubens. Por si fuera poco, la exposición recuerda que, según el historiador Estrabón, el jardín de las Hespérides se localizaba en algún lugar del sur de la Península Ibérica, y no son pocos los visitantes que salen del palacio sugestionados con la idea de que hubo de estar justamente aquí, donde Hércules brilla ahora en todo su esplendor.

De hecho, son muchos los visitantes que sienten disputada su atención entre las formidables pinturas y los otros muchos atractivos de la casa. Entre ellos, no faltan los sevillanos que reconocen, con cierto pudor, que jamás habían tenido noticias de este edificio. “La verdad es que la entrada no te da a suponer lo que hay aquí”, explica uno de ellos. “Ha sido una sorpresa mayúscula”. 

Claro que nada de ello habría sido posible sin el patrocinio de la Fondazione Terzo-Pilastro Internazionale y el respaldo del Ministerio de Cultura italiano, así como la asistencia de las empresas Poema, Comediarting y la citada Arthemisia. “No deja de ser curioso que Rubens, que fue un diplomático enviado a España por el duque de Mantua, vuelva de nuevo a nuestro país enviado por los italianos”, observa Carrillo de Albornoz. “Aquel hecho explica que el museo del Prado sea el que más obras de Rubens tiene en todo el mundo, y por eso hemos querido que la misma compañía que instala las obras de ese museo se ocupe de los Rubens también aquí”.

 “El edificio es un tesoro en sí mismo, y la idea es precisamente poder continuar y que la gente sepa apreciarlo, y contribuir a llenar un poco más la agenda expositiva de Sevilla. El Ayuntamiento de la ciudad también nos ha prestado su apoyo, el alcalde parece convencido del interés de apostar por un turismo cultural, y el día de la inauguración hasta dejó un momento a Obama en su hotel para venir a acompañarnos”, concluye la comisaria.

Para Cristina Carrillo de Albornoz, el diálogo del Palacio de la Condesa de Lebrija con los grandes del arte no ha hecho más que comenzar. “Me encantaría que la próxima cita fuera con Botticelli, pero bueno, aún tenemos mucho trabajo por delante”, apostilla.

       

 

 

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