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Bélgica según Fabre

El Teatro Central estrena en España lo último de Jan Fabre, 'Belgian Rules/Belgium Rules', una pieza coral

David Montero

El Teatro Central de Sevilla ha vuelto a ser el lugar elegido por Jean Fabre y su compañía Troubleyn para presentar en exclusiva y por primera vez en España su nuevo espectáculo Belgian Rules. El espectáculo es su primera producción tras el imprescindible Mount Olympus, que se vio en este mismo teatro en marzo de 2016 y que aún sigue agitando la escena teatral: en enero de 2018 podrá verse en Madrid y las entradas están agotadas hace tiempo. Para este Belgian rules hace tiempo que se agotaron.

En escena, un hombre nos recibe en un escenario vacío. A sus pies, dos cajas de cerveza de las, de vez en cuando, saca algún botellín y bebe. Lo miro mientras busco mi asiento. Me siento sabiendo que la obra dura casi cuatro horas y que trata sobre Bélgica. Sí, sobre Bélgica, el país en el que nació y vive Fabre. Un país en el que está la sede administrativa de la Unión Europea y del que, sin embargo, sabemos (sé) poco, muy poco.

La intensidad de la belleza

La obra arranca y el hombre que bebía cerveza nos introduce en ese mundo belga: tres comunidades lingüísticas (neerlandesa, francesa, alemana), la lluvia permanente y “horizontal”, el Maneken Pis, cientos de tipos de cervezas, el ciclismo, Van Eyck y El Bosco, el carnaval,…

Tras este arranque, se suceden cuadros coreográfico-musicales, monólogos y acciones físicas que llevan a sus ejecutantes al agotamiento. Es decir, el impresionante vocabulario artístico y escénico de Jean Fabre aplicado a los tipos y estereotipos de su país. Estereotipos que subvierte, parodia, encarna o relativiza hasta crear un gran retablo que es una carta de amor a Bélgica. Un amor nada ingenuo, que ve toda la oscuridad y la estupidez que habita en ese trozo de Europa, pero también todo lo hermoso que allí hay. Es así como, en un final que no teme ser directo y optimista, Jean Fabre nos regala su propio “Imagine” y nos invita a pensar otra Bélgica, que es como decir otra Europa, en la que la vida merezca la pena ser vivida.

Por el camino, densidad de imágenes, generosidad de los intérpretes, escenas hipnóticas, bruscos cambios de ritmo, músicas hermosas o inquietantes, ironía y más palabras de las que Fabre acostumbra. Palabras sobre Bélgica y su historia, pero también sobre el teatro de la muerte, de la crueldad, de la imagen: “El teatro de la imagen no puede salvar el mundo, pero puede hacerlo más soportable, gracias a la intensidad de su belleza”,

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