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Hay un sitio, madre, que se llama placer (y otro que se llama guerra)

Copenhague, con Emilio Gutiérrez Caba y Carlos Hipólito

David Montero

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Viernes, 29 de marzo.

20.50 h. Saludo a las personas en el Teatro Central. Espero que llegue V. Vamos a ver Copenhague y vamos a ver a dos de los grandes: Emilio Gutiérrez Caba y Carlos Hipólito. Aquí, cuando hay dos nombres tan importantes, la obra queda en segundo lugar. Venimos a verlos a ellos. Yo aún recuerdo hoy lo que me pasó viendo a Carlos Hipólito en El Misántropo de Marsillach. ¿Qué edad tendría yo? ¿Veintipocos? Ese deslumbramiento por ver teatro clásico que no era reliquia sino presente. Pienso, de oca en oca, y me acuerdo de otro Misántropo que se me hizo cicatriz: el de Miguel del Arco.

21.00 h. Arranca el espectáculo. Hay una escenografía en grises y ocres (siempre quise escribir esto) que figura los muros de una casa y un jardín en otoño. La obra arranca con los tres intérpretes (Carlos, Emilio y Malena Gutiérrez) poniéndonos en situación. De ese fragmento narrativo pasamos al encuentro entre dos de los científicos más importantes del siglo XX, Niels Bohr (Premio Nobel 1922) y su ex alumno Werner Heisenberg. Pero se seguirán combinando durante toda la función el estilo directo y el indirecto, narración y acción, relato y drama.

21.30 h. Estamos (V, el resto del público y yo) ante otra obra sobre ese asunto que devastó y definió el siglo XX, la Segunda Guerra Mundial: holocausto y bomba atómica, destrucción e inhumanidad, escribir poesía después de Auswitch, Nagasaki tuvo un mal agente de prensa, el espejo del horror en el que todos tenemos que mirarnos. En esta ocasión, el asunto se encara desde la cuestión ética de la complicidad (o no) de los científicos en el desarrollo de la bomba atómica. Cada científico está con un bando: Bohr con los aliados, Heisenberg con los nazis. La incertidumbre ética, la relatividad de los puntos de vista y la complejidad de los juicios se mezclan y se confunden y se entrelazan con referencias a las teorías científicas que ambos desarrollaron en torno a la fisión nuclear.

22.15 h. La función termina y seguimos sin tener del todo claro lo que pasó entre los dos científicos en aquel otoño de 1941. Esos diez minutos de encuentro son como el núcleo de un átomo del que se pueden hacer hipótesis y describir sus consecuencias, pero nada más. La obra no es la obra, es lo que nos pasa con la obra y desde dónde la vemos. Yo en este momento de mi vida estoy lejos de ese discurso estético y escénico. Puedo reconocer su calidad y lo respeto, pero no me toca. Amo la palabras, pero esta noche me faltaban los cuerpos, me faltaba su fragilidad, me faltaba la ironía. Así estoy yo ahora. Creo que me estoy volviendo joven y radical a los cuarenta y tantos. ¿Qué va a ser de mí?

Jueves, 28 de marzo.

19.50 h. Nos arremolinamos en la puerta del Maestranza. Hace una semana charlaba sobre Visto en el Jueves con Rocío Márquez. Hoy estoy aquí, esperando para verla cantar. Me acompaña A.

20.10 h. La Márquez arranca con un tema de su último disco, Romance, a capella. Romance tiene la melodía que inventó Pepe Marchena para el Romance a Córdoba de Julián Sánchez Prieto, pero aquí está al servicio de un poema de Antonio Orihuela. Hay que tener mucho power o estar muy loca para empezar así; porque esto no es ir entrando poquito a poco, es tirarse sin red. Rocío tiene power para esto y para más. Con este órdago de inicio, nos conquista. Usando el símil taurino con el que ella juega en el título del recital, la cantaora nos ha esperado en la puerta de chiqueros. Lo bueno es que aquí no muere nadie. Nadie.

20.40 h. Termina la primera parte del recital en la que hemos escuchado algunos temas de Visto en el Jueves. Cambia el paisaje: piano, saxos y marimba sustituyen la guitarra de Canito y la percusión de Agustín Diassera. Aparece Leonor Leal y baila. Hay serenidad en su baile y en su persona (ya lo aprecié la semana pasada en el CICUS), pero también levedad, en el sentido en que usaba la palabra Calvino: Pero ¿cómo podemos esperar salvarnos en lo que es más frágil? Este poema de Montale es una profesión de fe en la persistencia de lo que parece más destinado a perecer y en los valores morales depositados en las huellas más tenues. El final del baile, tras atravesar con calma y naturalidad un leve problema técnico, es una caída sobrecogedora. Me recuerda del final de la farruca de Galvánicas. Me acuerdo de todas las Leonores que he conocido y creo que todas han sido necesarias para llegar a esta mujer que baila como es.

21.05 h. Ha terminado la parte del concierto dedicada a Firmamento. Se marchan Daniel B. Marente, Antonio Moreno y Juan M. Jiménez. Antes, Rocío ha sido semidiosa (espectacular vestido rojo con brillos, espectacular el ambiente que crean los sonidos de los tres músicos y las luces de Benito Jiménez) que, en contra de lo que suelen hacer las diosas y semidiosas ha cantado las miserias de los desheredados (son flúor tus ojos, en el fondo de la mina) y nos ha mostrado su vulnerabilidad (vivo sin vivir en mí). 

21.25 h. Rocío encara la seguiriya con la que terminará el concierto y este tercer bloque en el que ha mostrado flamenco clásico (si es que existen: el flamenco y lo clásico). A su lado, la guitarra de Manuel Herrera y Los Mellis hacen palmas. Antes, petenera, guajira, caracoles,… Demostración de facultades y entrega absoluta, como en todo el concierto. Antes de ese antes, Leonor Leal nos regaló una farruca acompañado sólo por la guitarra de Herrera que confirmó que la bailaora está libre, certera y en su plenitud como creadora e intérprete. Eso sí, se me han quedado las ganitas de ver juntas a Rocío y Leonor. Ya habrá otra.

21.35 h. Tras el bis, Río de coplas, me reitero en lo que escribí hace una semana: esta Rocío ya no está en guerra, ha aceptado todas las Rocíos que es, que ha aprendido a seguir su instinto y relativizar las expectativas, canta desde el placer. Por eso, da tanto placer oírla. Ese viaje desde el presente al pasado, ese flashback que ha dibujado en el concierto es lo que tenía que hacer porque era lo que necesitaba hacer. Desde ahí, todo tiene la densidad de lo inevitable y la liviandad (otra vez esa palabra) del goce. Me vienen a la cabeza unas palabras de Duchamp: “En dos palabras, haz menos autoanálisis y trabaja con placer sin preocuparte de las opiniones, tanto las tuyas como las de los otros”.

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