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El alfabeto Távora

Patricia del Pozo muestra "tristeza" por la muerte de Salvador Távora y dice que "se ha ido un auténtico genio"

David Montero

La verdadera estatura de un creador se mide en la influencia que ejerce incluso en aquellos que no conocen su obra directamente. Su legado se ha incorporado al torrente sanguíneo que es cualquier lenguaje artístico.

Una de las grandes cuestiones de la escena del último tercio del siglo XX era encontrar qué y cómo contar, tras la tábula rasa que supuso Samuel Beckett y su propuesta de despojar a la escritura dramática de casi todo. Posicionarse ante Beckett fue durante años necesario e inevitable. El Nobel irlandés era un centro al que mirar aunque fuera para oponerse a él.

Del mismo modo, la escena andaluza contemporánea no puede entenderse sin la figura de Salvador Távora. Távora inventó un lenguaje escénico absolutamente original y, con él, un alfabeto nuevo. A través de ellos, puso en escena lo andaluz más allá de los imaginarios existentes; además, su sobresaliente sentido del espectáculo le hizo encontrar maneras de extraer la teatralidad más genuina de rituales y costumbres andaluces, del folklore, de las fiestas, de las maquinarias, de los utensilios del campo, de las herramientas; es decir, tomar todo lo que le rodeaba y convertirlo en material artístico de primer orden. Desde una intuición y un instinto que aún hoy sorprenden, conectó con las tendencias más avanzadas del teatro de su época (performatividad, teatro ritual, denuncia,…) Todo ello estuvo siempre al servicio de eliminar toda visión estereotipada o complaciente de Andalucía, para denunciar la injusticia que sufría esta tierra del sur de Europa.

Távora y la necesidad de decir

Hace poco más de dos años, se recuperó su espectáculo Quejío. En el momento de su estreno, la obra se situó a la vanguardia de la escena europea, demostrando que la necesidad inaplazable de decir acaba encontrando el idioma en que comunicar, aunque ese idioma sea el grito. Ahora en nuestro presente de 2019, su lenguaje y su mensaje siguen tan vigentes como en su estreno. El público de los años 70 ponía al bidón omnipresente en la función la cara del régimen franquista, pero como el teatro es un arma cargada de presente, hoy le ponemos cara de troika o de íbex35 o de muro de Trump. Y los intérpretes que eran jornaleros abocados a la miseria o la emigración, vuelven a ser andaluces obligados a emigrar, pero también pateras atadas con una maroma invisible a la pobreza de África que zozobran en el Mediterráneo y en sus cuerpos exhaustos, pero no resignados, laten las imágenes de esos refugiados que están avergonzando a Europa.

Salvador Távora es, sin duda, uno de los grande creadores de la escena mundial de finales del siglo XX. Y no hay ni un ápice de exageración en estas palabras ni las dicta el homenaje a su reciente desaparición. Su obra es incontestable. Desde el deslumbramiento que supuso Quejío hasta aquel prodigio que fue Carmen, pasando por Las bacantes, Los palos,…

Esta obra no es patrimonio exclusivo de los andaluces, pero sí que su figura y su obra nos interpelan especialmente a quienes hacemos teatro desde este sur de España y de Europa. Por eso, su legado está presente incluso en quienes más se alejan de sus presupuesto estéticos y dramáticos. Sí, de algún modo, todos somos sus herederos, porque cuando alguien encuentra una nueva forma de decir, está haciendo un regalo a sus contemporáneos. A cada cada cual le toca extraer de él aquello que sea más afín a su propia poética. Lo que sería imperdonable es ignorarlo. Y más que imperdonable, sería imposible porque por más que nos alejemos de nuestro punto de partida, la palabra materna, la infancia, el olor, el dolor y la alegría de quienes hemos sido y quienes han sido aquí antes que nosotros nos acompañarán siempre.

Ese fue el gran logro de Salvador Távora y su gran lección: la universalidad a través de la lealtad a lo que uno es. Por eso, la mejor forma de honrar su memoria es ser íntegros con nuestra manera de hacer y ser en escena. Comprometerse con la realidad escénica, social y política de nuestra tierra, decir nuestra verdad.

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