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Lo malo de ir al teatro es que hay que saludar a gente

Al baile, de Juan Carlos Lérida/ Foto: Aleix Plana

David Montero

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Jueves, 2 de noviembre

Al baile. Juan Carlos Lérida, Gilles Viandier, David Climent. Al baile.

Teatro La Maestranza  (Sala Manuel García).

Mes de Danza. Sevilla.

Bonus track: augurio de una distinción proveniente de Francia.Bonus track:

11.35 h

Lo malo de ir al teatro (a veces) es que tengo que saludar a gente. A veces es cuando tengo una subida de misantropía, ansiedad o ambas. En días así, sueño con un pasadizo que conecte mi salón con mi asiento en el patio de butacas, así como la leyenda cuenta que estaban unidos por un túnel la Torre del Oro con los Alcázares. Por ejemplo, el otro día, cuando fui ver Belgian Rules, estaba yo fino filipino de lo mío. No conté nada aquí porque me daba vergüenza, pero ya la estoy perdiendo. Ese día salí ileso gracias a que T me puso la manita en el hombro y me condujo al bar y luego al patio de butacas mientras yo miraba al suelo y me tangaba de los saludos. Mamá y demás familia: no preocuparse, que hoy estoy mejor.

16.45 h

Me suena el whtassap. Casualmente, es T. Dice: “¿Vas a lo de Juan Carlos? Llego justa. Píllame sitio”. 

20.20 h

Aquí estamos todas las espectadoras jartibles de artes vivas y muertas (más de las vivas; de las muertas así a simple vista sólo me veo a mí) a las que (hoy sí) me alegro de saludar. Me siento. A mi lado M, al otro mi mochila azul (ni una bromita con el tema) guardando sitio a T. Y yo estoy excitado y levemente inquieto: Juan Carlos es un amigo querido, he trabajado con él y lo admiro. Cuando me siento a ver el trabajo de alguien tan cercano estoy deseando que me guste, pero también tengo mucho miedo de que no me guste. Como tantas veces en la vida la cosa se resume en un combate entre el miedo y el deseo.

20.25 h

Llega T. Se sienta en donde estaba hasta ahora mi mochila azul. La sala Manuel García está llena. De repente pienso, ¿quién es Manuel García? Ya lo buscaré. O no. O sí.

21.45 h

Al baile me ha gustado, mucho. Si no, no habría contado nada en mi diario: para hablar mal de las cosas ya está la tele. Mañana por la mañana os cuento por qué, que ahora me quiero tomar una cerveza.

22.30 h

Veo a T en un bar casi de milagro y me dice:

  • - Quillo, me has dejado to sola.

Y lleva razón. Ella era la que hoy estaba un poquito misántropa y yo no le he puesto la manita en el hombro. Me arrepiento un poco.

Viernes, 3 de noviembre

10.17 h

En la pantalla de mi ordenador van apareciendo palabras. Las copio aquí: “En su  trilogía sobre los cuerpos flamencos (Al toque, Al cante, Al baile), Juan Carlos mira esos cuerpos invisibles (guitarristas), esculpidos (cantaoras) o exhibidos (bailaoras) como si fuera la primera vez que los ve. Así, con esa disciplina de mantener la mirada limpia se acerca a la gestualidad del flamenco y la trata como una retórica. Es decir, subraya (¿denuncia?) lo que tiene de construida y, por tanto, de convención. Justo lo contrario del prestigio que tiene lo jondo de espontáneo, pasional y liberador”.

Describo y concreto para no ponerme estupendo: en Al baile el coreógrafo observa el vocabulario flamenco como un entomólogo a unas mariquitas (zapateado, palmas, giro muñecas, braceo,…),  lo injerta sin anestesia en los cuerpos de los bailarines (los otros dos y el suyo propio) y nos los ofrece en una combinación de deporte, sacrificio, performance, chiste y drama. Y es en esa ambigüedad donde el espectáculo me divierte y me interesa.

Más tarde, como si todo este proceso fuera la maceración necesaria, el espectáculo se tensa y me toca y me desarma. Juan Carlos dice: “A los tres años, me operaron de flamenco” y señala su cuerpo y sigue hablando. Entonces, puedo ver su historia y las nuestras, su cuerpo y los nuestros, su voz y las nuestras, sus heridas y las mías: la necesidad de ser queridos y aceptados por quienes nos rodean y cómo nos “operamos” para conseguirlo, el extraño y casi imposible equilibrio entre adaptarse y traicionarse, la sorda dictadura de lo normal. Me vuelve al recuerdo (otra vez) mi pecio favorito de Sánchez Ferlosio: “Never more: Decir que el tiempo lo cura vale tanto como decir que todo lo traiciona. ¿Sabré sobrevivir sin traicionar?” 

Creo ver en esta última entrega de la trilogía que el artista ha decantado su indagación física (que se mantiene intacta) en discurso político. Porque me da a mí que el flamenco aquí es el árbol que puede no dejar ver el bosque. Y el bosque es la identidad personal y colectiva, la libertad y la necesidad de ser más allá de lo individual.

12.25 h

Tengo un pálpito: en menos de dos semanas van a nombrar a Manuel Llanes (director del Teatro Central) Chevalier des Arts et des Lettres en Francia. O sea, Caballero de las Artes y las Letras. Y eso no es cualquier cosita. Yo, que tanto frecuento ese teatro, no podré menos que alegrarme. Estaría bien que ese día (o unos cuantos más, qué leñe) estuviéramos orgullosos y festejáramos. Y ya luego, cada cual a sus cosas. Digo estaría y no estará, porque vaticino que no será así. Y no me suelo equivocar en mis predicciones.   

13.17 h

Se me ocurre una frase estupenda para terminar: el flamenco es una metáfora que se ha olvidado de que lo es. Ahí lo dejo.

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