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Lo malo de la vida es que no hay ensayo general

La obra 'La felicidad'

David Montero

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(Ensayo de) La felicidad de Javier Berger. Elena Bolaños (dir) y Raquel Madrid (Plató de la Escuela Pública de Formación Cultural de Andalucía).Javier Berger.Elena BolañosRaquel Madrid

Tres cosas de Scott Orton. José Pascual (dir), Candela Fernández y Elías Sevillano (Sala Cero).José PascualCandela FernándezElías Sevillano

Viernes 10 de noviembre.

18.40 h. Aquí centauro, retransmitiendo en directo desde el carril bici de la calle Resolana. Me dirijo al Estadio Olímpico de Sevilla a ver un ensayo de La felicidad.

19 h. Llego a la puerta K, que es donde está la EPFCA (para desentrañar siglas, mirar un poquito más arriba). Como es un ensayo, venía esperando estar solo, pero hay por lo menos veinte personas. Me pongo erizo Montero un instante. Respiro. Hago una broma así como en voz alta que no tiene gracia fuera de contexto, así que me la ahorro aquí y me pongo a saludar gente: los conozco a todos. Esa extraña familia de los teatros. Me acuerdo de otra gracia mía antigua: Leí Mis zonas erróneas y las tenía todas.

19.10 h. Me siento. A mi lado se sienta el autor, Javi. Me caen bien las autoras en general, a Javi en particular le tengo cariño. Me entran ganas de darle un apretoncito en el muslo así como de cariño.

19.11 h. Lo acabo de hacer (lo del apretoncito).

20.30 h. Ha terminado La felicidad.

20.35 h. Abrazos y felicitaciones. Como somos todas amigas, hemos quedado para tomar un algo en un bar.

20.37 h. Veo el cartel SEVILLA que está al lado del estadio. Aquí empieza la ciudad y aquí termina. Me fascina esa frontera invisible. Un pasito, estoy dentro, un pasito y estoy fuera. Las fronteras, qué cosa. Es una de las ficciones más raras que hemos inventado, más que el Finnegan Wakes o Inland Empire.

20.40 h. Pedaleo camino del bar y pienso en La felicidad. Me ha gustado. No cuento mucho nada porque no se ha estrenado, pero sí digo tres cosas. Uno: Elena está creando un discurso escénico propio (que no es poca cosa). Dos: Javi dibuja una historia inquietante, trufada de un humor negro marca de la (su) casa y con una altura de pensamiento poco habitual. Tres: Raquel se entrega generosa en lo físico y emocional a un personaje hermoso y exigente.

21.00 h. Llegamos al bar. Es fascinante: un pastiche decorativo de tan alto nivel que se nos olvida pedir. Especialmente excitadas estamos A y yo. Me siento incapaz de describirlo (si alguien quiere más información, que me contacte por privado). Me pido una sin alcohol que es lo que el prospecto del Lorazepam me ha recomendado vivamente.

Domingo 12 de noviembre.

20.15 h. Voy camino de la Sala Cero a ver Tres cosas, sin bici porque vivo cerca.

22 h Acaba de terminar la función. V me saluda y hace tres bromas seguidas, con su habitual velocidad mental y buen humor. Afortunadamente para lo mío salgo ileso del encuentro porque me aparece de repente agilidad para responder sus bromas y juegos de palabras.

22.15 h. Espero a C en la puerta. Cuando me llamó el jueves, bromeábamos sobre las cosas que dicen/decimos al terminar las obras cuando no nos han gustado. La cosa es que si conoces a quien ha hecho la obra, aunque no te haya gustado, sientes que algo tienes que decir. Pero casi siempre eso que dices es peor que no decir nada. Me acuerdo de un post de Juan Vinuesa en su facebook que no tiene desperdicio. Cuando llegue a casa, lo busco.

22.17 h. C no sale. He pensado mejor hacer uso de mi máquina del tiempo y viajar al lunes que viene.

Lunes 13 de noviembre.

21.29 h. Abro mi facebook. Pongo en mi estado: “Busco chándal blanco (pantalón y chaqueta) para proyecto personal”. Busco el post de Juan Vinuesa como prometí. Entresaco un par de fragmentitos: Sobre este tema, y la avidez de “necesito opinar pero no sé cómo”, recuerdo algo genial que me contó un amigo (Ricardo Reguera): “Tú, cuando termine una obra y no sepas qué decir, quédate mirando muy fijamente al actor/director(a)/autor(a) y dile «Qué cabrón... qué cabrón...» y todo solucionado”. (…) Mi preferido llega cuando alguien viene a ver tu obra y, en la salida, te coge del hombro, se te queda mirando un segundo y te suelta: “Qué locos estáis”. Así, sin más. Ese comentario me perturba. Me deja sin saber si darle un abrazo o regalarle un llavero con brújula (siempre me han dado coraje los llaveros con brújulas).

(Vuelta al) Domingo 12 de noviembre.

22.17 h. (bis) Sale C. La abrazo y la felicito sinceramente.

22.30 h. Voy camino de casa. Pienso en la obra y lo que pienso es que está en la línea que ha marcado para sus producciones la Sala Cero: comedia romántica de pocos (dos) personajes, que aspira (y consigue) interesar a un amplio público. Llevan años haciéndolo muy bien. No es el teatro que yo haría (o sea, no es el teatro que yo hago), pero me parece que está bien hecho y que ocupa un espacio importante en (y para) esta ciudad. El texto de Scott Orton me parece eficaz en general y, por momentos, brillante: divierte, mantiene la atención hasta el final y te hace entender y acompañar a sus dos personajes. Además, trata con la ligereza que debe hacerlo la comedia unos cuantos temas pesados (amor, miedo al compromiso, aborto, etc). Esto parecerá poco así dicho, pero la mayoría de los textos lo intentan y no lo consiguen ni de lejos. A mí, por ejemplo, me encantaría escribir una obra así, pero no me salen. O dirigirla. Por cierto, la sala estaba llena. Y eso da tela de alegría.

22.57 h. En el teatro (y en la vida), los milagros son la excepción. Ayer sábado asistí a uno (ya lo he contado). Hay milagros escénicos en los que (casi) todo el mundo está de acuerdo. Otros son minoritarios. También los hay que duran (casi) toda una obra y otros que son un relámpago en mitad de la función. Aún recuerdo aquél que sufrí y gocé hace años, cuando una actriz decía nombres masculinos con las bragas por los tobillos. Ella representaba a un personaje que no quería admitir que el que fue su novio de toda la vida era homosexual. Por eso, tras la ruptura, se había dedicado a acostarse con todo el que se le ponía a tiro. No se me olvidan aún hoy la desolación y vulnerabilidad que le prestaba aquella mujer a su personaje: en sólo una imagen y una lista de nombres, yo podía ver su miedo, su asco, su lucha por seguir adelante. Ese camino la estaba llevando a la destrucción. Quizá al decir esos nombres se daba cuenta y, con suerte y coraje, podría mirar de frente la verdad.

22.45 h Yo no voy al teatro (edificio) sólo a ver milagros. Estoy atento por si ocurren , pero no los necesito para ser feliz en un patio de butacas. Esta noche he sido feliz conociendo a Cris (Candela) y Dani (Elías). Quizá no se lo he dejado claro a Candela. Si el encuentro de hace un rato con ella fuera el ensayo general (de la felicitación) y ahora fuera la función (de ídem), me saldría mucho mejor. Sea como sea, un poco de felicidad ya es mucho. Gracias.

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