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Fui a Hollywood, me mataron y ahora me encuentro mejor

Alberto Cortés y Andrea Quintana en un momento de Hollywood /foto: 99 páginas

Miércoles, 31 de octubre.

19.15h . Querido diario, voy por la Avenida de la Constitución, camino del Teatro Maestranza, para ver lo primerito que puedo del Mes de Danza. Y tú, ¿qué tal? Me lo temía: callas como siempre. Vale, pues sigo hablando yo. Ya te he contado en otras ocasiones de espectáculos del Mes de Danza, pero no del propio Festival. Es una iniciativa que ahora cumple veinticinco años, que con la que ha caído (y la que está cayendo y la que queda por caer) es un auténtico milagro de los de llamar al Vaticano para que canonicen a alguien. ¿Tú tienes el teléfono del Vaticano? Yo tampoco. Sigo. El Mes de Danza ha hecho alguna de las cosas más fértiles a nivel escénico en esta ciudad: ha mantenido un equilibrio ejemplar entre apoyar la danza de aquí (sin ser endogámico) y estar muy abierto a Europa y el Mediterráneo; ha buscado público(s) por las calles, en los barrios, en los coles (y lo sigue haciendo); nos ha ido haciendo amigas de la danza a base de insistencia y buen hacer. Podría seguir, pero creo que te haces una idea.

20.10h. Estoy sentado en la Sala B del Maestranza para ver a Mónica Valenciano y Patricia Caballero. Esperando a que empiece la función busco su título en el móvil (Mnemosina) y Wikipedia me dice que es una “titánida hija de Gea y Urano, personificación de la memoria”.

20.25h. Hay un juego en torno a la improvisación en la que ambas son maestras, cada una desde su propia poética. Y eso de lo que va esto, la memoria, parece estar más en la palabra de Mónica y en el cuerpo de Patricia (el decir derramado de una, las muñecas girando de la otra). Diría que Mónica y Patricia buscan el vacío, la rendición al presente para que resplandezca esa memoria que no controlamos, pero que somos.

20.45h. Mónica ha mirado a una acomodadora y ésta se ha movido desconcertada, sabiendo que su mirada arrastraba a las nuestras. Ese movimiento, ese hacer visible el cuerpo que quiere ser invisible, es un regalazo que vale por todo un espectáculo (o diez).

20.50h. Mónica hace mucho y Patricia poco. Esa dinámica se ha mantenido constante. Y, por momentos, me cansa. Se me quedan las ganas de ver dónde podrían llegar algunas de las cosas que propone Patricia con su cuerpo y su voz. Me gustaría tener ganas otra vez de Mónica, de su capacidad de regalarnos sus palabras y su movimiento como puñales del ahora. Pero no pasa. De hecho, se me ha ido imponiendo la sensación aguaceite (me acabo de inventar la palabrita), o sea, que ambas son maravilla y quieren juntarse, pero que, al menos hoy, no mezclan bien del todo.

20.55h. Las dos mujeres dicen que el baile va a empezar. Se sientan cerquita una de la otra y miran a la escena. Quedan en silencio. Todos miramos a ese lugar en el que va a empezar la danza. Se hace el oscuro. Fin. Escalofrío por esa hermosísima resolución. Me acuerdo de lo que contaba Jean- Claude Carrière: “Durante la colonización francesa, los musulmanes africanos tenían prohibido representar la figura y el rostro humano; cuando los franceses les proyectaron una película, para no ser descorteses, asistieron a la proyección pero cerraron sus ojos y así permanecieron hasta que finalizó. ¿Qué película vieron en su imaginación?”

Miércoles, 7 de noviembre.

22.17h. Acaba de terminar Hollywood de Alberto Cortés y Andrea Quintana. Estamos aquí aplaudiendo el trabajo. Y eso que hace un rato nos han matado para hacer con el resto de la obra lo que les diera la gana. Este pliegue (matar al público “de mentira” para seguir con la obra “de verdad” al antojo de quienes la hacen) me parece muy significativo en la narrativa o antinarrativa de esta pieza: verdad, mentira, industria, sueños, público, memoria.

3.15h. Me despierto en mitad de un sueño. Yo era Baby Houseman (la de Dirty Dancing), pero mi padre era mi padre justo después de separarse de mi madre. Me veía bailar mi baile final con Patrick Swayze. Parecía sentirse orgulloso de mí y miraba a los lados buscando alguien con quien compartir su orgullo, pero no lo había: él era el único espectador. Sin embargo, sonaba una ovación estruendosa y Patrick y yo saludábamos felices y nos besábamos (sin lengua).

Jueves, 8 de noviembre.

10.15h. Pienso en Hollywood. Me parece que hay un dispositivo que vertebra la pieza, que es también uno de los conceptos centrales que se trabajan: el archivo dañado (archivo informático cuyo contenido lógico está organizado físicamente de una manera no apropiada, faltan datos o estos no son válidos, provocando mal funcionamiento en las distintas aplicaciones que hacen uso de él, o la incapacidad de consultarlo). Hay muchas escenas que son variaciones de un mismo asunto, como desesperados e inútiles intentos de acceder a ese archivo dañado para recuperar la información.

11.17h. Veo una paloma aletear y me recuerda los espasmos de Alberto en el suelo mientras Andrea le oye el corazón.

11.19h. Veo otra paloma mirando a un gorrión volar y pienso en la mezcla de los cuerpos de Alberto y Andrea en escena: el intelectual que baila, la bailarina que piensa, con un punto de partida que se diluye para dejar que aparezcan dos cuerpos que se mueven y tiemblan y hacen y se interrogan.

11.23h. Veo a una mujer que limpia alrededor de la piscina del vecino.

11.26h. Hollywood es un artefacto hermoso y desconcertante, que cuestiona el lugar del espectador y el de la ficción, es una máquina al servicio de la alegría de crear (que es la alegría de ser en libertad), un himno al deseo y al entusiasmo. Y, al mismo tiempo, es crónica de una generación cuya educación sentimental mezcla a Flaubert con Lady Gaga, Justin Tumberlay con Los Chichos, Lars Von Trier con Joquín Reyes, la precariedad con la ambición, los Oscars con los divorcios.

12.37h. Hollywood me recuerda a Piensa, McFly de los Pony Bravo: ambas miran de frente la colonización de nuestra memoria por el cine americano, a nuestro imaginario infectado por la fábrica de los sueños. Y ambas comprueban que el imperio no está fuera sino dentro, y odian ese dentro sin, por ello, dejar de amarlo. Y, sobre todo, saben que nos constituye, que es libertad y cárcel, ala y quemadura. El viaje del héroe es el viaje del sofá y los inevitables sueños de grandeza y amor pleno de Dirty Dancing o Titannic que nos asaltan los días malos.

12.42h. Hollywood (el de USA) es un archivo dañado y Hollywood (la obra) es otro archivo dañado, lleno de archivos dañados (las escenas). Querido diario, siento decirte que tú también eres un archivo dañado dentro de otro archivo dañado que soy yo dentro de otro archivo dañado que es la vida.

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