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Los turistas, la gente y la no-gente (fragmentos de un diario de la gira de Fuenteovejuna)

El autor del artículo con una de las actrices

David Montero

Los Pata negra (antes de la gentrificación y del Airnbnb)  cantaban que “Sevilla tiene dos partes bien diferentes, una la de los turistas y otra donde vive la gente”. Hay otra parte aún “más” diferente, aquella que no es de los turistas y donde vive la no-gente: El Vacie, el asentamiento de chabolas más antiguo de Europa.  En abril de 2016 empecé a ensayar Fuenteovejuna en TNT con alguna de esa no-gente (por cierto mujeres, y por cierto, gitanas) con nombre muy parecidos a los de la gente: Rocío, Carina, Sandra, Lole, Puni, Ana,…

Me pareció que ese encuentro con personas que, en otras circunstancias probablemente nunca habría conocido, era una oportunidad de entender algunas cosas y responder algunas preguntas. Así que empecé a escribir un diario de los ensayos. Ese diario se detuvo el día del estreno. Desde entonces, hemos hecho un buen puñado de funciones por toda la geografía nacional, así que hemos compartido cientos de horas de furgoneta, hoteles, camerinos y algún avión. Yo he seguido anotando cosas en mis cuadernos. Me pongo el traje de espigadora y os copio algunas:

  1. - Furgoneta. Kilómetro indeterminado de la Ruta de la Plata (A-66).

-Yo pienso mucho. Yo, estar aquí, y oír una voz desde tan lejos, de Portugal, y oír la voz, no lo puedo comprender. El teléfono no lo comprendo: cómo alguien puede estar lejos y, sin embargo, escucho su voz aquí. Aquí. Me pongo a pensar y no me lo explico. Y  mi cabeza no para. El teléfono es muy raro.

- En verdad, todo es raro. Por ejemplo, ¿cómo puede caber un niño aquí dentro? Cómo, de una cosa tan chica, de una… una semilla pueden ir saliendo las piernecitas y los bracitos con las manitas y la cara. Todo. En verdad, todo es muy raro.

  1. - Calle cercana al Teatro Español (Madrid).

- Mira, David. En esa farmacia no nos han dejado entrar.

- ¿Por qué?

- No sé. Ha salido el hombre a la puerta y nos ha dicho que no pasáramos. Le hemos dicho que teníamos que comprar medicina, pero ha dicho que no, que allí no.

  1. - Urgencias. Hospital Jove en Gijón.

A. ha tenido una subida de tensión severa y la tienen en observación. En la sala de espera, toda la compañía esperamos el diagnóstico. Estamos preocupados, sobre todo sus dos hijas. Lloran. Yo trato de consolarlas con frases que me suenan vacías antes de decirlas. Miro a la gente mirarnos con una mezcla de curiosidad (poca), desconfianza (mucha) y reproche. ¿Es así como la gente miramos a la no-gente?

  1. - Furgoneta. Kilómetro indeterminado de la A-7.

B. habla por teléfono con su hijo mayor, que está en un centro de menores:

- Pórtate bien, sumadre. Hazle caso a los payos pa que salgas pronto. No te metas en problemas.

Su marido también está en la cárcel, en prisión condicional. El juicio aún no tiene fecha. El marido de C está en la cárcel. B y D también estuvieron en la cárcel.  Hace años, sus maridos cumplieron condena en Portugal, cerca de Lisboa, y ellas cogían el autobús desde Sevilla una vez al mes para verlos. Les pregunto qué edad tenían entonces: veintidós y veintitrés. Éstos no son presos políticos.  ¿O sí? ¿Dónde empieza y dónde termina la política?   

Un rato más tarde, B pregunta la hora y nos mete bulla para que lleguemos pronto a Sevilla porque esta tarde tiene vis a vis.

  1. - Furgoneta. Kilómetro igualmente indeterminado de la A-92.

- Es en Oporto. No, más allá de Oporto. Yo tengo un hermano que me lo mataron, otro que está muy solo y bebe. Los médicos le han dicho que como siga bebiendo… Yo llegué y lo vi. Es más chico que yo y parecía un viejo. Le dije “hermano” y él se vino para mí y me abrazó. Y estaba llorando. Me dijo “hermana, yo tengo que bebel. Lo necesito. Si no bebo, me muero”.

  1. - Centro de Salud en la Gran Vía (Madrid).

Acompaño a B al médico porque le duele mucho la barriga y no ha dormido en toda la noche. Llegamos y explico en información lo que ocurre y que estamos trabajando en el Teatro Español. Le pido el DNI a B, me lo da.

Esta mujer me ha contado en los ensayos que se levanta de madrugada para “buscarse la vida”; luego vuelve a la chabola, la limpia y prepara la comida, despierta a sus cinco hijos, los viste, les da el desayuno y los lleva al colegio; después se viene al ensayo toda la mañana; la tarde se le pasa entre lidiar con esos niños y seguir buscándose la vida. Y así un día de tras de otro. Una vez le pregunté a B que cuántas horas dormía normalmente: cuatro. La vida de las demás no es muy diferente. Yo que si duermo menos de siete horas no soy persona, las veo como unas supermanas con sus mallas y su camiseta de colores chillones, pero no les veo por ningún lado su Clark Kent, la torpeza y fragilidad que compense tanta pelea y tanta aspereza.

Vuelvo a mirar a B. Está doblada de dolor y se enfada con la lentitud inevitable de los formalismos administrativos. Maldice por lo bajini mientras yo sigo respondiendo a las preguntas. Por fin, nos dan número de urgencias. Esperamos. Ella da un grito salvaje con cada arreón de dolor. Yo lo reprimiría como reprimí mi enfado ante la absurda telaraña burocrática. La gente nos mira. ¿Piensan que yo soy  no-gente? Por fin, un médico nos atiende. Le pregunto si quiere entrar sola y me dice que no. El médico me mira a mí y me pregunta a mí. Parece como si B hablara otro idioma, pero no habla otro idioma y él lo sabe. Le receta medicinas y le manda una inyección sin ni siquiera auscultarla, sin casi mirarla.

Hay que volver a pasar por información y pedir cita para enfermería. La telaraña sigue enredándonos y B sigue maldiciendo y quejándose sin importarle que la escuchen. Nos llega el turno. El ATS abre la puerta y le dice a B que entre. Ella me vuelve a pedir que entre con ella. Él advierte:

- La inyección es en las nalgas.

Ella se dobla de dolor. Luego me mira y me dice:

- ¿A ti te importa verme el culo? Porque a mí no.   

Entramos. El ATS saca la jeringuilla y la superheroína me agarra la mano y me dice:

- Me dan mucho miedo las inyecciones.

Se baja las mallas, me agarra más fuerte y me mira para no ver la inyección. Antes de que el ATS se acerque, ya llora:

- Ay, por favor, por favor.

Está desvalida y me necesita. Le ponen la inyección. Yo, sin dejar de mirarla, me acuerdo de una canción “Late night in Maudlin street” y no sé por qué. 

Se sube las mallas, se seca las lágrimas y se ríe con esa risa hermosa y salvaje que tiene, que tienen todas ellas. La acompaño a la farmacia a comprar lo que le ha recetado el médico para asegurarme de que la dejan entrar y, luego, a la casa donde se queda con otras compañeras. 

Camino solo en dirección a Lavapiés. Hace frío. Me pongo la capucha y aprieto el paso. Canto bajito con mi inglés del 73 Late night in Maudlin street. La canción cuenta la historia de una mudanza, de alguien que deja atrás la calle en la que se crió y se va a otro lugar. “I was born here, I was raised here/ and I took some stick here”. Es una canción de amor, pero sobre todo es una canción sobre el pasado que se enreda en nuestros codos, sobre cómo sobrevivir y pasar página, aún sabiendo que nunca se pasará del todo. Morrisey sigue viviendo un poco en Maudlin street. Yo llevo en los codos la calle San Vicente de Paúl y el babi celeste con rayas blancas. Y, mientras agarraba la mano de B, he podido ver su Clark Kent: la niña medio abandonada que fue y el  internado de monjas donde la dejaron (“algunas eran  buenas; otras, unas hijas de puta que me pegaban”): el miedo es un maestro que viene de la infancia.

Está empezando a llover. Aprieto el paso y sigo cantando por lo bajini: “They took you away in a police car/ Dear Inspector, don't you know?/ Don't you care? Don't you know about Love?/ Your gran died and your mother died/ On Maudlin Street/ In pain and ashamed/ With never time to say/ Those special things”.

 

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