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En busca de la Bella Escondida

La Bella Escondida, en Cádiz.

Francisco J. Jiménez

Cádiz tiene bellezas que saltan a la vista, pero también algunas que han quedado en un segundo plano a lo largo de la historia. Tesoros por descubrir que sólo están al alcance de los que no tienen reparos por salirse de los circuitos más convencionales. Cuenta la Tacita con una torre que se sale de lo habitual. Lo particular no radica en el hecho de ser un mirador porque son muchos, casi 140, los que siguen en pie. Es por el halo romántico que la rodea, por esa peculiar planta octogonal, por sus azulejos y pinturas en la fachada y, sobre todo, por el hecho de estar inaccesible para el viandante desde la calle. Sólo puede disfrutarse su belleza desde las azoteas cercanas, aunque hay privilegiados que han conseguido entrar al tener contacto con sus actuales propietarios.

El hotel Las Cortes de Cádiz ha tenido la iniciativa de abrir sus puertas para que cualquier ciudadano pueda ver desde su solarium esta torre mítica. La directora y propietaria, Pepa Díaz, pretende acercar al pueblo una joya arquitectónica que la burocracia y la política han tapiado al unísono.

La Bella Escondida, ubicada en la calle José del Toro, pertenece ahora a Manuel Morales de Jódar y Carlos Marañón de Arana. Morales, decorador y escenógrafo, se ha encargado de la restauración en la medida que le ha sido posible. Recibió muchas promesas de las administraciones públicas sobre el impulso que iba a recibir la torre e incluso lleva varios años esperando que sea catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC), algo que nunca se produce.

“Yo compré la casa porque me daba muchísima lástima verla en un estado penoso y porque sabía que nosotros éramos capaces de restaurarla debidamente. Bibiana Aído fue la que impulsó el tema e inició la incoación de monumento BIC, pero al marcharse todo se quedó en nada. La alcaldesa de Cádiz ha ido muchas veces y ha hecho muchas promesas, pero al final nada de nada. Hemos restaurado la escalera original y está accesible, pero no para un flujo grande de visitantes. Yo creo que el convenio que se planteó el 2011 con el Ayuntamiento era bueno por ambas partes, pero no se llegó a firmar. Ahora que se acercan las elecciones municipales puede ser que se retome. Si no, a esperar otros cuatro años hasta que les vuelva a interesar políticamente. En definitiva, es la administración la que tiene que acometer unas obras muy especializadas para restaurar sólo la parte externa de la Torre y tomar unas decisiones que exceden la capacidad nuestra de afrontarla”, explica Morales de Jódar.

Por desgracia, La bella escondida no está al alcance de cualquier visitante, pero el simple hecho de verla a través de alguna azotea ya puede suponer una sorpresa por lo singular del edificio. “Me parece genial lo del Hotel las Cortes, a nosotros nos libera de responsabilidades. El otro día fueron 15 matrimonios de guardias municipales invitados por nosotros y perdimos una mañana entera y el transporte a Cádiz de nuestro bolsillo”, relata Morales.

Esos afortunados gozarían de la belleza interior de esta torre, que fue creada en el primer tercio del siglo XVIII. Entonces Cádiz era una ciudad muy activa en el plano comercial y con una mentalidad muy liberal, previa a Las Cortes de 1812. En sus tripas guarda un palacio que sorprende con su patio de entrada, una escalera de mármol imponente y otros elementos que hablan del alto nivel del Cádiz de ese momento. Todo ello y una importante colección de arte podrían estar al alcance de los visitantes, pero por el momento seguirá siendo un tesoro escondido.

Pepa Díaz, propietaria del Hotel Las Cortes, afirma que se le ocurrió la idea de facilitar la vista de La bella escondida “viendo que Cádiz se está posicionando como destino turístico y cultural y que tenemos enfrente esa maravilla. Pensé que así lo iba a difundir y es un éxito porque hay un auténtico desfile de gente que llega para ver la torre. Es muy alta, no se puede ver por la calle, sólo por las azoteas de Cádiz”.

El hotel, en sí, también es un elemento para no perdérselo aunque sólo sea como visitante. Es un palacio de 1812, una casa palaciega que además era empresa. La ventaja que tiene es que está abierto todo el día, no se ha dividido en ‘partiditos’ para viviendas y dispone de los mismos pilares, las mismas barandas, los arcos de medio punto… Una labor de restauración que es valorada por la clientela. Cuando el famoso escritor Hans Christian Andersen se hospedó aquí se llamaba La Fonda de París. El danés hablaba sin parar de la luz de Cádiz en el libro que relata su viaje a la capital gaditana.

Era el periodo de los luces. Los liberales eran los primeros que hablaban de política abiertamente y por ello se inventaron los cafés. Llegó a haber hasta catorce en Cádiz. Era una época importante porque los comerciantes que querían ir a América pasaban por Cádiz. En el Castillo de San Sebastián había agua dulce y los barcos paraban allí para llenar las vasijas y limpiar las embarcaciones.

Ahora Cádiz es otra historia, pero tomarse un café en el solarium del hotel disfrutando de la vista de La Bella Escondida puede ser un plan más que apetecible para cualquier turista. Descubrirá el universo de las torres miradores, un símbolo del estatus social que adquirió Cádiz en el siglo XVIII. El objetivo de estas torres era atisbar desde allí a los mercantes. Ahí se originó el oficio del veedor, el que veía en lontanaza para identificar los barcos. La torre era el remate del conjunto de la casa gaditana en el momento del florecimiento comercial con las indias occidentales.

Era un sistema curioso, ya que desde que un barco llegaba a Cádiz, con el gran trasiego marítimo que había, pasaban 24 horas. Mediante señales y banderas se comunicaban desde la torre con el barco, se sabía qué cargamento traía y en ese compás daba lugar a subir el precio del producto o productos en cuestión.

Aún quedan muchas torres miradores visibles en la ciudad y la más explotada en el plano turístico es la Torre Tavira, que cuenta con una cámara oscura que muestra todo Cádiz desde un prisma único. Torres para mirar el mar, aunque La bella escondida también se diferencia en esto del resto, ya que cuenta la leyenda que en este caso sólo buscaba ser vista por la hija de quien la mandó construir, que había ingresado en un convento cercano.

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