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Pedregalejo con hambre: pescaíto frito, sushi, espetos y camperos

Pedregalejo.

Nacho S. Corbacho / Nacho S. Corbacho

Pedregalejo es un barrio singular con dos zonas diferenciadas que lo hacen muy especial. Hacia el interior, al norte, sus tranquilas calles son un precioso catálogo histórico de construcciones ejemplares: ahí se encuentran algunas de las joyas arquitectónicas más interesantes de la ciudad en forma de viejas residencias veraniegas de la burguesía malagueña. Y hacia el sur, la playa. Allí la estampa es otra, protagonizada esta vez por estrechísimas calles donde aún se conservan algunas pequeñas casitas de pescadores, los primeros pobladores de la zona hace ya más de un siglo. Algunas de ellas conviven, a pie de playa, con clásicos chiringuitos y modernos establecimientos. Restaurantes que han dado un nuevo aire a la zona en los últimos años, porque no solo de espetos vive esta barriada.

Es justo ahí, a orillas del Mediterráneo y a lo largo del Paseo Marítimo del Pedregal, desde el balneario de los Baños del Carmen hasta el arroyo Jaboneros, donde se encuentra una de las áreas preferidas por malagueños y turistas para el verano. Y mientras llega la estación estival, la primavera es la temporada perfecta para visitar Pedregalejo: el clima permite los primeros baños de la temporada y, cuando entra hambre, aún se puede encontrar mesa sin complicaciones.

El clásico entre los clásicos de la gastronomía playera malagueña es, por supuesto, el espeto de sardinas. La tradición manda que este pescado debe comerse en los meses sin erre, así que la temporada ya ha empezado. Aunque los más perfeccionistas subrayan que la mejor época para probar esta delicia es de Virgen a Virgen, es decir, entre la festividad de la Virgen del Carmen -en julio- hasta la de la Virgen de la Victoria -en septiembre-. Sea como sea, el aire en el Paseo Marítimo huele a espeto en primavera y el sol invita a disfrutar de este rico pescado.

Uno de los lugares más tradicionales para hacerlo es en El Lirio, el chiringuito más antiguo de Málaga. Una pequeña barca varada frente al merendero es el perfecto lugar para asar las sardinas, espetadas con una caña por el lomo, como manda la tradición. Merece la pena acercarse a la vitrina del restaurante para estudiar el pescado que también se puede degustara allí, recién llegado cada día de los mejores puestos del mercado de Huelin o de la pescadería Victoriana, ubicada en Rincón de la Victoria. Calamares, calamaritos, jibia, almejas, lubina… La lista de posibilidades es tan sabrosa como el típico manojito de boquerones que se puede pedir en El Lirio. El Caleño, Miguelito El Cariñoso, El Cabra o Las Palmeras son otros chiringuitos más que recomendables en Pedregalejo y, entre todos, se ha desatado una batalla por el precio del espeto que lo ha democratizado aún más: es fácil ya encontrarlo a dos euros.

Más allá del pescaíto frito, el barrio ha ganado en diversidad con la llegada de nuevos restaurantes que han dado un aire diferente a la gastronomía local. Uno de ellos es el Pez Tomillo, un enorme restaurante con dos preciosas terrazas junto a los astilleros Nereo. Su carta mezcla tradición y modernidad: desde el pescado del día al horno hasta un carbón de bacalao, pasando por propuestas como ceviche de atún con leche de tigre, unos huevos camperos con patatas o un rico salmorejo cordobés. Sus postres caseros son más que recomendables y se pueden disfrutar junto a una interesante y rica variedad de cócteles. Todo ello hace que sea muy fácil verlo a rebosar las noches de fines de semana… Y, a veces, también entre semana.

A su lado se encuentra la aventura gastronómica llamada Misuto. Un restaurante que compagina dos cartas: una centrada en los productos mediterráneos y otra enfocada al sushi. Ello hace que en la mesa pueda aparecer un plato de porra en ensaladilla malagueña, unas gyozas de ibérico con salsa ponzu, un taco de pez mantequilla asado con miso, cremoso de patatas y algas, un tartar de atún picante o un uramaki de foie. Pequeño y bien decorado, es un lugar en el que disfrutar con calma. En sus fogones se encuentran los cocineros Rui Junior y Alejandro Salido, quienes cuentan con el apoyo de Alejandro Contento, que se encarga de la interesante selección de vinos locales.

Paseando entre jábegas, pequeños espigones, bicicletas, amantes del running y casitas de alquileres desorbitados, encontramos un lugar imprescindible: La Galerna. Un establecimiento para cualquier momento del día donde cuentan con una saludable carta de batidos, sándwiches y ensaladas. Desayunar allí evita todo el estrés que se acumula durante la jornada laboral, y almorzar una de sus sanas propuestas también ayuda. Aunque el momento preferido para muchos es la sobremesa: básicamente porque allí es muy fácil alargarla hasta la madrugada entre cafés, zumos, cervezas y gominolas. Más aún si encuentras sitio en la terraza, de la que nadie se quiere despedir. Una de sus propuestas más irresistibles es la tarta de oreo y, si no hay, pide la de zanahoria: difícil arrepentirse de dicha elección.

El que también tiene su sitio en Pedregalejo es el bocata más famoso de Málaga: el campero. Mafalda es uno de los grandes clásicos malagueños donde sirven una amplia y sabrosa variedad de esta especialidad local. El establecimiento abrió en 1982 y, desde entonces, varias generaciones han pasado ya por allí para degustar sus propuestas, que van desde los tradicionales camperos de pollo, vegetal o de jamón y queso a los de pinchitos, roquefort o tortilla: difícil es no encontrar uno al gusto personal. Y para quienes lleguen con mucha hambre pueden lanzarse hacia el Mafaldón, campero a base de jamón, queso, tortilla francesa, bacon y pollo. También se puede elegir alguna otra propuesta de su extensa carta que incluye sándwiches, ensaladas, platos combinados y hamburguesas, ya sea una clásica, una con sabor a shawarma, otra de ternera retinta gaditana e incluso hay de wagyu, carne de origen japonés. El pan con el que envuelven todos estos bocadillos es exclusivo: una panadería lo elabora únicamente para ellos.

La terraza del Mafalda comparte espacio en una pequeña plaza con uno de os últimos restaurantes en llegar al barrio. Se llama El pequeño búfalo y su mamá y, allí, también hay hamburguesas. En este caso de ternera, cordero, buey o pato e incluso existe una opción vegetariana. Pero la oferta de este joven restaurante (nació en julio de 2014) tiene otras interesantes propuestas de pastas, woks, ensaladas, bruschettas y carnes, así como nachos, ensaladilla rusa o un original tartar de salchichón de Málaga. Merece la pena degustar el rico wok Coconut chicken, compuesto de pollo, langostinos, verduras, cacahuete, leche de coco y curry; o la ensalada Kraken, compuesta por pulpo, tomate, cebolla, aguacate, pimiento verde, brotes de soja, lima y cilantro. Para bajar el pique de algunos de sus platos (al equipo del restaurante le gusta probar cosas diferentes) son muy recomendable sus cócteles. Y si alargas demasiado la noche, la solución está cerca en el hostal Las Acacias, ubicado en una antigua casa señorial restaurada donde, además, hay un restaurante con cocina de temporada y productos de proximidad. Por si te quedas con hambre.

 

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