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El milenario santo verde que te deja mudo

El Castaño Santo de Istán

Néstor Cenizo

En plena Sierra de las Nieves hay un santo que se levanta imponente. Su milagro ha sido sobrevivir más de 800 años, o nadie sabe cuántos más, a los incendios, las talas y la erosión de la tierra que rodea sus raíces. Dicen muchos de quienes han visto el Castaño Santo, que así se llama, que prefieren no describirlo: el miedo a quedarse corto, a no saber poner palabras a una impresión porque lo que se siente no tiene traducción. Cosas del misticismo pagano. El árbol, mejor sentirlo.

El Castaño Santo está en Istán (Málaga) mide casi 25 metros. Pocos santos o árboles hay más altos en Andalucía y menos de una copa tan extensa, de más de 27 metros de diámetro. Para aguantarla necesita el soporte de una base de 21 metros de perímetro y entre cinco y siete metros de diámetro. El área proyectada de la copa es de unos 500 metros cuadrados, de modo que aquí sí, arrimarse al buen árbol proporciona buen cobijo. La sensación primera es por eso de pequeñez ante la inmensidad de un ser más grande, más fuerte, superior.

El árbol parece reposar descalzo a la sombra fresca de su copa. La corteza es como piel ajada y las raíces como unos enormes nervios tensos corren casi desnudas, aunque no tanto como llegaron a estarlo. El alcalde de Istán, José Miguel Marín, explica que hace apenas cuatro años un grupo de voluntarios, con el apoyo del ayuntamiento, lo vistieron levemente recubriendo de tierra las raíces y levantando un pequeño soporte de piedras. No es cosa de que el santo vaya desnudo.

Este árbol formidable fue testigo mudo de cómo los hombres se mataron por algo que decían que tenía que ver con la pureza de su sangre. El Pico de las Armas y el Puerto de la Refriega están cerca y los nombres dicen algo: Luis Ponce de León puso fin aquí a la rebelión de los moriscos en 1570. Otra leyenda afirma que Fernando el Católico celebró bajo sus ramas una misa, poco antes de lanzarse a la batalla para conquistar Marbella. En ella el rey habría pedido por el retraso del crepúsculo para que las tropas llegasen a la ciudad sin ser vistas. Esta es también zona donde se refugiaron Francisco Flores Arocha y Pasos Largos, los últimos bandoleros de la sierra, muertos a tiros los dos por la Guardia Civil en los años 30. Bajo el Castaño Santo se siente por eso el peso de sus años, que le hacen más sabio.

Es también un ejemplar singular, rodeado como está de alcornoques, así que a su lado se siente también la fuerza de lo excepcional. La ruta no es corta: unos 20 kilómetros desde el Puente del Herrojo, cerca del club de golf La Quinta de Marbella, desde donde parte una ruta relativamente popular. Gran parte puede hacerse en un vehículo adecuado con el que llegar hasta la Venta Quemá, ya muy cerca del castaño. El camino discurre por una pista forestal en alto paralela al río Guadaiza.

A un lado y otro acompañan encinas, alcornoques y jaras (puede que también alguna piara de jabalíes), y van quedando la Sierra Blanca, la Sierra de las Nieves, la Sierra de Istán y el Embalse de la Concepción, hasta llegar al Hoyo del Bote. También es posible realizar la ruta ciclista desde Istán, un precioso pueblo de casas encaladas, fuentes y acequias al sur de la Sierra de las Nieves atravesado por el Río Verde. Esta ruta es de dificultad alta.

El árbol está en una finca privada a la que está permitido el acceso. No es raro encontrarse con cerdos en montanera a su alrededor, en la última fase del engorde. El alcalde de Istán explica que los intentos para que fuese declarado monumento natural han topado con la oposición de una de las dos familias propietarias de la finca. El Ayuntamiento ofreció crear un área de reserva, pero finalmente, sólo hay un cartel que pide a los caminantes que no se suban al árbol o pisen sus raíces.

Si se completa el reconocimiento de la Sierra de las Nieves como Parque Nacional (actualmente en tramitación), el Castaño Santo obtendría automáticamente la máxima protección. Pero por el momento depende sólo de quien lo visita cuidar de este santo que va camino de los mil años. Y mirarlo o sentirlo sin poder, probablemente, describirlo con palabras.

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