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La carpintería de las últimas jábegas, la genuina barca malagueña

Foto: Miguel Heredia

Néstor Cenizo

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El miércoles a las 11, como cada mañana, hay tres personas en el muelle 9 del puerto de Málaga haciendo una barca a la manera en que la diseñaron los antiguos, probablemente los fenicios. Las barcas de jábega siguen luciendo el ojo y una serpiente en el espolón de proa, a modo de protección contra la mala mar. Hay algunas diferencias con la antigua jábega: pesa menos y en lugar de los 13 remos tradicionales, las que aquí preparan José Pedro González y sus dos aprendices tienen siete. Por lo demás, son jábegas de toda la vida. “Tiene sus 26 cuadernas, su espolón con la serpiente y sus escálamos”, explica Agustín Montañez

Estamos en una carpintería de ribera que es, a su vez, la sede de la Escuela Provincial de Remo Jábega y de la Asociación de Remo Tradicional. El astillero nació hace apenas año y medio con el apoyo de la Diputación de Málaga, pero ya son autosuficientes. Los suministros, el alquiler del lugar y los sueldos del calafate José Pedro González y sus dos aprendices se pagan con la venta de las jábegas y los arreglos. El coste de cada una ronda los 25.000 euros y tardan unos cinco o seis meses en terminarlas. “Este es el único calafateo de ribera que queda”, asegura Montañez.

José Pedro González es, como hemos dicho, el calafate: el carpintero de ribera al mando del taller. Ronda los cincuenta, y cuenta que empezó como carpintero de obra, pero cuando descubrió esta otra carpintería ya no pudo despegarse. Empezó como discípulo de Julián Almoguera Cañete, el hombre que bautizaba a todas sus jábegas por igual: María Juliana.

Por entonces, González ayudaba al maestro “forrando chalanas, haciendo arreglos y mástiles”, pero poco a poco fue perfeccionando la técnica. El problema, cuenta, es que de hacer jábegas no se podía vivir. “Hay que estar loco para hacer esto”, dice antes de pedir nuevos aprendices. “Pero que vengan sin saber nada, porque si no, traen vicios”.

Cuenta González que hubo un tiempo, no hace tanto, en el que tan mal estaba la cosa que las jábegas corrieron riesgo de desaparecer por las prohibiciones pesqueras y el empuje de otras embarcaciones modernas, hechas de fibra de vidrio. Pero todo cambió con la llegada de la asociación y la Liga Provincial de Jábegas, para la que se exige contar con una jábega “homologada”. Es decir, de acuerdo con las líneas y parámetros heredados durante siglos y con origen probable en los fenicios.

José Pedro González aligeró la barca hasta los 500-550 kilos, la redujo a 8,60 metros de eslora, empezó a producirla en madera de cedro y consiguió una jábega “dinámica”, muy buena para la competición. No serviría para el uso pesquero porque no aguantaría la carga, pero respeta la esencia adaptándola al uso deportivo.

Desde 2002, José Pedro ha hecho once jábegas, las tres últimas en este lugar. La jábega está íntimamente vinculada a Málaga. Hay documentación sobre su uso que se remonta a los siglos XVII, siempre asociadas a un arte pesquero, pero hay quien remonta su origen a los fenicios, fundadores de la ciudad.

González asegura que las jábegas son las barcas más antiguas de las que surcan el Mediterráneo, y que las actuales traineras o los llauts de Cataluña han desechado la tradición para convertirse en embarcaciones deportivas. Aquí, las jábegas mantienen una roda única en el Mediterráneo y la maniqueta, y tantas otras cosas que hacen a la barca de jábega única en su especie. El plano y las medidas están custodiados por la escuela porque, según cuenta González, ahora que hay mercado han surgido los interesados en copiar el diseño.

Nueve clubes y 500 remeros

Nueve clubes y 500 remerosEste lugar no existiría sin la presencia simultánea de la escuela y la asociación. La escuela tiene ahora 80 alumnos y la asociación tiene nueve clubes asociados y unas 500 fichas, entre ellas unas 160 mujeres remeras. Es más que la propia Federación Andaluza de Remo. Cualquiera puede apuntarse a remar en jábega, como actividad ocasional o de forma regular, y hay una liga provincial que organiza unas regatas que son un espectáculo en sí mismas

Agustín Montañez, que ya en los 90 impulsó la Comisión de Barcas de Jábega para la conservación de este tipo de embarcaciones., dirige la asociación y la escuela “Yo soy nacido en el mar, de familia de pescadores”, dice Montañez, lo que en Málaga significa ser de El Palo. Con 14 años pescaba en Marruecos, con 16 faenaba la gamba en Angola; se tiró 30 años en los barcos hasta que los pulmones lo apartaron de la pesca.

“Yo estaba navegando y a una barca muy antigua de El Palo le metieron fuego por asuntos familiares”, relata. Como era la jábega en la que se sacaba en procesión a la Virgen del Carmen, los pescadores pidieron contribuciones casa por casa y con lo que sacaron compraron la Santa Isabel, una jábega de 217 años (aunque botada oficialmente en 1918), supuestamente hecha en Marbella al precio original de 1.500 reales de vellón. “Ahí empezó mi vida con esto”, recuerda Montañez, que ha dado un impulso decisivo para que este tipo de barca no se pierda.

La prohibición del arte pesquero al que estaba asociada y la competencia de otras embarcaciones más modernas y deportivas estuvieron a punto de acabar con la jábega. Llegaron a ofrecerles la fabricación en fibra de vidrio. “¿Cómo vamos a permitir que nos pisen la historia unos barcos hechos con fibra de vidrio?”. La asociación y la liga le han dado un impulso, aunque Montañez pide algo más de apoyo: “Hemos escrito tres cartas a Antonio Banderas y no nos ha contestado”.

El caso es que ahí siguen las jábegas surcando la bahía con sus 26 cuadernas y su espolón de serpiente y sus escálamos. “Igual que hace 3.000 años. Son las únicas que siguen haciéndose de madera”, cierra con orgullo Montañez.

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