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Las familias de los guardias civiles acosados en Catalunya: “O el Gobierno les protege o que se vengan de vuelta”

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Fermín Cabanillas

En casa de Paula hace una semana que no se ve un informativo, ya sea por eludir algunas noticias o por no hacer sufrir a sus dos hijos viendo como “hombres vestidos igual que papá” son insultados o participan en disturbios. Su marido -Paula es un nombre ficticio- es uno de los 250 agentes de la Guardia Civil del Grupo de Reserva y Seguridad (GRS) en la sevillana Montequinto. En su casa han acostumbrado a los niños a hablar con respeto de las leyes o los uniformes. A veces, bromean con sus compañeros de clases sobre que “vamos vestidos iguales, como papá, pero sin pistola”, y para ellos “es un trago no poder decirles cuándo va a llegar su padre a casa o cómo explicar a sus amigos que su padre quiere preservar la ley aunque en la tele salgan imágenes violentas”.

Su caso no es el único. Como ella hay más de 200 parejas de agentes de la Guardia Civil que, en muchos casos, tienen hijos, con los que hay que hacer malabarismos todos los días para que no se altere su normalidad. Ella no incide demasiado en las razones que han llevado a parte de la sociedad catalana a provocar situaciones como la expulsión del hotel de Calella, pero sí entiende que “si no estuviesen tan abandonados por el Gobierno como están, puede que tuviesen la moral algo más alta, aunque fuese algo sólo simbólico”.

“Hay gente de a pie que les da las gracias”

Más afectada que ella está Sandra -también nombre ficticio-. Lleva en Sevilla casi 15 años, procedente de una casa cuartel extremeña, y afirma, fríamente, que sabe que su marido no le dice la verdad cuando dice que todo va bien ahora, tras ser expulsado del hotel de Calella. Lo explica tranquila, y lamenta que “nadie los ha defendido como debería”, encabezando sus críticas al ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, del que dice que “ojalá hubiese sido tan directo hacia sus guardias civiles como ha sido Fernández Vara”. Menos confianza parece mostrar en el Rey Felipe VI, tras escuchar su discurso del pasado martes: “Me pareció diplomático, aunque no creo que él pueda o deba decir más de lo que ya hemos escuchado”; y enfatiza: “lo que queremos hacer llegar a todo el mundo es que los agentes que están en Cataluña son personas y tienen familia, que estamos muy mal por la situación que se está viviendo”.

En ese sentido, se para a analizar el apoyo de la gente común. Es verdad que no acudieron a evitar que les echaran del hotel, pero pone el acento en que “hay gente de a pie que los aplaude y les da las gracias. A esos estoy muy agradecida y a las personas que ofrecen sus casas y lo poco que tienen para dárselo a ellos”.

Al otro lado de la historia está Marisa. Su hijo, cuando apenas podía andar, “ya me decía que quería ser Guardia Civil”, y ahora teme que sea uno de los agentes que hagan el relevo a los que ahora están en Catalunya. Intenta llevarlo con tranquilidad, “pero es imposible no pensar en que eran repudiados por algunos ciudadanos de Euskadi, y ahora se puede repetir la historia”.

Preguntada sobre qué puede hacer el Gobierno para proteger a los compañeros de su hijo, es tajante: “lo que tienen que hacer es dejar de marear con el 155. Si lo van a aplicar, que lo hagan ya, pero la inquietud de las familias de los agentes tiene que terminar”.

Son familiares de agentes, pero la voz de la experiencia, fatal en este caso, la pone Damián. Tal es su conocimiento de lo que estos agentes pueden estar pasando que su hermano fue uno de los guardias civiles que vio cómo ETA le ponía una bomba bajo su coche hace más de 20 años. Estuvo destinado en Intxaurrondo, “pero ahora casi es peor, porque les está echando más reaños (sic) a la Guardia Civil, intentando hundir a España por todos los medios”.

Damián es claro a la hora de sentar la base de las críticas: “El Gobierno tiene que hacer las cosas bien hechas o traerlos a sus puntos de destino, y que dejen de estar para que los insulten, les escupan y les echen de todos los lados, porque en esa situación no están defendiendo nada, sólo están degradando a los agentes”.

Así, asegura que admira a su yerno, del grupo de agentes expulsados del hotel de Calella, “porque yo no tendría la capacidad que tiene ellos de aguantar todo lo que están pasando”, pero lo que le preocupa es que hayan llegado a este extremo, “con el Gobierno, que no ha sabido digerir lo que le venía en todo lo alto, y ante un señor -Puigdemont- que parece intocable a pesar de que ha incumplido varias leyes”.

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