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Agricultores en peligro de extinción: “Si desaparecemos, ¿quién producirá los alimentos en el futuro?”

La batalla diaria es que la tierra siga dando frutos de calidad.

Carmen González

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La Huerta del Rosario está situada a dos kilómetros de la carretera A-8125, entre Arahal y Morón. Es la más antigua y la única de grandes dimensiones que queda en el municipio sevillano. Se accede por medio de un camino de tierra en la misma cuesta de Malasmañanas. Cuando llegas al lugar, lo primero que encuentras es un enorme espacio plantado de alcachofas en plena temporada de reproducción. El verde intenso de la planta resalta de la tierra roja, aún mojada por los últimos días de lluvia. A poco que avances puedes empezar a ver los invernaderos que guardan los secretos de esta empresa.

Cuatro hermanos regentan la que es ya la única huerta de verduras que queda en el municipio. La Huerta del Rosario es un nombre asociado a tomates, pimientos, alcachofas, patatas, berenjenas, rábanos, coliflor o espinacas; nombre que también suena a campo con antigua alberca donde el agua no dejaba de correr, fría como un témpano, para dar de beber al ganado o lavar las berzas.

Las cuatro familias trabajan desde 1983 para sacar adelante productos de calidad pero, lamentan, “con escaso rendimiento económico” por las condiciones del mercado. “Este año es el primero que le hemos visto algo la punta porque, por ejemplo, han pagado por el kilo de tomates 0,80 euros, pero normalmente sacamos para ir tirando”, dice Juan Brenes, el mayor de los hermanos con 60 años , apesadumbrado e indicando que “así no se puede vivir”.

Porque ganarse la vida como hortelano es una carrera contra la meteorología, las plagas y, sobre todo, el precio de los productos. Los agricultores ven incomprensible que les paguen por un kilo de tomates 0,50 euros y en el mercado el precio alcance casi los dos euros. Después de que son ellos los que invierten y sufren las consecuencias de saber que, hoy, es imposible que salgan adelante los productos de la huerta sin todos los cuidados que reciben y sin emplear el doble de tiempo de lo estipulado en la jornada laboral.

“Defender el producto”

Los hermanos Brenes no son la primera generación que vive de la Huerta. Pertenecen a una saga de hortelanos y la suya era de su abuelo. “Mi padre nos dijo: la huerta es para ustedes. Nos hicimos cargo y empezamos pidiendo un préstamo a la Caja Rural para instalar los primeros doce mil metros de invernaderos”, cuenta Juan. La extensión de la Huerta del Rosario es de unas cuatro hectáreas (más de 40.000 metros cuadrados).  De ellos salen por temporadas miles de kilos de producto que venden, sobre todo, en Mercasevilla. Van dos veces por semana y, cuenta Juan, “mi hermano Antonio (56 años) lleva el producto y tiene que quedarse para defenderlo”. Aún así, para sacarle la rentabilidad que los mantiene viviendo de ello durante años, trabajan catorce horas diarias.

Y no descansan ni los domingos. “Me vengo con mi mujer a echar un rato, recogemos, clasificamos y dejamos preparado el camión para el lunes salir a vender”, comenta este hortelano arahalense. Su hermano, José Carlos, está junto a él. Con 51 años, es el más pequeño de los cinco. Con ellos trabaja también Dolores Brenes (52 años). 

La naturaleza como aliada (a veces)

“Yo casi no fui a la escuela, por eso mi hermano está más puesto que yo”, dice Juan. Más puesto a la hora de tratar plagas y de conseguir avances que sumen calidad a sus productos. Gracias al interés de José Carlos en la Huerta del Rosario no se trata nada con productos químicos. Asegura que “hoy en día es muy difícil sacar una producción adelante sin que sea atacada por alguna plaga”. Él lleva años buscando soluciones para que en su producción se mantenga el equilibrio. “No se puede echar veneno a los tomates para acabar con la mosca o la tuta (polilla nocturna que provoca importantes daños a la planta) sin que queden residuos”. Por eso buscan productos naturales como, por ejemplo, otro insecto que acabe con el que provoca la plaga y no dañe la planta.

También han optado por soluciones que ofrece la naturaleza para aumentar la producción. Estos hortelanos tienen instalados cada 1.000 metros colmenas con abejorros que polinizan las plantas. “Se busca siempre un equilibrio con el objetivo de no meter productos químicos porque éstos, además de adherirse a lo plantado, acaban con insectos que lo benefician”. José Carlos ha viajado por toda Andalucía y fuera para informarse de la última tecnología utilizada a la hora de plantar o para conocer los últimos productos. Oírlo hablar es hacer, en poco más de una hora, un máster sobre productos de la huerta.

Sin ellos, desaparece la huerta

Pero ninguno de estos conocimientos y esfuerzos les sirven a la hora de conseguir un justiprecio en el mercado. Y ven que, con ellos, desaparece la Huerta del Rosario. Los hortelanos, que han defendido hasta ahora esta forma de ganarse la vida, entienden que sus hijos busquen otras salidas, con menos riesgos y mejor pagadas. “Mi hija estudió Filología y está en Madrid trabajando, tiene su sueldo, vacaciones y mucha tranquilidad. Ni se ha planteado seguir con esta empresa”, dice Juan. Y piensa que hace bien porque “aquí no hay vacaciones ni fines de semana y uno se duerme pensando en el tiempo. Sopla un poco de viento de noche y temo llegar al día siguiente a la huerta”.

A pesar de todas las horas dejadas atrás, Juan dice que tienen suerte porque no ha ocurrido ninguna desgracia que los arruine. Y se acuerda de las últimas noticias sobre granizos e inundaciones por distintas partes de España. “De eso no te recuperas jamás. Lo más grave que nos ha pasado ha sido cuando un remolino de viento dejó un invernadero convertido en un amasijo de hierros en pleno agosto. Para que no se quemaran los tomates, tuvimos que echarles mantas a las plantas”.

“¿Quién va a producir los alimentos del futuro?”

Las inspecciones sanitarias en la huerta son constantes y, una vez en semana, un técnico financiado por la empresa visita las plantaciones. “Porque tienes en tus manos la salud de las personas”. Y se quejan de la llegada de productos de Marruecos que no pasan las mismas inspecciones sanitarias. “Cada vez hay más verdura y fruta que venden sin control a precios muy baratos porque el producto no es de calidad”, explican.

Huerta Los Membrillejos, Huerta Murillo, Huerta Fernando, Huerta de Los Platos, Huerta de los Motas, Huertas Perdidas, Patas Largas, El Perú. Estos eran los nombres de las antiguas grandes huertas que han ido desapareciendo poco a poco en Arahal. Muy cerca de la Huerta del Rosario hay otra que forma parte de la historia del pueblo, la Huerta de Las Monjas, principalmente plantada de naranjas de variedades diferentes. En la actualidad está rodeada de las instalaciones de un catering.

Las huertas poco a poco se van quedando sin futuro y colocándose en la memoria de los vecinos de los pueblos. El oficio de hortelano está en vías de extinción y las huertas se limitan a los huertos sociales, instalados por los ayuntamientos, que sirven de entretenimiento a los mayores del lugar o de ayuda a los desempleados para consumo propio.

Y los hermanos Brenes se preguntan: “Si las huertas desaparecen, ¿quién producirá los alimentos que consumirá la sociedad en el futuro?” Porque, como insisten desde el sector, al menos una vez en la vida vas a necesitar a un médico, un abogado o un arquitecto, pero a un agricultor lo necesitarás tres veces al día.

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