Primer día del estado de alarma en un barrio de Sevilla: “Esto va para largo”

Vecinos de Andalucía Residencial esperan a poder adquirir alimentos y productos de primera necesidad haciendo cola a distancia / FOTO: javidmgz

Javier Domínguez Reguero

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El termómetro roza los 20 grados. Está soleado y es domingo. La Parroquia San José y Santa María, en Andalucía Residencial, está cerrada. Y muda. Desde los altavoces no se ha llamado a misa. Enfrente, en la plaza Hermanas de la Cruz, las puertas de la zona de juegos infantiles tienen el cerrojo echado. Sin niños, los columpios están depresivos. El tobogán no tiene pantalón nuevo que lo limpie. Las actividades deportivas se han suspendido en el club social ANRES y sólo han abierto algunos comercios de alimentación.

Andalucía Residencial, uno de los barrios más antiguos de Sevilla Este, intenta acostumbrarse al estado de alarma decretado por el Gobierno central. En este primer día, el barrio ha quedado suspendido. La algarabía producida por el enérgico aplauso en agradecimiento al personal sanitario en la noche del sábado ha mutado a silencio. Apenas se oyen los pájaros y algunos ladridos. La música sale despedida de alguna ventana y se calma el tedio escuchando conversaciones de vecinos que antes pasaban desapercibidas. “Radio-patio” es una nueva forma de pasar el tiempo. Los hay que ven pasar la vida, o su interrupción, asomados en el balcón. Desde las alturas, el grito se toma como forma de comunicación con los que han salido a comprar alimentos o de primera necesidad.

Se oye a un vecino que camina por la solitaria calle Campo de la Verdad. “¡Vaya la que hay lía. Está cerrado!”, grita. El receptor está en un balcón y pregunta: “¿Está Santa Águeda abierta?”. La respuesta es afirmativa.

Comercios organizados

En el horno de Santa Águeda no es un domingo cualquiera. “Ha venido muchísima gente. Se está comprando mucho pan”, dice la empleada Nuria Galán que avisa que el papel higiénico, las servilletas y los huevos “han volado”. En la papelería HECU, único establecimiento que vende prensa en el barrio, se ha cruzado una mesa en la puerta para evitar la entrada de los clientes al establecimiento. Un cartel informativo llama a mantener la distancia de separación mientras se espera turno. Rosa Magaña, de “El Almirez”, también ha colocado varios avisos. Este negocio de venta de comida casera ha habilitado una puerta de entrada y otra de salida y todos sus pedidos son telefónicos. “Estamos dando hora de recogida con 5 minutos de diferencia para que no se acumule la gente. No queremos una situación como en Mercadona”, dice la propietaria. Y sentencia: “Son medidas tanto para ellos como para nosotros”.

En la plaza Albaicín, rebosante de actividad y de niños pegando balonazos en un domingo cualquiera, sólo están abiertos el local de chucherías Arcoiris y la cafetería-panadería La Moma. Nada de despachar desayunos. “Solo vendemos pan”, dice la empleada atenta a un horno que lleva horas a marchas forzadas. A media mañana sólo quedaban andaluzas, artesanales integrales y piezas de medio kilo. En el puesto de golosinas, un cartel apela a que los clientes pasen de uno en uno. Alguno entra sin leer el aviso y es advertido. “Ya que estamos abiertos, vamos a hacerlo medio bien”, le dice el propietario José Luis Lora.

“Hay menos trasiego pero salen”

Sin embargo, y a pesar de las recomendaciones sanitarias, los turistas alojados en el Hotel Vértice siguen a lo suyo. “Hay menos trasiego, pero salen”, dicen en la recepción. No son los únicos.

Algunos vecinos desafían el estado de alarma. “Nos hemos llamado y hemos bajado a vernos”, dice Valentín Marín sentado en uno de los banquitos de la plaza Albaicín mientras comparte una litrona con un amigo. No lejos de allí, en unos soportales, seis hombres hacen corrillo y se sientan en unos escalones con el mismo objetivo. Impasibles, continúan con su día y desdeñan cualquier actitud de precaución.

“Ha venido la policía y nos ha obligado a cerrar”

Dice el escritor Juan Tallón en su libro Mientras haya bares que “no importa que las cosas vayan mal, que la situación sea crítica. Ningún problema es irreversible si hay sesión de vermú”. La emergencia sanitaria producida por el coronavirus, sin embargo, trae el inconveniente de que no hay dónde tomarse un vermú. Ni una cerveza. Ningún drama, apunta Tallón, evita que necesitemos fiesta, pero de momento esta queda confinada en casa.

En el rincón de Carmen ya debería estar el perol a rebosar de chicharrones, pero Edu, propietario y marido de la cocinera, no ha abierto hoy. “Sólo he venido a recoger unos cupones”, dice. No se recuerda en Andalucía Residencial un domingo con el bar Rui cerrado. El dueño, Rui Antonio, no está contento: “Ha venido la policía a las 7 de la mañana y nos ha obligado a cerrar”. Y suelta su frustración: “¿Cómo le pago a los empleados? Esto va a ser una desgracia para ocho familias que comen de aquí”. Su plan de contingencia es que se tomen estos 15 días de vacaciones. El hostelero muestra su impaciencia ante las medidas del Ejecutivo para solventar la situación.

Luis Sánchez, de la pizzería María, abrirá esta noche para realizar pedidos a domicilio. Está preocupado porque duda de que el parón vaya a ser sólo de dos semanas. “Eso va para largo. Vienen pérdidas aseguradas”, sentencia.

Nueva rutina

Andalucía Residencial se prepara para la nueva rutina, la del estado de alarma. Mañana Jesús no abrirá las puertas del Colegio Arboleda y para Francisco G. empezarán unas “vacaciones forzosas”. Este padre de 3 hijas en distintas etapas educativas pone buena cara ante el nerviosismo. “A todo se adapta uno”, dice.

El silencio de las calles llegará a las aulas. El lunes será otro día en Andalucía Residencial, pero no un lunes cualquiera. Será el primer días laboral en el que nos quedemos en casa. Todos. O casi todos.

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