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Maeztu: “Antes de aceptar, pedí que me garantizaran que iba a ser imparcial”

Jesús Maeztu, Defensor del Pueblo Andaluz

Javier Ramajo / Enrique Alcina

“Siempre he dicho que la primera condición para tener resultados es creérselo. Si yo me creo esta figura y esta institución, y yo la quiero y estoy convencido de sus posibilidades, consigo resultados. Pero si no creo, ya estoy lastrado de entrada. Esto es como ir a un partido de fútbol muerto porque me van a meter 14. Al final te meterán 20. Pero si te lo crees, a lo mejor empatas”.

Jesús Maeztu (Medina Sidonia, 1943) no firma el empate. Y creérselo, se lo cree. A pies juntillas. Se cree su manera de trabajar. El símil futbolístico parece ser su “receta casera”, aliñada con gestión, consenso y trabajo, sus pilares básicos. Repite con insistencia aquello de la autoridad moral frente a la coactiva, se lamenta de que el diálogo esté considerado algo blando y se enorgullece de su labor en sus “máster” en el Cerro del Moro (Cádiz) y al frente del Comisionado para el Polígono Sur, en Sevilla.

Pretende aplicar lo aprendido pero, viendo cómo está el patio, quizá tenga que dar más puñetazos en la mesa de los que le gustaría. Su tarea no será sencilla. El momento social lo es menos aún. ¿Su modelo? La experiencia -dice- el trabajo de campo, las estrategias y las alianzas. Loco por conocer a cada paso los grados del “termómetro de la calle”, que guían su labor, concede a eldiario.es/andalucia su primera entrevista con un medio de comunicación desde que fue nombrado Defensor del Pueblo Andaluz en el Parlamento por 103 votos a favor y uno en blanco el pasado 12 de junio. Lo hace en un despacho recién heredado y aún por “personalizar”.

No llevaba usted siete días en el cargo cuando la vicepresidenta del Gobierno presenta una reforma de las Administraciones Públicas en la que propone la eliminación de los Defensores del Pueblo o las Cámaras de Cuentas que hay en muchas comunidades. Sería un mandato más que corto el suyo…

El espíritu de la norma sobre adelgazar la Administración o evitar duplicidades innecesarias me parece bien. Ya veremos su concreción. Pero si bajo ese criterio, el resultado concreto va a ser que la propia Administración quite los controles que la controlan a ella, estoy totalmente en contra. Una cosa es arreglar todo lo que haya que arreglar y otra es suprimir instituciones de control porque sean caras. A la opinión pública se la está contaminando con bailes de cifras que mezclan quejas con consultas, etc. Ojo con las estadísticas, que en economía a veces dos más dos pueden sumar cinco. Aparte de eso, tendrá que ser el Parlamento el que decida si son o no necesarias estas instituciones, creadas por vía de leyes orgánicas, y no la propia Administración la que lo decida.

Además, ha manifestado que una de sus prioridades es conocer la problemática de los ciudadanos de cerca, sobre el terreno.

¿No será de fondo que se quiere ir reduciendo el Estado de las Autonomías y se quiere volver al centralismo? Me parece muy peligroso que quieran quitar instituciones de control cuando hace falta más control. ¿Y me pueden explicar cómo van a hacer desde Madrid los informes en profundidad, las investigaciones que se hacen desde aquí, cómo van a resolver las quejas, etc? ¿por ordenador? Me recuerda a lo que pasaba hace 30 ó 40 años, cuando todo tenía que pasar por Madrid. Desde la participación, la integralidad y el territorio es como se debe gobernar. Eso no se puede hacer desde fuera. Hay muchos argumentos para que esta bola de nieve se desinfle, pero me parece que van a llover aún informaciones peligrosas en este sentido, porque son interesadas.

¿Cuál ha sido su primera impresión de la Oficina del Defensor? ¿Cómo la ha encontrado después de haber estado 18 meses en el cargo allá por 1995?

Acogedora y viva. La mitad de la gente ya trabajó conmigo. Ha sido un encuentro muy grato. Me reencontré con la casa. Me han dicho muchas frases como “nos alegramos no tanto por ti como por los ciudadanos” o “este es el traje que mejor te va”. Son cosas que te van dando seguridad y quitando el vértigo del que hablaba cuando me propusieron. Eso es importante a la hora de empezar.

¿Se lo pensó mucho antes de aceptar el puesto?

No me dio tiempo. Me dieron cinco días para hablarlo con mi familia…pero mi mujer se enteró por Twitter y mi hija por Facebook. A mí no me dio tiempo a decir nada. El consenso primero de los grupos tampoco era algo a despreciar. Yo sólo pedí dos cosas: una, que me garantizaran que iba a ser imparcial, que no iba a recibir mandato de nadie. Me aseguraron que el Gobierno y el Parlamento iban a ser exquisitos en este sentido. Lo conseguí en 1995 y también durante los diez años que estuve en el Polígono Sur. Pero lo tenía que pedir. La segunda cosa que pedí fue que el apoyo de los grupos fuera unánime. Está muy bien que se pida el respaldo de 3/5 de la Cámara.

¿Le han soplado ya de quién fue el voto en blanco el día de su nombramiento?

Quisieron explicármelo pero dije que no. Estoy acostumbrado siempre a trabajar desde la unanimidad con el poder público, porque estoy en el campo de la autoridad moral y no en el campo de la autoridad coactiva. Soy una especie de figura que puede ser invisible, no necesaria, pero que luego se hace necesaria por los resultados y el trabajo.

Tiene usted fama de llevarse bien con todas las partes. Estuvo de Defensor en la época de 'la pinza' y ha tenido que lidiar a la vez con tres administraciones que han ido variando de color político, gobiernos de coalición incluidos, durante diez años en el Comisionado para el Polígono Sur de Sevilla.

Desde la autoridad moral, la única fuerza que tú tienes es la confianza de que todos van a esperar de ti un trabajo imparcial. El tipo de trabajo que yo hago no se puede hacer desde lo partidario, sobre todo si administraciones distintas comparten territorios y gestión, como era el caso del Polígono. Si se hace desde la cultura del consenso y desde el apoyo, está garantizado lo que podría no estarlo si no tienes competencias ni presupuesto.

No quiere ejercer de “guerrero del antifaz”, según ha dicho usted mismo.

Lo que hacía era formar una mesa redonda, con la presencia de las diversas administraciones, trabajando juntos, y donde se estudiaba el problema desde todas las aristas. Se trata de trabajar hacia una integración de todas las políticas públicas. Estoy acostumbrado a trabajar así. Y si cambiaba la administración, se resiente un poco el ritmo, pero el apoyo político no se cuestiona.

¿Le ha sorprendido algo de lo que se ha encontrado en esta primera semana en la Oficina?

Quizá el amplio campo de trabajo que actualmente tiene, dividido en cuatro grandes bloques (las consultas, las quejas, los informes especiales y la mediación). Aquí no estamos almacenando quejas sino resolviendo problemas. Lo fundamental es que la gente esté en la institución como en su casa, que sepa que se van a sentar, que van a hablar el tiempo que haga falta, que les van a llamar después, y a la semana siguiente también. Aquí estamos a su servicio, y esa es una de las claves a las que quiero dar continuidad.

Y en el terreno de la investigación, por ejemplo, soy también Defensor del Menor. Vamos a ver, ¿hay trata de menores? ¿por qué no investigamos? Se aborda como un problema colectivo de importancia que necesita una investigación y donde el Defensor puede aportar los datos necesarios para reflexionar. Es una tarea muy importante. Tenemos ahora mismo 59 informes especiales que se presentan al Parlamento.

¿Pero la Constitución Española y el Estatuto de Autonomía no garantizan supuestamente ya los derechos fundamentales y los sociales?

El campo de los derechos sociales es muy grande. Es un campo de trabajo de garantía para el Defensor. Pero para eso hace falta estar en el territorio, trabajar con la gente desde la cercanía. Ésta es una casa que está muy abierta a la mediación y a la garantía de los derechos sociales. Está muy impregnada de la calle, gracias al buen trabajo de la etapa anterior. Aquí hay una gran sensibilidad interna respecto a los problemas de la calle. Yo ya he dicho que el termómetro de mi trabajo lo va a marcar la ciudadanía.

Usted es el Defensor, pero es que la gente está casi sin defensa.

Es cierto que la ciudadanía está muy crispada, con una desafección de la política muy fuerte. La democracia representativa debería tener el complemento de la participativa. Yo no sé en qué quedarán los movimientos sociales actuales, si derivarán en algo construido más orgánicamente, pero rebela una crispación que hace que se cuestione la representación política.

Con casos como el de la subida de dietas en el Parlamento y la posterior marcha atrás no ayudan mucho sus señorías al acercamiento, ¿no cree?

No, eso no ayuda. En un contexto como el actual, hay que ser muy fino. Si todos se aprietan el cinturón, el cinturón lo llevas tú mejor, te importa menos. Pero si tienes la correa en el séptimo agujero y tú en el tercero, ya empiezan las comparaciones y las crispaciones. En este caso se han dado cuenta. Es bueno rectificar. ¿Qué lección se puede sacar de aquí? Que por encima de la legalidad, a veces hay que dar ejemplo.

Hay quien ya le ha tachado, tras oír sus primeros discursos, de estar demasiado cerca de los políticos.

Lo que digo es que no se quiten los controles que intentan frenar la situación actual, que no se supriman. Tiene que haber ahora, con más necesidad, un Defensor que, en pureza, no debería existir, porque los políticos deberían cumplir la Constitución y el Estatuto. Los derechos fundamentales no se pueden violar, los derechos sociales hay que garantizarlos. Entonces, ¿por qué necesitamos un Defensor si ese el mandato que hay? Porque no son efectivos y hay que trabajar por que lo sean. Ése es el reto del Defensor y, al mismo tiempo, el vértigo. A mí lo que me asusta es que pueda cargarme la confianza que pueda tener la gente. Si el Defensor estuviera en la sospecha, ya no tendríamos donde acogernos, pensaría la gente. Ahora, la gente no se cree nada, está desafectada y se aleja mucho más, y mi trabajo es más difícil.

Usted ha dicho que quiere ser crítico y leal con las administraciones. ¿Es posible ser al tiempo ambas cosas?

Mire, yo puedo plantarme ante la Administración desde la confrontación, desde el vencimiento, en plan “yo soy el Defensor del Pueblo y le exijo a usted…”. O puedo trabajar desde otras premisas, desde el convencimiento y no desde el vencimiento, no desde la confrontación sino desde la persuasión. ¿Por qué no establecemos una cultura de consenso? ¿Por qué el dialogo está tan mal considerado ya, como blando? Aquí el puñetazo encima de la mesa puede ser, por qué no, el último recurso.

Dependencia, desahucios, desempleo, preferentes, pobreza... Viendo las movilizaciones ¿parece que muchos no están por la labor del diálogo?

Le decía el otro día a un responsable político que qué parte fundamental del tema que le llevaba debería aceptar. Porque debía aceptarlo, porque es un derecho del ciudadano, porque además se comprometió, etc. Vamos a ver cómo podemos solucionar esto y vamos a decírselo claramente al ciudadano si no podemos. Pero la próxima vez no reconozca un derecho que no va a vigilar por su cumplimiento, sino limítese a un presupuesto para que las personas no estén esperando en vano. Esta es una manera de trabajar. Es mi estilo, y me ha dado muy buenos resultados. Tener esta línea no es tener debilidad.

¿Y eso usted lo ha conseguido más por las buenas que por las malas?

Un grupo humano convencido, con fuerza y con creencia abre puertas. Y paredes. El Polígono nunca va a salir adelante por la Administración. Ni por el Comisionado. Va a salir porque haya gente que quiera vivir de otra manera. Y tú le ofreces ayuda que ellos no tienen. Pero el ritmo lo marca la gente. Tú no eres salvador de nadie ni el Defensor es Superman. Hay que saber trabajar eficazmente con los excluidos, con los olvidados, con todos. Desde el entendimiento vamos a buscar soluciones. Yo estoy engrasado para eso. He salido de las situaciones más difíciles con esa sabiduría que tiene el pueblo.

Pero el escenario es diferente. Los “olvidados” de ahora corren el peligro de caerse del sistema. Vienen de vivir cómodos.

Tú puedes priorizar con los más débiles pero hay ciudadanos que están en el campo de la garantía de los derechos. Es un sector muy cabreado, que no sabe qué hacer ni a dónde ir. Ya están en el autobús, ya están dentro, pero el sistema les está acosando. La Administración les dice “mire, esto no es posible”. Con los excluidos son políticas distintas. Aquí funcionan herramientas y políticas propias, adaptadas al territorio, con un recorrido establecido de inclusión, con mucha creatividad e inventiva. Le ponemos un sitio para que selle el paro pero la gente no va a sellar, la Administración le manda cartas pero a sitios donde a lo mejor no llega Correos.

¿Y cómo consigue el consenso del que presume? ¿Cómo va a hacer para solventar los problemas de la ciudadanía en general?

Muchas veces también hay recetas caseras. Dicen que 'al amigo se le da todo, al enemigo al contrario y al indiferente la legislación vigente'. Yo tengo la fuerza de la interpretación y se puede aplicar la más favorable. La muleta en la que me apoyo, es la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Aquí se aplica la estrategia de gestión, la metodología, la capacidad de infundir autoridad moral. La trayectoria de uno mismo facilita, como también las alianzas de unos y de otros. Es un circuito. Lo contrario sería lo que yo llamo 'el online', responder por ordenador, es decir, la legislación vigente. He convencido a algunos, con resultados, de que esta estrategia en determinadas cuestiones merecía más la pena. Se pueden doblegar voluntades.

¿Cómo definiría lo que su antecesor llamaba la “peleíta” de los políticos?

Prometí no valorar ninguna de las peleítas de las peleítas, que me iba a quedar con lo bueno de la casa, con el trabajo tan enorme que ha hecho José Chamizo, con la sensibilidad para las cuestiones sociales, etc. Yo me quedo con eso. Y voy a seguir. Pero yo ya no quiero que me comparen. “¿Va a ser usted igual de beligerante?”, me preguntan. Yo tengo mi trayectoria, mis limitaciones y mi estilo. Los últimos temas personales son de Chamizo y deben dilucidarlos los propios afectados. Yo me quedo con lo que recibo aquí. Y lo que recibo es muy hermoso. Y a mí me ilusiona.

¿Cree usted que el decreto de función social para la vivienda hay que ajustarlo o corregirlo como dice Bruselas y el Gobierno, que ahora además lo recurre al Constitucional?

El decreto es un avance positivo, bien construido jurídicamente y con un efecto limitado, temporal, porque no ha suprimido la propiedad sino que ha exaltado la función social de la misma, algo que ya viene en la Constitución. Creo que son siete casos los ya resueltos. Pues estupendo, ya podemos ir a casa y comer tranquilos. Es un paso adelante. Tiene una carga simbólica tremenda, pero es que además está bien construido. Lo demás es escarbar jurídicamente en lo más absurdo.

Hay dos citas, que vienen a este caso y que han estado presentes para mí estos días. Dijo hace muchísimos años el obispo brasileño de Arrecife Helder Cámara “si le doy a un pobre algo para comer, me llaman misericordioso; si pregunto por qué este pobre no tiene para comer me llaman comunista”. Y Gandhi decía también “si tienes que tomar una decisión y no sabes si vas a acertar o no, pregúntate a quién beneficia; si beneficia al más excluido, tómala y no te equivocarás”.

¿Sabe ya quiénes van a ser sus adjuntos?, ¿tiene alguna propuesta de los grupos parlamentarios?

Los adjuntos han cesado con el nuevo Defensor y dice la ley que yo los nombro de conformidad con los grupos presentes en la comisión de Gobierno Interior y Derechos Humanos de la Cámara. Y eso es lo que estoy haciendo. Me están haciendo propuestas. Estoy pidiendo gente con las mismas convicciones, para coordinarse y trabajar en equipo. No pretendo nombrarlos solo sino poner encima de la mesa los perfiles adecuados. Ésta es una institución muy personal, todo lo decide el Defensor, pero antes tengo que tener todos los elementos para tomar una buena decisión y necesito unos buenos adjuntos. Ojalá pueda conseguirlo.

Por cierto, ¿cómo le ha cogido a usted el anuncio de Griñán?

De sorpresa. Estaba en la tribuna del Parlamento viendo el Debate sobre el Estado de la Comunidad. A mi lado estaba su mujer. La miré y me quedé sorprendido.

Pero la noticia había surgido ya de madrugada…

Sí, pero había noticias muy confusas, rumores de que algo iba a pasar, pero siempre alrededor de algo importante. Me ha sorprendido muchísimo, la verdad.

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