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La Guerra Civil en las paredes de un monasterio: los grafitis en la Cartuja de Monegros recuerdan el paso de republicanos y franquistas

Entrada al monasterio de la Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes.

Óscar Senar Canalís

Cartuja de Monegros —

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Durante casi 30 años, entre las décadas de 1760 y 1790, fray Manuel Bayeu, hermano de Francisco Bayeu y cuñado de Goya, decoró con esmero los muros y techos de la Cartuja de las Fuentes, monasterio situado en la comarca de los Monegros (Huesca). En total, se estima que el monje pudo pintar la friolera de 2.000 metros cuadrados, en lo que es considerado el mayor conjunto de arte mural de Aragón. Entre 1936 y 1939, fueron otros quienes decoraron esas mismas paredes: soldados republicanos, primero, y franquistas, después, llenaron de grafitis el cenobio, dejando un curioso testimonio de la Guerra Civil.

Lo que hace ocho décadas fueron actos de vandalismo, hoy son fuente para historiadores y objeto de interés para visitantes. Alberto Lasheras, estudioso y guía del monumento, tiene contabilizados más de 200 grafitis, fruto de una tarea de catalogación para evitar que se pierdan por el paso del tiempo y las posibles tareas de restauración del conjunto. Los hay de todo tipo: textos, dibujos, combinaciones de ambos... y en diferentes técnicas, que van desde el lapicero a la incisión. “La mayoría son anónimos, muchos apenas un garabato, pero también hay escritos en los que el firmante se identifica”, explica Lasheras.

Hay más huellas del paso de tropas republicanas que de las sublevadas, por el devenir del frente de Aragón de la Sierra de Alcubierre y Sariñena. “Las fuerzas republicanas se implantaron pronto en la zona, y fueron ocupando estancias en los pueblos; cuando Lanaja se llenó, se instalaron en la Cartuja, donde había mucho espacio y, por estar rodeado de un muro, se prestaba a su uso como cuartel. Ocuparon todas las estancias, desde el edificio de Obediencias hasta la iglesia y las capillas”, cuenta Lasheras.

La primera víctima a su llegada fue la veleta del campanario, que reapareció en fechas recientes en un almacén, repleta de agujeros de bala; también cayeron a balazos las cabezas de la Virgen y el Niño Jesús de la yesería a la entrada del templo. Una pintada con tiza en la capilla de San Antonio de Padua deja clara la opinión que merecía la Iglesia a los combatientes republicanos: “La religión es la muleta de los ignorantes y estúpidos”. Otros no se esmeraron tanto y se limitaron a garabatear insultos gruesos junto a las imágenes.

Los soldados fueron haciendo de las suyas en las paredes de aquel improvisado hotel de campaña, y dejaron huella del paso de diferentes columnas y divisiones. En noviembre de 1937 estuvo allí la 121 Brigada de la Columna Durruti, tal como Modesto Ramón “de Huesca” inmortalizó con perfecta caligrafía en la capilla del Sagrario, en cuyo pavimento aún queda la oscura marca de dos hogueras. En esa misma estancia hay un “Viva Franco”, supuestamente posterior, y un enigmático y sin fechar “El novio de Ángel”.

En una capilla interior del claustrillo se lee un “No pasarán”, un deseo que se incumplió en julio de 1938, cuando las tropas sublevadas tomaron la comarca y acamparon allí. Tal como señala José Miguel Pesqué, coordinador de las actuaciones sobre el cenobio, “este fue un lugar de paso clave para el transporte de tropas desde Catalunya a la zona sur del frente de Aragón, o desde Huesca y Barbastro”. 

“Aquí durmió Lorenzo Mata”

De Modesto Ramón no hay mucha más información, aunque este nombre aparece en la lista de represaliados por el franquismo de la Fundación Bernardo Aladrén, vinculada a la UGT, como prisionero en la cárcel de Huesca. También aparece en ese listado otro de los que pasaron por la Cartuja y dejaron impronta: “Aquí durmió Lorenzo Mata, de Radiquero (Huesca), cuando iba a combatir a los asesinos llamados fascistas”. Aunque su nombre no aparece en el listado oficial de deportados, un Lorenzo Mata Subías, de la misma localidad, figura en este registro sindical como “fallecido [en] Campo de Concentracion Nazi”.

Lasheras cuenta que hace un tiempo se acercaron hasta el monasterio descendientes de este soldado, procedentes de Francia, interesados en visitar in situ el lugar donde pernoctó su abuelo. Le relataron que Mata cruzó al país vecino desilusionado con la desorganización de la izquierda ante el enemigo, además de pesaroso por los actos vandálicos contra el arte religioso, con los que, a pesar de haber renegado de la Iglesia, no estaba de acuerdo.

Anarquistas italianos y aviones alemanes

La implicación internacional en la Guerra Civil queda acreditada en la Cartuja en varios grafitis. De la Centuria Malatesta, formada por anarquistas italianos exiliados en Francia e integrada en la Columna Ascaso, han perdurado la calavera y tibias que formaban parte de su emblema y le valieron el sobrenombre de 'El Batallón de la Muerte'. Hay también un dibujo de un Polikárpov I-16, los aviones soviéticos a los que los republicanos apodaron como 'moscas'. La posterior presencia de la aviación fascista queda probada por las pintadas “2-G-22' y ”1-G-22“, referentes a grupos de bombardeo del bando sublevado, que contaba con aeroplanos alemanes.

De la participación alemana también da fe una anécdota que recordaban los mayores del lugar y que refiere Lasheras. Unos pilotos nazis, tras correrse una juerga en Zaragoza, quisieron gastar una broma a sus compañeros con un vuelo rasante y acabaron por estrellar su avioneta contra el patio del monasterio, muriendo en el choque. De este episodio quedó durante años una lápida escrita en alemán, desaparecida hace tiempo, bajo la que reposaron los restos que no pudieron repatriarse a Alemania.

Curiosamente, la Cartuja volvería a ser escenario de la Guerra Civil décadas después, ya que Agustí Villaronga eligió este lugar como localización para la película 'Incierta gloria'. 

Un monasterio que fue balneario y aprisco

Tras adquirir el conjunto y salvarlo de la ruina que lo amenazaba, la Diputación de Huesca abrió al público la Cartuja de las Fuentes, que ofrece visitas los fines de semana. Antes de esta recuperación, el conjunto sirvió durante años, y hasta no hace tanto, como recinto ganadero para ovejas, para escándalo de vecinos y defensores del patrimonio.

Tras la desamortización, y tras unas cuantas carambolas, a finales del siglo XIX la Cartuja fue a parar a manos de Bernabé Romeo y Belloc, “un hombre realmente singular”, como lo describe la profesora Elena Barlés en su libro 'Arquitectura Cartujana en Aragón'. Este  acomodado literato (escribió poemas en aragonés ribagorzano), decidió meterse a emprendedor y convertir el monasterio en un balneario, aprovechando las muy supuestas bondades del agua que mana de la milagrosa fuente que da nombre al cenobio.

El negocio de Romeo y Belloc no funcionó, pero dejó como recuerdo la apertura de ventanucos de ventilación en medio de los frescos que pintó fray Manuel Bayeu. Poco podía imaginarse aquel monje artista que sus pinturas, aún hoy dignas de atención, iban a sufrir semejante colección de ultrajes a lo largo de la historia.

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