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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Pilar ya no tiene quien la cuide

Maru Díaz

Doña Pilar es una vecina de mi barrio, tiene 75 años aunque nadie se los daría al verla subir el carro de la compra por las escaleras o empujar por el parque el cochecito de uno de sus nietos, el más pequeño, un tardano que pilló desprevenida a la familia. Pilar se quedó viuda hace un par de años. Su marido, don Andrés, había trabajado toda la vida en un pequeño taller mecánico. Fue un palo para el barrio cuando se jubiló y cerró para siempre una persiana que llevaba abierta desde principios de los años 60. Por el viejo y mítico taller de Andrés habían pasado desde los primeros Seat 600, el Simca 1000 que luego sería protagonista de una canción de Los Inhumanos, hasta las motos más sofisticadas de los 90.

En el 2004 Antonio cerró el negocio tras 42 años de trabajo y se dedicó a hacer de abuelo, tarea que hacía varios años que ya desempeñaba Pilar no con poco esfuerzo pero sí con toda su dedicación. Como Pilar sólo había trabajado de joven cosiendo en casa y luego se centró en cuidar a sus cuatro hijas, que no es poca faena, el matrimonio afrontó la jubilación con la pensión de autónomo de Andrés, unos 600€ al mes, y la minúscula pensión de Pilar. Ambas, unidas al hecho de tener un piso en propiedad y algunos ahorros, les permitieron vivir medio bien durante la primera década de su jubilación. El problema llegó en 2016 cuando Pilar se quedó viuda y sorpresivamente sus ingresos quedaron casi reducidos a la mitad, como si con el fallecimiento de su marido este se hubiera llevado consigo la mitad del pago de la luz, la mitad del gas o la mitad del IBI.

Estos dos últimos años han sido realmente duros para Pilar. Así se lo ha contado al resto de mis vecinas que debajo de mi balcón hablaban en las últimas noches de verano de lo difícil que se les hacía llegar a final de mes. A su edad y teniendo que volver a hacer cuentas y a recortar en gastos para poder sobrevivir, o en el mejor de los casos, poder ayudar a hijos y nietos que engrosaban durante esos años la lista del paro. Pilar no era una excepción sino más bien la encarnación de una tragedia, la muestra de la ruptura del contrato social, contrato que no había sido capaz de garantizar un final de vida digno a aquellas mujeres que levantaron este país con su esfuerzo y trabajo tras años de posguerra y dictadura.

Recuerdo una noche, tomando la fresca, Pilar criticaba la carta de Rajoy y la mísera subida del 0,25 %; cantidad que animaba a que Rajoy se metiera por un sitio que no llegué a descifrar desde mi ventana. Pero la queja no se centraba sólo en Rajoy, sino que también se quejaban mis vecinas de lo poco que hacía el Gobierno de Aragón para garantizar que ellas, como viudas, pudieran vivir bien. Y es cierto, la propuesta del Gobierno de Aragón de Renta Básica entre comillas se olvida de Pilar, e incluso de Pilarín, su nieta mayor que con una carrera universitaria encadena trabajos precarios y temporales en una tienda de una conocida marca de deporte. El proyecto se olvida, principalmente, de Pilar porque plantea que la renta mínima que se podría garantizar en Aragón no afecte a las viudas, ni a ellas ni a todo aquel que cobre una pensión no contributiva por ínfima que sea.

Las mayores, las grandes olvidadas. Entre debates de competencias entre Madrid y Aragón a Pilar se le pasa la vida. Más bien se le pasa la renta mientras malvive obligada a pedir ayuda a sus hijas ante imprevistos como adaptar su bañera para poder ducharse sola o cambiarse la lavadora.

El día a día del barrio pasa gracias a ellas y sin embargo, la política vive de espaldas a quienes ejercen de mano de obra invisible de una generación olvidada. El lunes, cuando volvía de trabajar, vi a Pilar con otras vecinas que llegaban de la manifestación de las pensiones y sentí orgullo; no pude más que pararme a darles las gracias. Ellas lo hacían por su dignidad, su futuro y el de sus hijas y nietas; lo hacían porque estaban hartas de callar y avergonzarse por no llegar a fin de mes, hartas de no existir. Ellas, sin saberlo, estaban luchando también por mí y yo sentí que nos hacen falta muchas Pilares para despertar.

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