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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Sabanización y democracia

Alberto Sabio Alcutén

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  • El cambio climático puede corroer, y lo está haciendo, las entrañas de la democracia europea.
  • El Amazonas arde, el Mediterráneo convertido en mortaja…Son ingredientes de un mismo proceso.

La naturaleza nos devuelve, con intereses, el trato que recibe ¿Se habrá convencido el tío de Rajoy de que el cambio climático ha llegado para quedarse y, en muchos casos, resulta ya irreversible? Frente al optimismo irrefrenable y al supuesto progreso ininterrumpido del planeta, se acusaba a los ecologistas pioneros de ser unos “aguafiestas” con su sentimiento trágico de la vida… Para muchos, eran unos catastrofistas, milenaristas y excéntricos barbudos que se dedicaban a asustar al personal, amenazando con cualquier tipo de males que nunca llegarían a ocurrir. Otros opinaban, con cierto paternalismo, que eran buenos chicos, simpáticos y bastante exagerados, que obraban con una dosis de ignorancia y atrevimiento de adolescentes y a los que no había que prestar demasiada atención. Y, por último, estaban los convencidos de que esto del ecologismo no era más que una moda pasajera, un sarampión inocente que pasaría enseguida. Pero, hoy por hoy, las cosas son como son. Ojalá aquellos ecologistas de hace medio siglo no hubiesen tenido razón en sus avisos y protestas. Pero la tenían. Los resultados van confirmando sus hipótesis.

Hay una relación entre el medioambiente y la estructura social, por más que durante décadas apenas se lo plantearan ni los pensadores liberales ni los marxistas. Estos últimos presentaban al capitalismo como un sistema económico histórico, no “natural”, y tal vez les pareció que introducir consideraciones ecológicas conllevaba una naturalización indeseada, buscando las causas de su estabilidad o cambio en la naturaleza y no en la historia humana de los conflictos entre las clases sociales. Por su parte, muchos liberales contemplaban el medioambiente como un fenómeno inmutable, como un escenario que nunca cambiaba y sobre el que se desarrollaba la actividad humana, cuando en realidad algunos cambios ecológicos pueden llegar a ser ciertamente rápidos. Véase, por ejemplo, la transformación que ha afectado a las líneas de consumo en los países ricos desde 1950, con un incremento enorme en el ritmo de extracción de recursos naturales, con la motorización generalizada y hasta con un aumento sin precedentes del consumo de carne.

Sobrecogen los datos históricos sobre la evolución en el tamaño medio de los incendios, que siempre los hubo, pero no de estas dimensiones. Durante el siglo XIX y buena parte del XX eran muy poco frecuentes los incendios de más de 5.000 hectáreas. El punto culminante ha llegado este verano con el Amazonas ardiendo… Junto a madereros sin escrúpulos, buscadores tramposos de recalificaciones, pirómanos enfermizos y autoridades laxas, la principal causa de incendios forestales es la despoblación. Con un agravante: que con tanta maleza los fuegos arrasan ahora magnitudes descomunales. Hoy, en el siglo XXI, la dimensión alarmante de los incendios forestales no puede seguir así. Se nos está quemando la casa.

El cambio climático tiene múltiples aristas, casi infinitas. No es solo que se puedan plantar viñas en el Pirineo. O que las gaviotas sean enormes en muchas playas porque su principal fuente de alimentación es la comida basura que dejan los turistas. O que los multimillonarios más previsores ya no inviertan en zonas de playas exclusivas por el riesgo evidente de quedar anegadas con la subida del nivel del mar. Quiero detenerme en una repercusión política sobre Europa.

Llevamos años de una sequía que parece irreversible al sur del Sahara. El desierto crece hasta hacer imposible cualquier forma de agricultura y de ganadería. A los africanos jóvenes no les queda otra opción que emigrar como tabla de salvación. A su vez, explica el historiador Beevor, la Europa envejecida y asustada no querrá aceptar a tantos emigrantes. Y muchos europeos preferirán la demagogia de la seguridad y las fronteras al espejismo desacreditado de la democracia, votando a partidos que socavan el parlamentarismo democrático construido durante décadas. O sea, el cambio climático puede erosionar hasta la entraña democrática si no somos capaces de colocar el medioambiente por encima de cuestiones partidistas. Seamos exigentes los electores en este punto. Obliguemos a asumir compromisos que no sean papel mojado. De obligado cumplimiento. Nos la jugamos.

El Amazonas arde, el Mediterráneo convertido en mortaja… Son ingredientes de un mismo proceso. Al planeta se le saltan las costuras. O, mejor dicho, se las hacemos saltar. Y esto, más allá de las evidentes repercusiones ambientales y económicas, tiene también consecuencias políticas. Ya lo decía Goethe: la naturaleza siempre está en acción y maldice toda negligencia.

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