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¿Dónde queda la dignidad?

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De indignos y de indignados parece estar España llena. Y aunque unos y otros tienen que ver con la “dignidad”, en realidad pertenecen a dos grupos distintos. A un lado está la España de los indignos y de sus seguidores, y al otro lado la España de los indignados. Y entre unos y otros hay toda una graduación de españoles que aprecian más o menos la dignidad.

Ésta, como virtud personal, relacionada con el honor, pudo ser alabada en otras épocas, pero se ha venido abajo. Se trata de una virtud aristocrática, caballeresca (“quijotesca” diríamos este año) en desuso, porque no cotiza en bolsa y el mercantilismo la hizo inútil. Encima, no suma votos.

En algunos países aún parece que existe la dignidad en política, y los políticos dimiten cuando algo hace sospechar que no son dignos porque han hecho trampas, o han robado a los ciudadanos o realizado otras acciones degradantes. O bien porque han permitido que otros lo hicieran. Se piensa con bastante acierto que quien ha engañado antes, está engañando ahora o seguirá engañando. La credibilidad necesita la dignidad.

Pero en la España del enfrentamiento entre derechas e izquierdas, con un PSOE que tiene un pie en cada bando, apenas queda lugar para la dignidad, el honor o la decencia. Porque son indignos tanto los corruptos como quienes han permitido la corrupción de sus subordinados para seguir adelante. Y porque poco parece importar la dignidad a quienes les aupan hasta el gobierno.

Que no tengan la dignidad de dimitir el ministro Fernández Díaz, tiene una explicación; que no la tengan Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Rita Barberá o la cúpula del PP, salpicados por la corrupción de sus mandos y sospechosos ante la opinión pública de estar implicados en ella, tiene otra explicación. Que cierren los ojos los miles de electores que vuelven a elegirlos, tiene una explicación complementaria. Que pronto se olvidase de la dignidad Ciudadanos, el partido que pretendía regenerar la derecha española, aún tiene una explicación diferente.

Pero ahora el problema es: ¿Quién más va a despojarse de la dignidad para permitir que vuelva a gobernar Rajoy o su partido? Algunos miembros emblemáticos del PSOE ya la han perdido u olvidado. Esperemos que Pedro Sánchez tenga, y haga tener, dignidad a los suyos; y que no perezca en el intento. ¿Y los otros partidos? ¿A quién le va a tocar perder la dignidad ahora? ¿Es posible que hoy Rajoy ya lo sepa?

Aunque parezca paradójico, obtener dignidades (cargos públicos, puestos preeminentes…) no es lo mismo que tener dignidad (cualidad o virtud personal). Más aún, ésta se puede perder por querer obtener aquéllos. Y digo que parece paradójico porque una dignidad, un nombramiento o un encargo público convierte a quien lo recibe en un “dignatario”, en alguien públicamente digno. ¿Cómo puede no tener dignidad?

Pues, independientemente de su etimología latina, las evidencias históricas han ido diferenciado los dos significados de esta palabra. De modo que se puede decir que alguien carece de dignidades, o que es pobre –como dice la frase- pero digno. La inversa también es cierta, uno puede tener dignidades y honores y no tener dignidad personal.

La paradoja literaria es mayor si nos remontáramos hasta la lengua indoeuropea, pues me entero ahora de que el “dignus” latino proviene de la raíz “dek” que significa tomar o aceptar. De manera que el que toma algo o acepta un cargo, se convierte en digno al hacerlo. Según ello, podríamos decir que quien acepta sobornos o cobra comisiones ocultas también se hace digno de ellas; o simplemente se hace “digno”. Pero estos dignos son los dignatarios públicos que engañan, los que tienen doble vida, los mentirosos y los que traicionan. Son los dignos del castigo que pocas veces reciben.

Dejando estos juegos de palabras lo que quiero dejar claro es que en España no sólo están éstos que carecen de dignidad personal (indignos), acompañados de quienes la tienen en poca estima, sino que existe también otro bando, que es el de aquéllos a quienes se les ha querido quitar la dignidad y las dignidades, es decir, los indignados.

Son los desposeídos, los cabreados con los ladrones de lo público y con sus encubridores, los avergonzados con las políticas neoliberales que enriquecen a unos a costa de otros y cuyo único horizonte es el de engrandecer más las grandes empresas del bloque occidental. O los que no aguantan el descarado uso partidista de las instituciones públicas (tv, policía, fiscalía…).

Pero los indignados no son únicamente individuos, como pretenden los neoliberales que lo sean. Los indignados se movieron y en el movimiento comenzaron a conocerse y a juntarse. Y de esas movidas indignadas surgieron otros movimientos y otros partidos; y crearon un nuevo orden y un nuevo discurso; y obligaron a cambiar los objetivos y tácticas de otros partidos.

En resumen, algunos españoles poseen dignidades pero carecen de dignidad. Otros pueden conservar la dignidad (que se les quería robar) gracias a su oposición manifiesta, a sus denuncias y las luchas colectivas. ¿Dónde queda, pues, la dignidad?

*Alberto Carreras, participante de GAO

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