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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

El zapato de la abuela

Ángela Labordeta

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La abuela tenía un zapato viejo y roto, con un tacón quebrado y el color oculto. Era tan viejo como ella, pero lo guardaba entre sus tesoros más preciados, porque con ese zapato había recorrido las décadas de su vida y también las vidas de los otros, de los que amaba y de los que no amaba, de los que buscaba y de aquellos a los que se encontró sin buscar.

El zapato de la abuela descansaba en el zaguán de la puerta y la abuela sabía que el tesoro más importante que guardaba su zapato era la ingenuidad con la que un día decidió mirar al mundo, porque la abuela sabía que la ingenuidad es tan frágil como las aguas donde navegan los veleros de nuestros sueños, tan profunda que ahoga y tan egoísta, en ocasiones, que asusta.

El zapato de la abuela descansaba, porque la abuela sabía que ya había dado todos los pasos y que ahora tocaba esperar, sentada y sin hacer ruido, a que los otros, los que una y otra vez pisotearon su zapato, se fueran extinguiendo poco a poco. Y el zapato esperó y vio cómo las cosas iban cambiando, pero la transformación que el zapato de la abuela siempre soñó, no llegaba nunca.

El mundo cada día se agrietaba más y ya apenas había lugar para la luz: solo pequeños y estúpidos fanfarrones ondeando banderas fatídicas de odio, con lenguajes de exterminio y razones primordiales para lanzar el zapato de la abuela por el barranco del suicidio. El tacón del zapato de la abuela seguía quebrado, pero el color oculto fue ganando brillo, porque el zapato y la abuela estaban cansados de que hombres, duros como el sol del verano, blasfemaran una y otra vez contra lo distinto, contra la mujer, contra la historia y pretendieran reconquistar lo que no quiere ser conquistado.

El zapato de la abuela comprendió que había que volver a caminar, porque esos hombres solo buscaban matar para no ser matados y en esa guerra de consignas atroces el zapato de la abuela no veía esperanza, ni vida, solo podridos intentos para desbancar al futuro, imponiendo un pasado lúgubre de faltas, horror, indecencia y muerte.

Aquel día, quizá ese día sea hoy, el zapato de la abuela camina de nuevo y, a pesar de los besos no recobrados y de la alegría asesinada por tantas historias siniestras, se aventura en un huracán de locura a ser libertad, refugio, mujer, amigo, patria, agua, viento, tiempo, flor, esperanza. El zapato y la abuela, a pesar de sus heridas y láminas de lágrimas, son el presente que abrazo, cuando es lunes tras un domingo de fantasmas que son la sombra de todas las sombras.

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