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'Jurassic Park' lo imaginó, Aragón lo hizo: 'Salvar al bucardo', el relato de la primera 'desextinción' real de la historia

El bucardo, en una estampa de finales del siglo XIX de Joseph Wolf.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

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El 6 de enero del año 2000 moría el último bucardo y se extinguía oficialmente esta subespecie de cabra pirenaica. Poco más de tres años después, el 30 de julio de 2003 “resucitaba”. Eso sí, solo durante unos minutos. El relato de la primera 'desextinción' de la historia, que convirtió en real lo que 'Jurassic Park' imaginó, fue un éxito de la ciencia y del tesón aragonés por conservar a un animal emblemático. Y nace, en realidad, de un fracaso estrepitoso. Todo ello lo cuenta 'Salvar al bucardo', el documental del realizador Pablo Lozano que le ha hecho merecedor de, entre otros reconocimientos, el Premio Félix de Azara de la Diputación de Huesca que se entrega a finales de este mes.

Si el bucardo pudo “resucitar” fue, lógicamente, porque antes se extinguió. La última representante de esta subespecie de cabra, de mucho mayor tamaño que sus primas domésticas y monteses -y de tan diferente morfología que algunos creen que es una especie singular-, fue Celia, un viejo ejemplar al que, en un añadido dramático, mató la caída de un árbol en el Parque Nacional de Ordesa.

A este punto se llegó tras una fatal combinación de décadas de caza intensiva -por su carácter único, fue un animal muy codiciado por los coleccionistas- y de la orografía imposible del lugar y el carácter esquivo del cáprido (“prisionero del vértigo”, lo definieron poéticamente), lo que hacía prácticamente imposible saber cuántos ejemplares quedaban. A esto, añade Lozano, se sumó “la dejadez global de toda la sociedad de tener un animal así de emblemático, que llegó a ser imagen de marca del Parque Nacional de Ordesa, y no haberlo estudiado antes: no se sabía nada de sus costumbres, de sus ciclos de reproducción...”

Cuando la Administración se puso las pilas, a principios de los años 90 del pasado siglo, el panorama era desolador: el biólogo Juan Seijas pasó cientos de horas de observación para determinar que tan solo quedaban tres ejemplares en Ordesa, y todas hembras viejas. Sin machos de por medio, además desde hacía años, allí no había nada que hacer... O sí. Un equipo multidisciplinar emprendió un ambicioso y peligroso plan para capturar a un ejemplar vivo. Y lo lograron. 

Y solo quedó Celia

“La bucarda de extinguió por la acción del hombre, pero fueron otros hombres quienes arriesgaron la vida por salvarla”, recuerda Lozano, cuyo documental muestra cómo Juan Seijas bajó a la bucarda de aquellos riscos nevados cargándola a sus espaldas, con más preocupación por el estado de la cabra que por su propia seguridad. El objetivo era tratar de que la estirpe, si no pura, sobreviviera hibridada con la cabra montés. Pero aquel anciano ejemplar no daba más de sí: tras diez meses conviviendo con otras cabras en un cercado, murió.

Solo quedaba Celia en el monte, y una caprichosa ráfaga de viento empujó el árbol que la aplastó. A pesar de que el final de la especie, de un modo u otro, era un desenlace esperado, los protagonistas de aquella empresa “suicida” no pueden evitar, años después, emocionarse al recordar ante la cámara aquel momento. Acababa así el intento de conservación, y empezaba lo que parecía ciencia ficción: la clonación.

Tres años de investigación

En 1996 se había presentado en Edimburgo un hito científico destinado a cambiar el mundo: la clonación de la oveja Dolly. Si era posible con una oveja, ¿por qué no con una cabra? Pero aquí la dificultad era muchísimo mayor, recuerda Lozano: “No quedaban madres portadoras para ese clon, había que buscar a otra especie para gestar al embrión. Por eso, aunque se hable de vez en cuando de clonar al mamut, es complicado, porque no se sabe hasta qué punto es compatible con el ciclo de embarazo de las elefantas”.

José Folch, investigador del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA), lideró el proyecto, que contó con la colaboración con otras instituciones españolas y francesas. Tras tres años de investigación y numerosas pruebas, lograron determinar que ejemplares cruzados de cabra montés y cabra doméstica eran los más adecuados para ejercer de madres de los clones. Se clonaron 786 embriones a partir de las células de Celia, de los cuales 208 fueron colocados en 57 madres, de las que solo siete quedaron efectivamente embarazadas... y solo una llegó hasta el momento del parto.

Así, el 30 de julio de 2003, tras una cesárea programada para evitar complicaciones, nació una “bucardita” exactamente igual a Celia. Casi dos décadas después, los implicados todavía se emocionan al revivirlo. Y más aún cuando recuerdan cómo la alegría se transformó en frustración: a los pocos minutos de nacer, un problema respiratorio acabó con el primer y único caso de “desextinción”, aunque momentánea, de la historia.

Conservación vs. clonación

Las células de Celia, preservadas criogénticamente, son aún aptas para intentar de nuevo la “resurrección” del bucardo. Sin embargo, a estas alturas, parece un proyecto sin recorrido. Pablo Lozano considera que “hoy el debate se ha inclinado a destinar los recursos a la conservación de los animales en peligro de extinción, como el quebrantahuesos”, ave sobre la que versará su nueva producción. Con todo, el realizador valora “todo el conocimiento, de un gran valor” que se adquirió durante el proceso.

'Salvar al bucardo', estrenado en 2019, ha sido seleccionado hasta el momento en 15 festivales de documentales y ahora recibe el reconocimiento de los galardones Félix de Azara, que recuerdan al naturalista altoaragonés precursor de las investigaciones de Darwin. Hoy, los amantes de la naturaleza que quieran saber cómo era un bucardo, pueden hacerse una idea gracias a la fría taxidermia: el cuerpo disecado de Celia, tras una pequeña odisea que merece otro capítulo, luce en el centro de visitantes de Ordesa; también el Museo de la Ciencia de Zaragoza alberga un ejemplar que, con sus ojos de frío vidrio, parece aún añorar las cumbres del Pirineo.

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