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“El 15M, el #MeToo y la consolidación del feminismo son huellas claras del mayo del 68”

Miguel Ángel Ruíz Carnicer, profesor de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

Miguel Ángel Ruíz Carnicer (Zaragoza, 1961) será el encargado de cerrar el próximo martes el ciclo de conferencias organizadas en la Casa de Cultura de Andorra, en Teruel, dentro de las jornadas 'Rebelión en la calle. El 68, cincuenta años después'. Este profesor de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza tratará de descubrir las huellas que ha dejado el mayo del 68 en la sociedad actual.

¿Qué consecuencias tuvo el mayo del 68?

Es uno de los grandes debates: decidir si el 68 fue espuma de dos días, si es una circunstancia que transforma mucho el imaginario colectivo, pero con muy poca permanencia desde el punto de vista político porque el régimen gaullista seguirá, aunque De Gaulle finalmente se retire, y porque no van a cambiar las estructuras políticas.... O bien, mirar mayo del 68 en un sentido más general, es decir, el 68 como una revolución cultural que incide no tanto en las transformaciones políticas, sino como un factor sociocultural, con todo lo que implica de música, de moda, de forma de relacionarse los padres y los hijos, de nuevo sentido generacional... También tenemos que tener en cuenta que es un movimiento en Francia y en el conjunto del mundo, porque hay que abrir el foco más allá de las fronteras del mayo francés y recordar que se refleja también en Estados Unidos, en México con la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Japón, en la primavera de Praga... Sin duda, mayo del 68 tuvo un impacto muy rico, muy grande, aunque a veces contradictorio. El mundo es otro a partir de esa herencia del 68.

¿Podemos encontrar huellas del mayo del 68 también en España?

Sí, porque movimientos como el de mayo del 68 tienen una gestación bastante larga en el tiempo y llevan a unos estallidos que después dejan sus huellas. Ocurre con la caída del muro de Berlín o con 1956, que tuvo menos relevancia y se concretó en la invasión de Hungría, pero que también desató muchas esperanzas, por ejemplo, con el inicio de la revuelta estudiantil en España. Si intentamos concretar algunas de las huellas del 68, hablaríamos de que se cuestionan los valores de una familia tradicional, que son los que triunfan en la posguerra, tanto en Francia como en el conjunto de Europa y también en Estados Unidos. Es decir, ese estereotipo de familia tradicional y jerárquica va siendo progresivamente sustituido por un modelo en que se pone en tela de juicio el dominio patriarcal. Se intentan hacer, como pasó en la Francia y la Alemania del 68 y el 69, comunas o uniones libres entre hombres y mujeres o entre personas del mismo sexo. La mujer, de alguna manera, empieza a ganar un estatus, poniendo en marcha como movimiento sociopolítico lo que va a ser el feminismo. Esa sería la principal herencia, que no es estrictamente política, sino que tiene que ver con la concepción de la familia, de la sociedad. En movimientos como el #MeToo o la oleada de los últimos años de la consolidación de un feminismo cada vez más arraigado y extenso, estamos viendo una huella clara del 68, por mucho que las mujeres fueran poco protagonistas en las asambleas o los mítines en La Sorbona, en París. Otra huella sería la puesta en cuestión de la política tradicional, una política en esos años en Francia y en toda Europa, muy dominada por la Guerra Fría, a un lado y otro del telón de acero, con un bloque occidental en torno a Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña como grandes referentes, frente a la Unión Soviética. El 68 pone en tela de juicio la existencia de los dos bloques y denuncia la hipocresía de las estructuras políticas occidentales, que no alientan realmente una participación profunda y auténtica de los ciudadanos. También denuncian que la revolución del 17 de Lenin ha derivado en unas estructuras gerontocráticas, con la pesada sombra del estalinismo, que transformó ese impulso revolucionario en una dictadura. Esas dos estructuras políticas ciegan, tienen una perspectiva conservadora en el sentido de que no quieren dejar hablar a los jóvenes, no hacen posible la participación y el dinamismo político. Por eso, el 68 busca otras alternativas y no es de extrañar que un referente sea el Che Guevara, que, aunque pueda tener una militancia marxista, no es un hombre que se alinee con Moscú estrictamente, ni mucho menos. Es decir, es una visión mucho más libertaria, mucho más rupturista de lo que puede suponer la renovación o la transformación. Esa herencia también nos ha quedado. Creo que movimientos como el 15M o, internacionalmente, la oleada de principios de esta década de crítica al sistema establecido, difícilmente se hubiesen producido sin el antecedente del 68 en cuanto a una búsqueda de lo que podríamos denominar una izquierda alternativa.

Entonces, ¿ve paralelismos entre esas protestas de mayo del 68 y el movimiento 15M?

Para mí, sí. Son distintos porque estamos hablando de situaciones muy diferentes. En el 15M y en otros movimientos más o menos paralelos como Occupy Wall Street, tenemos una denuncia concreta de un modelo que ha fracasado y que, sobre todo, hace que los sectores populares sean los que más paguen la crisis económica de 2008 y de años siguientes. Se trata de denunciar que no hay mecanismos de participación democrática efectivos para hacer frente a esa situación de emergencia. En ese sentido, se vuelve a denunciar que los mecanismos formalmente democráticos, en la práctica, no habrían hecho esa democratización profunda que pedía la gente ya en el 68. Por eso, sí creo que hay una conexión, aunque seguramente hay muchas diferencias generacionales en la aproximación entre una época y otra a lo que tenía que ser la lucha contra el poder. El 68 está presente en otros muchos aspectos; por ejemplo, el interclasismo, la ruptura de una estructura de clases bastante más marcada, incluso en lo que es la izquierda clásica. El Partido Comunista Francés, por ejemplo, en los sucesos de mayo veía a los jóvenes sesentayochistas como unos niñatos que jugaban a ser izquierdistas y que, en realidad, estaban poniendo en peligro las luchas que habían llevado a cabo los sindicatos contra De Gaulle para conseguir mejoras. No entendían qué querían esos hijos, fundamentalmente, de la burguesía. Ese tipo de izquierda, como lo que significó la izquierda soviética o los partidos comunistas clásicos, son los que han desaparecido prácticamente, aunque algunos se hayan reformulado con otros nombres en nombre de otros factores mucho más de base, ligados a movimientos medioambientalistas y verdes, buscando nuevos elementos participativos, unos códigos distintos en los que pesa más lo personal que no lo estrictamente ideológico... Políticamente, hay una ruptura respecto a lo que eran las pautas anteriores. En ese sentido sí veo que movimientos como el 15M y similares y el 68 tienen una conexión; serían una herencia, una de las huellas de esta revolución.

¿Cuáles serían las diferencias entre el movimiento de mayo del 68 y estos más actuales que comenta?

Evidentemente, una diferencia clara es la existencia de la Guerra Fría porque uno de los objetivos fundamentales del 68 en la práctica era poner en cuestión esa situación. El contexto posterior, evidentemente, sin esos bloques, con una política que ya no está pensando en esa lectura ideologizada, busca otros referentes, otros aspectos. En segundo lugar, lo que tenía de innovador y de rupturista el 68 en su momento era una reivindicación de lo personal, por ejemplo, con ese protagonismo del sexo, de la violencia de la música, de las drogas, de la psicodelia… Es decir, era una búsqueda de caminos personales, no siempre estrictamente colectivos. Aunque lo vemos como un fenómeno global y solidario, pesan mucho esas salidas individuales, esa introspección, esa búsqueda del yo; de hecho, es uno de los elementos contradictorios del propio 68: aunque lo critiquen, el 68 acaba muy influido por el propio capitalismo, por la música, la moda, el impacto de las tecnologías de la época. En el siglo XXI, los movimientos buscan más una dimensión de conexión solidaria, reforzada por las redes sociales, por la sensación de que es posible hacer una especie de parlamento paralelo de la gente. Es cierto que es algo que empieza a alumbrarse en el 68, pero entonces había una componente individualista mucho mayor. Además, aunque no se puede achacar al movimiento como tal, en el 68 hay una radicalización de algunos elementos que van a hacer posible que surjan movimientos de carácter violento en diferentes partes de Europa: las Brigadas Rojas de Italia, la Fracción del Ejército Rojo de Alemania o, con sus peculiaridades, el IRA en Irlanda y ETA en España porque, aunque no eran hijos del 68, el 68 hizo también que cambiara la lógica de estos movimientos y decidieran luchar contra las estructuras injustas del capitalismo y de esa sociedad impuesta mediante la violencia. Esa tentación no se da en movimientos como el 15M. Al contrario, hay una reivindicación de los comportamientos pacifistas. Obviamente, nos movemos entre contradicciones porque, a su vez, el pacifismo es otro de los puntos en común, según qué parte cojamos de esa herencia compleja y amplia del 68. De hecho, una de las banderas del 68 fue la lucha contra la guerra del Vietnam, contra la presencia imperialista de los Estados Unidos en esos años y contra la dinámica de la Guerra Fría.

Hablaba antes de la incomprensión que recibieron los sesentayochistas. ¿El 15M también se recibió inicialmente con la misma incomprensión?

No tanto, porque el 15M es un movimiento que no tiene que inventar, por ejemplo, la visibilidad de la homosexualidad, las políticas LGTB ni, incluso, la propia dinámica de enfrentamiento generacional. Eso es algo que se va a vivir de manera más traumática en el 68, cuando un padre, por ejemplo, militante del partido comunista, de izquierda clásica, se encuentra con que tiene un hijo homosexual. La reacción para él no es política de que la visión de la libertad tiene que ir unida a lo más personal, sino que es de un padre que rechaza esos comportamientos de su hijo, que no los entiende. En el 68 es un shock reivindicar lo personal como político, fuera de las pautas habituales. Cuarenta años después, todo eso ya está interiorizado en la sociedad. En España y en una parte de los países del entorno, por ejemplo, con el matrimonio homosexual. Por tanto, hay elementos de la agenda social que están ya, de alguna manera, integrados. Entonces, el movimiento del 15M es fundamentalmente político para dejar atrás unas estructuras que se ven anquilosadas o que no reflejan la pluralidad del país ni los deseos de los sectores más jóvenes. En el 68 la cuestión va más allá de la lucha contra el gobierno gaullista de Francia, contra las estructuras conservadoras de la República Federal Alemana o contra el Franquismo de España. Hay un elemento social que hace que el 68 tenga un recorrido más largo, seguramente, de lo que puede ser el 15M o los movimientos en torno a estos inicios de la década en que aún estamos. El 68 es fruto, entre otras cosas, de la sociedad del bienestar que se ha empezado a poner en marcha en Europa desde la segunda mitad de los años 50 y en los 60 y, a la vez, es muy crítico con esa sociedad del bienestar, por sus elementos atosigantes o que impiden la búsqueda de una nueva estructura, de una transformación más profunda por parte de esos jóvenes.

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