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La crisis cambia el rostro del trabajo doméstico

El perfil de las empleadas domésticas ha cambiado en la última década

Raúl Gay

Zaragoza —

“Chica española busca empleo con alojamiento por Huesca capital o provincia. Experiencia en hotel como camarera de piso, en guardería en limpieza, en limpieza en casa particular y en reparto de correos”. Esta es una de las cientos de demandas de empleo similares que pueden encontrarse en una conocida web de anuncios. La crisis iniciada en 2008 no solo ha empobrecido a amplias capas de la población, también ha cambiado el rostro del empleo doméstico. Muchos españoles están hoy dispuestos a aceptar (y a solicitar) un trabajo que hace 10 años hubieran rechazado.

Así lo atestigua la Fundación Canfranc, dedicada a la formación y búsqueda de empleo en Zaragoza. Rosa Elena Marco, responsable de formación, señala que hay “una diferencia grandísima” en el perfil de personas que solicitan un empleo doméstico. Hace 10 años, cuando la fundación comenzó a funcionar, solo recibían llamadas de personas extranjeras, y todas mujeres. Hoy, la balanza se equilibra: “Hay muchas personas españolas que han entrado a trabajar en el sector, el incremento ha sido elevado”. El cuidado de personas mayores ocupa la mayor parte de las solicitudes, seguidas de la atención a personas con discapacidad y, más escaso, el mantenimiento de una casa.

Marco matiza que la mayoría de ellas buscan trabajo de cuidado de ancianos o de limpieza y cocina, no de interna. En este último tipo de contrato sigue habiendo una mayoría de personas extranjeras, “sobre todo de Nicaragua”. Las mujeres copan las solicitudes de empleo doméstico, “aunque si hay que cuidar a hombres mayores, que pesan mucho, las propias familias nos piden hombres”.

La fundación hace de intermediaria entre empleador y empleado y anima a que exista un contrato de trabajo y cotización a la Seguridad Social. Pero en este nicho, los derechos laborales no siempre se cumplen. Lo sabe bien María Ángeles, una mujer de 36 años que llegó a Zaragoza desde Sevilla con su pareja y ahora está interna en una casa.

Durante un tiempo, trabajó haciendo suplencias o en empleos temporales, “cogía casi todo lo que salía”. Después de trabajar en un supermercado, limpiando oficinas y haciendo encuestas, empezó a cuidar de una señora mayor. Fue “un suplicio”, sentencia. Estaba interna seis días a la semana por 450 euros al mes. La anciana tenía alzheimer y la familia no se preocupaba de que hubiera medicación o comida suficiente. Sin festivos ni pagas extra, en ocasiones tuvo que adelantar dinero para hacer la compra.

Permaneció en la casa ocho meses porque “estaba la cosa mal y no me quedó otra opción”. Cuando decidió dejarlo, descubrió que su contrato era solo de una hora porque, según le dijo el hijo de la anciana, si ponía otra cantidad tenía que pagar más de Seguridad Social.

Asegura que nunca se había planteado trabajar de interna pero que “hay que comer”. Después de este empleo, estuvo varios meses en paro hasta que encontró otra casa donde cuida ahora a una mujer de 95 años. Esta vez, ni siquiera tiene contrato. La familia le ha dicho que si la aseguran deben bajarle el sueldo, que ahora es de 770 euros al mes. “Cuando la anciana fallezca -dice- me quiero meter en otro trabajo, de dependienta o camarera. Pero no más trabajos así”.

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