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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Pregunta: ¿Por qué autoentrevistas?

Respuesta: Porque al fin y al cabo todas las columnas de opinión son respuestas a unas preguntas que se han borrado.

P: Hable por usted, no por los demás.

R: Bueno, no sé si todas. Las mías sí. Cuando tengo que escribir una columna me hago preguntas, las contesto y luego borro la parte del entrevistador.

P: Y aquí ha decidido dejarla.

R: Sí, para darle voz a mi otro yo.

P: ¿Y no es un poco esquizofrénico eso de hacerse preguntas, contestarlas y llevarse la contraria?

R: Un poco, pero es la única manera que tengo de saber lo que pienso sobre las cosas. Y además no siempre estoy de acuerdo con mis opiniones.

Entrevista a Antonio Orejudo sobre la limpieza de las redes

Antonio Orejudo

Como a la hora de hacer esta entrevista todavía se está votando, no puedo preguntarle por los resultados de las europeas, así que le voy a preguntar por la intención del ministro Fernández de limpiar las redes. ¿Qué le parece?

Me parece lógica en un ministro de la policía. Al fin y al cabo, policía significa limpieza y aseo. Lo que me inquieta es el concepto de limpieza que tiene Fernández, muy diferente, me temo, del mío. Me extraña su obsesión con las redes sociales, donde hacer, lo que se dice hacer, no se pueden hacer muchas cosas, sino solo decirlas. Quiero decir que en Twitter no se puede exterminar judíos ni poner bombas ni matar gente.

¿Le parece a usted que es menos grave incitar a la violencia que poner una bomba?

Hombre, no es que a mí me lo parezca. Es que incitar no provoca víctimas. Un disparo sí.

Hay un viejo libro de Austin muy interesante que se titula Cómo hacer cosas con palabras, donde sostiene que sí se pueden hacer cosas con palabras. En determinados contextos hay palabras tan efectivas como las acciones.Cómo hacer cosas con palabras

Sí, conozco el libro; y estoy de acuerdo con lo que dice. Sin embargo, me gusta pensar que la palabra no delinque, de la misma manera que pienso que todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Es cierto que la obligación de demostrar con pruebas la culpabilidad de alguien ha provocado que en ocasiones se deje en libertad a ciertos criminales. Pero respetar ese principio nos aleja de la barbarie del linchamiento. Es cierto que algunas veces las palabras hacen cosas. También es cierto que algunas veces los delincuentes quedan en libertad porque no podemos demostrar sus delitos. Pero no por eso tenemos que renunciar a las garantías jurídicas. No por eso debemos equiparar tampoco las palabras a las acciones.

El ministro quiere erradicar las manifestaciones que incitan al odio o al asesinato, las que enaltecen el terrorismo, humillan a las víctimas o incitan a la xenofobia y al racismo.

Yo no creo que la incitación al asesinato deba considerarse un delito. El delito es asesinar. Como tampoco creo que la negación del Holocausto deba castigarse. Ni la exaltación del terrorismo. El delito es sembrar el terror, no exaltarlo.

¿Y la humillación a las víctimas, las amenazas? ¿Eso tampoco es delito?

¿Ve? Ahí tiene un ejemplo de acciones cometidas con palabras. Claro que la humillación y las amenazas deben perseguirse. Como diría Austin, la humillación y las amenazas se ejecutan con palabras, pero son acciones. Por eso, el honor de las personas, sean éstas víctimas o no, está protegido por ley desde antes de que se inventaran las redes sociales. Las amenazas, el chantaje y los insultos públicos se persiguen desde los albores de la civilización. La incitación al odio es un concepto más problemático: en ese saco se pueden meter todas las opiniones vehementes que no gusten al gobernante de turno. ¿Qué es eso de incitar al odio? Tomemos a Aznar, por ejemplo. ¿No son sus declaraciones una incitación permanente a odiarlo? Si el ministro Fernández se enterara de lo que siento cuando oigo a Aznar, me encerraba en el calabozo. Aunque en realidad debería encerrar a Aznar, que es quien me incita. Eso de la incitación al odio es la penúltima estrategia de los gobernantes para limitar la libertad de opinión y de palabra de los gobernados. ¿Usted odiaría incitado por un tuit?

No, yo no.

Yo tampoco. Y aquel señor de allí tampoco. Ni esa chica. Y creo que la mayoría de las personas son como usted y como yo. Nadie odia incitado por un tuit. Nadie se hace xenófobo incitado por un tuit. De todas formas, si hay alguien por ahí capaz de asesinar incitado por un tuit debería ser condenado dos veces: una por asesino y otra por gilipollas.

¿Qué le parecen las declaraciones del alcalde de Sestao, que querría echar a hostias a los inmigrantes de su municipio?

Indecentes, pero no delictivas. Lo delictivo sería echarlos a hostias de verdad. O no empadronarlos teniendo la obligación de hacerlo. Soy bastante radical en cuanto a la libertad de expresión: los xenófobos tienen derecho a expresar en público sus ideas xenófobas. A lo que no tienen derecho es a ponerlas en práctica. Me da un poco de vergüenza enunciar estas perogrulladas, pero así está el patio. En España la equiparación de palabras y acciones empezó con la ambigua redacción de cierto artículo de la Ley de Partidos, que prohibía “complementar y apoyar políticamente la acción de organizaciones terroristas”. Eso dio pie a equiparar el terrorismo con su defensa política. No estoy hablando de darle cobertura económica; eso es complicidad y debe ser perseguido, claro. Estoy hablando de defender el terrorismo de palabra. Esa defensa es repugnante, pero no debería ser ilegal.

Debe usted saber que la Ley de Partidos contribuyó de manera fundamental al fin de ETA.

Es cierto, pero también es cierto que la democracia pagó un precio por ello. El precio de que ahora muchos vean con buenos ojos la creación de una policía virtual que persiga mensajes de 140 caracteres, porque no diferencian entre decir y hacer. La equiparación de las palabras y los actos ha calado en muchas personas. Ese es el precio que hemos pagado por aprobar una ley que contribuyó, efectivamente, a acabar con ETA: que mucha gente acepte de manera natural que terrorista es el que pone la bomba, pero también el que apoya políticamente el atentado. Incluso el que comparte las ideas políticas del asesino. Fíjese lo que ha pasado con ese actor abertzale que ha protagonizado un anuncio de Coca-cola: un grupo de personas se siente legitimado para pedir la retirada de un anuncio porque las ideas políticas de un señor que trabajó en él coinciden con las ideas políticas de los asesinos de ETA. Y Coca-cola lo retira, aunque luego diga que no. En fin... Me pregunto si esta manía por limpiar el mundo digital no será para ocultar la mierda del mundo analógico.

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Pregunta: ¿Por qué autoentrevistas?

Respuesta: Porque al fin y al cabo todas las columnas de opinión son respuestas a unas preguntas que se han borrado.

P: Hable por usted, no por los demás.

R: Bueno, no sé si todas. Las mías sí. Cuando tengo que escribir una columna me hago preguntas, las contesto y luego borro la parte del entrevistador.

P: Y aquí ha decidido dejarla.

R: Sí, para darle voz a mi otro yo.

P: ¿Y no es un poco esquizofrénico eso de hacerse preguntas, contestarlas y llevarse la contraria?

R: Un poco, pero es la única manera que tengo de saber lo que pienso sobre las cosas. Y además no siempre estoy de acuerdo con mis opiniones.

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